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Cineclub: El señor de los anillos (1978)

La belleza de la imperfección

El Señor de los Anillos (Ralph Bakshi, 1978).

Cuesta trabajo creer que hubo un tiempo en el que la trilogía de novelas que conforman El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings, 1954-55), creación del autor británico J. R. R. Tolkien, fue una obra de culto conocida y adorada por un extenso grupo de entregados lectores. Desde su inicio estuvo marcada por el éxito, pero comparado este con su actual difusión y conocimiento casi pareciera ridículo. Es extraño no encontrar hoy día a alguien que no sepa qué es un orco o haga la broma ya sin gracia por mor de la repetición hasta el hastío de imitar la voz de Gollum susurrando “Mi tessssooooro, mi tessssooooro”. Seguro que se la habéis escuchado hasta al más iletrado de vuestros compañeros de trabajo. Claro está que esta general aceptación no nace de la lectura de los libros, sería pedir demasiado, sino de la popular adaptación cinematográfica que Peter Jackson dirigiera en tres entregas allá a principios de este siglo XXI, entre los años 2001 y 2003. Quizá esto dificulte echar la vista atrás con claridad y recordar el carácter casi underground de una creación de fantasía que aglutinaba a su alrededor unas infundadas acusaciones de racismo cuando fue publicada o una cierta aura contestataria en el discurrir hippy de finales de los 60, la cual venía refrendada por el personaje de Tom Bombadil, tanto por su estrafalario aspecto como por su vida en comunión con la naturaleza, ajeno pero no ignorante a los avances y tumultos del mundo. Antes que Jackson, otros productores, guionistas y directores trabajaron en intentar llevarla a la pantalla. Forrest J. Ackerman, Stanley Kubrick (que pretendía que fueran The Beatles quienes interpretaran a los cuatro hobbits protagonistas) o John Boorman se estrellaron con el rechazo horrorizado y comprensible del propio Tolkien en los dos primeros casos y con el elevadísimo coste de producción que supondría el tercero. Finalmente, fue Ralph Bakshi, un director que había adaptado al cine El gato Fritz (Fritz the Cat, 1972), basado en el cómic de Robert Crumb, todo un icono de la contracultura, quien sacaría adelante el proyecto de convertir en película la trilogía de los Anillos. Se trataría de un filme de dibujos animados en el cual se introducirían imágenes en rotoscopia, esto es, rodadas con actores reales sobre los que se dibuja fotograma a fotograma.

El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings, 1978) en versión de Ralph Bakshi obtuvo un exitoso estreno si bien las críticas se cebaron en defectos evidentes debidos a su falta de presupuesto final. Esto llevó a que la adaptación quedara a medias: Bakshi nunca pudo rodar la historia completa, y los productores desecharon la idea de filmar una segunda parte que sin duda hubiera sido necesaria. A esto se sumó que los fragmentos de película rodados por el sistema de rotoscopia quedaron algo pobres, destacando de manera negativa comparados con los excelentes tramos animados por el método tradicional. El guion de Chris Conkling y Peter S. Beagle omitía muchos de los capítulos de la obra original, pero resultaba modélico en su concisión, pleno de épica y conseguidos momentos de emoción contenida. Tal es así que algunas de sus secuencias serían utilizadas casi sin variaciones por Peter Jackson en su versión. En ocasiones en lo narrativo, así la apertura donde se resume la historia hasta que la historia da inicio en la Comarca, la región donde habitan los hobbits protagonistas y el lugar al que ha ido a parar el Anillo Único de Sauron, aquel que posee el poder de dominar a todos los demás Anillos, entregados estos a los reyes de las distintas razas que pueblan la Tierra Media, y de atarlos a todos en las tinieblas. Y en otras en lo visual, así el primer encuentro de los hobbits en un camino con uno de los nueve Jinetes Negros, los antiguos reyes de los hombres corrompidos por sus Anillos y ahora espectros a las órdenes del Mal Absoluto que representa Sauron, cuando aquellos se ocultan bajo la raíz de un árbol al margen de la senda mientras el Jinete se baja de su montura y olfatea el aire rastreando al Único, una escena plena de tensión gracias a una planificación medida e intensa que juega con los lentos y zombificados movimientos del espectro. O la incursión de los Jinetes Negros en el poblado de Bree donde atacarán a los hobbits en la posada El Póney Pisador, sus gritos mostrando el engaño del que han sido objeto gracias a la astucia del misterioso Trancos, el montaraz errante que ayudará a nuestros pequeños protagonistas en su viaje a partir de ese momento. O el inolvidable combate en el que Gandalf caerá ante el balrog en uno de los puentes de Moria.

Bakshi nos traslada al corazón del peligro, a la esencia del horror primordial que suponen los espectrales Jinetes con una maestría y una originalidad apabullantes.


El Señor de los Anillos de Bakshi deja traslucir también el espíritu underground y contracultural del que su cine era exponente. Quizá solo de esta forma podemos entender ese psicodélico enfrentamiento entre los poderosos magos Gandalf y Saruman en la fortaleza de este, Isengard, que culmina con la reclusión del primero en lo alto de la gran torre, Orthanc, que preside el siniestro lugar. Los personajes resaltan en unos fondos que desaparecen para ser invadidos por luces y destellos más propios de un viaje lisérgico que de una pelea a hechizo limpio. Un recurso que utiliza también, aunque de manera más contenida, en la escena del intento de asesinato de los hobbits por parte de los Jinetes en la posada de Bree o más tarde en la que sin duda es una de las secuencias más poderosas de la película, el ataque de los espectros en la Cima de los Vientos. Trancos, que no es otro que Aragorn, el heredero de Isildur y por tanto rey sin corona que vagabundea por los caminos, y los hobbits se detienen en su camino a Rivendel, lugar donde se decidirá qué hacer con el maldito Anillo Único que busca desesperadamente Sauron, en la mentada Cima, una colina que destaca como un bastión en la desolada llanura. Encienden un fuego y alimentan sus cansados cuerpos mientras cuentan historias susurradas a su calor. Se siente la atmósfera de profunda quietud y silencio que los envuelve, una noche cuya oscuridad los protege pero que también puede esconder infinitos peligros. El breve intervalo de tranquilidad es roto por los Jinetes que los han descubierto y alcanzado. Los rodean desenvainando sus espadas mientras la cámara gira alrededor de nuestros héroes que se han agrupado en círculo. Aragorn toma un leño ardiendo y lo blande en su defensa haciendo retroceder a los espectros, pero estos son poderosos y lo flanquean. Uno de ellos se acerca a Frodo, el hobbit portador del Anillo, y lo amenaza. Y entonces, dominado por el espanto, Frodo introduce el Anillo en su dedo tornándose invisible, pues este es uno de sus poderes. La realidad se difumina y lo que era espectral es el mundo real, y Aragorn y los compañeros de Frodo se tornan figuras espectrales que apenas se entrevén en un mundo oscuro y deformado, el mundo del Anillo y de los Jinetes. Bakshi se sirve de manera genial de diversos recursos para narrar el emocionante y terrorífico instante, apenas unos segundos en la trama que se alargan en un espesor infernal: el cambio repentino de los fondos, una cámara lenta que ralentiza el tiempo asemejando esa pesadilla en la que uno desea correr y apenas logra moverse, la distorsión del sonido transformado en un ruido sordo cuyo eco impregna el aire de puro terror. El Jinete avanza y Frodo alza su arma contra él. De nada le servirá: el Jinete lo evita con facilidad hiriéndolo en el hombro y dejando allí una esquirla de su espada que supondrá una agonía, un dolor imperecedero a partir de entonces para el pequeño hobbit. Apenas unos minutos de metraje, unos segundos en la vida de nuestros héroes densos como un mal sueño. Y Bakshi trasladándonos al corazón del peligro, a la esencia del horror primordial que suponen los espectrales Jinetes con una maestría y una originalidad apabullantes. Es, sin duda, la secuencia más poderosa de toda la película. Casi a la misma altura destaca la posterior huida de un Frodo herido a caballo hacia el vado del río Bruinen, donde de nuevo Bakshi jugará con la alteración irreal de los fondos y la deconstrucción temporal para imbuirnos de toda la extrañeza y el horror que provocan los Jinetes Negros.

Bakshi se adelantó demasiado, pero queda su película como una de las más grandes de su filmografía, brillando con esa belleza esquiva de las obras imperfectas, con el tremor de la emoción pura que solo logran las películas que lo arriesgan todo por existir.


Como se ha comentado, por desgracia no todo el filme está a esta prodigiosa altura. El tramo final en el que transcurre la que se debería suponer épica batalla del Abismo de Helm se halla constreñida por su pobreza de producción, donde ejércitos de orcos se convierten en cuatro señores con dos trapos por encima y unas máscaras un tanto ridículas. Bakshi resuelve sin embargo con eficiencia y profesionalidad, entregando honestidad donde otros solo hubieran dejado lamentos. El final resulta además muy insatisfactorio para el espectador pues llega de manera repentina dejando todas las tramas abiertas en el aire, rematado con una inoportuna voz en off que intenta cerrar en una línea lo que precisaba de al menos otras dos horas de metraje. Nos quedan en cualquier caso la voz del siempre genial John Hurt bajo los rasgos de Aragorn, la fugaz aparición del actor Angelo Rossitto (uno de los miembros del elenco de la mítica La parada de los monstruos, Freaks, dirigida por Tod Browning en 1932) en la posada de Bree, el brío y la genialidad de las secuencias mencionadas y el intento, casi suicida pero admirable, de llevar a la pantalla una obra que devino grande para un presupuesto tan limitado. Bakshi se adelantó demasiado, el mismo Peter Jackson hubo de adecuarse a un presupuesto restringido en su primera entrega de la trilogía, pero queda su película como una de las más grandes de su filmografía, brillando con esa belleza esquiva de las obras imperfectas, con el tremor de la emoción pura que solo logran las películas que lo arriesgan todo por existir.


José Luis Forte
© Revista EAM / Cáceres


Ficha técnica
USA, 1978. Título original: The Lord of the Rings. Director: Ralph Bakshi. Guion: Chris Conkling y Peter S. Beagle, basado en las novelas de J. R. R. Tolkien. Productoras: Fantasy Films, Bakshi Productions y Saul Zaentz Film Productions. Productor: Saul Zaentz. Estreno: 15 de noviembre de 1978. Fotografía: Timothy Galfas. Música: Leonard Rosenman. Montaje: Donald W. Ernst y Peter Kirby. Dirección artística: Phil Carroll. Intérpretes (voces): Christopher Guard, William Squire, Michael Scholes, John Hurt, Simon Chandler, Dominic Guard, Norman Bird, Anthony Daniels, André Morell.




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