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Crítica | Berlin Syndrome

Una habitación sin vistas

Crítica ★★★★ de Berlin Syndrome (Cate Shortland, Australia, 2017).

La realizadora australiana Cate Shortland, con una filmografía aún breve, está logrando hacerse un nombre dentro de las citas festivaleras. Tuvo una inmejorable carta de presentación con el drama sobre el despertar sexual adolescente Sommersault (2004), llamando poderosamente la atención en la sección Una cierta mirada de Cannes, además de arrasar en los Premios del Instituto Fílmico Australiano, donde consiguió la cifra récord de 13 premios de los 15 a los que aspiraba. Su adaptación de la novela El cuarto oscuro, de Rachel Seiffert, Lore (2012) fue elegida por Australia como representante en los Óscar como mejor película de habla no inglesa, siendo bendecida con unanimidad por una crítica que comparó la forma de dirigir de Shortland con la de grandes genios como Terrence Malick o Lars von Trier. Ahora, tras su paso por el Festival de Sundance, nos llega el último largometraje de la cineasta, Berlin Syndrome (2017), tal vez el más convencional hasta la fecha, pero, no por ello, menos recomendable, ya que sabe llevar a su terreno un libro homónimo de Melanie Joosten cuya historia se inscribe dentro de un subgénero dentro del thriller psicológico protagonizado por personas mentalmente desequilibradas que retienen al objeto de su obsesión en contra de su voluntad, y que ha dado al cine títulos tan emblemáticos como la obra maestra El coleccionista (William Wyler, 1965), Átame (Pedro Almodóvar, 1990) o Misery (Rob Reiner, 1990), pero también muchísimas cintas prescindibles y cargadas de tópicos y una cantidad ingente de telefilmes de sobremesa de dudosa calidad.

El inicio de Belin Syndrome ya deja claro que estamos ante un filme de lo más estilizado desde las formas, con una excelente fotografía que impregna de melancolía a esos rincones de la capital alemana que la protagonista, Clare, una joven periodista australiana, recorre buscando material para su próximo libro sobre arquitectura. La soledad del turista está muy bien retratada en unos primeros compases en donde se nos presenta a una mujer que ha aparcado por unos días su vida para buscarse a sí misma y demostrar que puede liarse la manta a la cabeza y emprender un viaje al otro lado del mundo con afán aventurero y enriquecedor. A la salida de una librería, conoce accidentalmente a Andi, el atractivo profesor de literatura inglesa de una escuela deportiva, del que se siente atraída al instante. Tras un primer paseo en el que el joven le enseña a la visitante algunos lugares interesantes para su trabajo, al tiempo en que indaga sobre sus circunstancias personales, es en el segundo encuentro de la pareja donde saltan auténticas chispas, consumando una tórrida relación sexual en el apartamento de él. Lo que podría haber sido un típico romance de vacaciones se torna en algo mucho más oscuro desde el momento en que Andi comience a manifestar un carácter obsesivo y peligroso, llegando a encerrar bajo llave a Clare en la casa para impedir que vuelva a Australia y acabe con esta “historia de amor” que acaban de empezar. Es entonces cuando da comienzo la pesadilla de la muchacha, cautiva en la guarida de un psicópata que se ha encaprichado con ella del mismo modo que ya se había enganchado a otras turistas anteriores.

«Un filme de lo más atractivo, que transita por lugares mil veces visitados pero lo hace con elegancia y buen pulso, desembocando en un tramo final arrebatadoramente triste en el que casi llegamos a sentir lástima de la frustración y sensación de vacío que invaden al villano de la función, engrandecido por la labor de un Max Riemelt entregado en cuerpo y alma a un personaje tan monstruoso como digno de compasión».


Pese a que el punto de partida no es nada novedoso, la directora se las arregla para construir una poderosa historia de suspense en el que su extraordinaria pareja protagonista despliega todas sus armas interpretativas en un oscuro y retorcido juego del gato y el ratón. Teresa Palmer dota a su papel de Clare de una mezcla de fuerza y vulnerabilidad perfecta, logrando que el espectador se identifique con sus dramáticas circunstancias y tome partido por ella. Por su parte, Max Riemelt se adueña por completo de la pantalla gracias a un personaje tan perturbado como magnético. Un hombre que, por su inteligencia y físico agradable, podría tener a la mujer que quisiera, pero los traumas del pasado le han hecho una persona desequilibrada, con serias dificultades para relacionarse con el mundo en general y con las féminas en particular. La psicología de Andi está dibujada con cierto esmero, esquivando lo que podría haber sido un loco de manual, a través de las escenas que muestran sus interacciones con su padre, sus alumnos (en especial, con una alumna, encarnada por la estupenda Emma Bading, con la que mantiene una extraña relación de tensión sexual no resuelta) y sus compañeros de trabajo. A través de ellas conoceremos a un tipo maniático, misógino, que carece de cualquier atisbo de empatía hacia quienes le rodean y que evita, por todos los medios, el contacto físico con nadie a quien él mismo no haya invitado a formar parte de su cerrado mundo. La química entre Palmer y Riemelt, tanto en sus primeros acercamientos románticos como en sus entregadas escenas eróticas, es el máximo logro para que la cinta funcione con la precisión que lo hace.

La claustrofóbica puesta en escena, con ese viejo y destartalado apartamento de un edificio abandonado como escenario silencioso de la enfermiza relación de amor/odio entre Clare y Andi, que bordea el famoso síndrome de Estocolmo, unida a una climática música de Bryony Marks que sabe acentuar la sensación de amenaza y peligro latente en todo momento, son factores decisivos para que Berlin Syndrome termine siendo una experiencia perturbadora e incómoda, con una violencia psicológica (a veces también física) muy superior a la que nos ofrecería cualquier producto norteamericano comercial de similares planteamientos. Shortland se toma la historia con calma, avanzando con paso lento pero firme en el desarrollo de este noviazgo a la fuerza, alternado las (convencionales) escenas de la chica descubriendo, entre las cuatro paredes de su prisión, la verdadera personalidad de Andi y tramando su plan de fuga, con aquellos (más interesantes) que muestran la vida paralela de él fuera de su casa, con sus rarezas pero sin proyectar señales evidentes de ser un sociópata en toda regla. Incluso en sus pasajes más intimistas y calmados (magnífica la escena del paseo de la pareja por ese bosque nevado, con un hacha como inquietante elemento desestabilizador) se corta la tensión en el ambiente gracias a un hábil guion de Shaun Grant que otorga gran importancia a los pequeños detalles –esos debates en la clase de Andi sobre la obra La habitación de Giovanni, de James Baldwin, y sus interpretaciones– y a líneas de diálogo que, en principio, pueden pasar desapercibidas, pero que, visto el devenir de los acontecimientos, adquieren gran relevancia, funcionando como pequeñas pistas. Por lo tanto, estamos ante un filme de lo más atractivo, que transita por lugares mil veces visitados pero lo hace con elegancia y buen pulso, desembocando en un tramo final arrebatadoramente triste en el que casi llegamos a sentir lástima de la frustración y sensación de vacío que invaden al villano de la función –tan cercanas a las que hacían tan infeliz al Michael Fassbender de Shame (Steve McQueen, 2011)–, engrandecido por la labor de un Max Riemelt entregado en cuerpo y alma a un personaje tan monstruoso como digno de compasión. | ★★★★ |


José Martín León
© Revista EAM / Madrid


Ficha técnica
Australia. 2017. Título original: Berlin Syndrome. Directora: Cate Shortland. Guion: Shaun Grant (Libro: Melanie Joosten). Productora: Polly Staniford. Productoras: Aquarius Films / DDP Studios / Entertainment One / Film Victoria / Fulcrum Media Finance / Memento Films International / Screen Australia. Fotografía: Germain McMicking. Música: Bryony Marks. Montaje: Jack Hutchings. Dirección artística: Silke Fischer, Janie Parker. Reparto: Teresa Palmer, Max Riemelt, Emma Bading, Lucie Aron, Cem Tuncay, Matthias Habich, Maia Absberg.



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