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Crítica | Enmienda XIII

Criminales encarcelando a inocentes

crítica ★★★★ de Enmienda XIII (13th, Ava Duvernay, Estados Unidos, 2016).

Uno de los grandes debates situados en el primer plano de nuestros días es el que ocupa a la herencia que va a recibir, el próximo 20 de enero, el presidente electo Donald Trump. Los votantes republicanos y demócratas de las dos partes de Norteamérica, acompañados por la opinión de medio globo, están elaborando una lista con las medidas que la Administración Obama ha conseguido aplicar para beneficio del país. No en vano, el todavía huésped de la Casa Blanca está considerado como uno de los mejores presidentes de la Historia de la democracia, a pesar de no haber mediado en: a) el despegue de la vigilancia masiva en cada rincón del planeta; y b) el empleo de drones como herramienta para controlar a la insurgencia radical (y, en suma, a miles de inocentes) en algunos pueblos de Oriente Medio. También existen Obama Care y millones de puestos laborales creados en la era Pos-Gran Recesión, pero cabe preguntarnos si ese intangible galardón —en suma a su polémico Nobel de la Paz de 2009— no tiene una relación más estrecha con lo que no ha podido aprobar, que con lo que el tándem Congreso-Senado le ha permitido. Sobre todo, si tenemos en cuenta la infatigable batalla contra el binomio discriminación-violencia racial que ha emergido en los dos últimos años. Quizá porque no estaba erradicado del todo, quizá porque la ideología que lo sustenta está profundamente arraigada al núcleo estadounidense. En cualquier caso, es a través de esa grieta por la que entran, con entraña y periodismo de raza, la directora Ava DuVernay y Enmienda XIII, su nuevo acercamiento a la verdad (parcial) sobre por qué Estados Unidos posee la cuarta parte de encarcelados en todo el mundo. Qué y quiénes están detrás de la elevada inflación de afroamericanos y latinos entre rejas; cuáles son los motivos para que la más aclamada dupla Presidente-Primera Dama de la gran nación occidental no haya logrado si no incrementar el número de presos a lo largo y ancho del padre capitalista. La primera pista es que todos, excepto los damnificados, están implicados: desde la policía hasta la fiscalía, pasando por industrias de telecomunicaciones, senadores padres de familia y desfiles de grandes marcas de lencería.

Selma, lo último (y quizá único) que se recuerda de su obra, está estrechamente ligado al documental y, por extensión, a los nuevos tiempos. Fue la recreación cinematográfica definitiva sobre la lucha racial, desde una óptica abiertamente subjetiva y mostrando absolutamente todos los momentos en torno a la manifestación orquestada por Martin Luther King en los convulsos años 60. Parecía una oda a la igualdad, pero no solo se trataba de recordar el ímpetu de un ser humano proporcionado, tanto en lo fascinante como en lo controvertido, sino de sentar las bases para un trabajo posterior; que se ha construido con emoción, pero también con datos, testimonios y un equipo documental que podría ser aspirante al Pulitzer. De modo que estamos ante un ejercicio de periodismo sobre (y del) pueblo afroamericano, con proyección hacia todo el que quiera conocer los entresijos del tejido carcelario que se ha ido construyendo, administración por administración, desde la abolición de la esclavitud en el siglo XIX (y que seguirá bombeando inocentes hacia la reclusión hasta, desgraciadamente, la eternidad). “No existirá la esclavitud en Estados Unidos, excepto como castigo para los delincuentes encarcelados” es el inicio de todo y la respuesta que muchos ciudadanos no encuentran cuando se preguntan qué sentido tiene, en pleno auge de la inteligencia artificial, la perpetración de la especie a través (y con la ayuda) de la Constitución. DuVernay hace hincapié en este detalle histórico-burocrático que, a su vez, es la piedra fundacional de lo que ocurre actualmente. Para la directora, que habla con estadísticas y se apoya en infografía en pos de explicar cómo ha ido cambiando la coyuntura junto con la Historia, el paradigma político-social siempre ha sido el mismo, ajeno a la figura elegida para ocupar el Despacho Oval. Si algo deberíamos haber aprendido a lo largo del último siglo, es que la importancia la otorga el dinero y de este, a su vez, alardea el poder, por demasiadas ínfulas que pretendamos creer como válidas, parece decir con cada secuencia. Lo que significa que, siendo ese el abono modelo para el terreno dominado por las grandes corporaciones y, principalmente, el virus de la corrupción, las cárceles también son un negocio. Y, como marca el canon del mercado, los reos vendrían a ser el producto de venta. Han encontrado una vía legal para retroceder más de 100 años y volver a comerciar con esclavos. Han sido capaces de recuperar, practicando el atavismo más cruel, zonas que no convenían.

«Enmienda XIII es el ojo que observa con una óptica abiertamente crítica, alejada por completo del formato panfletario, estricta en su calidad informativa, pero con ciertos tintes políticos. Es el puño en alto que empuja y golpea las ideas preconcebidas con una cadencia que, tras los primeros quince minutos, resulta imposible esquivar».


No obstante, DuVernay sabe que la capacidad del espectador para empatizar con una cifra es limitada, o directamente nula. Tanto así, que prefiere mostrar los efectos con fotografías y vídeos de archivo que sí nos provocan una obstrucción categórica. No podemos respirar, pero tampoco podemos dejar que ese tren se marche hasta las catacumbas de la memoria histórica, por lo que seguimos anotando números cada vez mayores, políticas que cambian de nombre pero jamás tocan el núcleo, industrias que se lucran saltando, como ligeras hienas, alrededor de una hoguera avivada con derechos fundamentales. De hecho, llegamos al límite de comprender hasta dónde llegaríamos como sociedad, si todos retorciéramos el significado de las palabras para obtener mejores emolumentos —parece ser que de criminal a esclavo no hay tanta distancia como del televisor al sofá. En este caso, la cronología narrativa empleada por la cineasta es la herramienta definitiva para entender la evolución de los hechos. Sin embargo, eso no significa que existan grandes diferencias medulares en la causa principal: las leyes de Jim Crow. Un dispositivo de normas estrictamente reguladas que despojan de esperanzas al que trabaja encadenado al sistema penitenciario. Lo que sí cobra importancia, tanto en el discurso cinematográfico como en las opiniones de los expertos, es cierta sofisticación en los sistemas que fomentan y espolean el trato vejatorio: la moneda de cambio sigue siendo la vida, ahora entendida como un producto que interesa atrapar. Quién, en su paranoica cordura tecnófobo-tecnófila, no se ha preguntado por las bambalinas de un teatro donde la policía ha vuelto a disparar contra un sujeto de raza negra desarmado.

Enmienda XIII es el ojo que observa con una óptica abiertamente crítica, alejada por completo del formato panfletario, estricta en su calidad informativa, pero con ciertos tintes políticos. Es el puño en alto que empuja y golpea las ideas preconcebidas con una cadencia que, tras los primeros quince minutos, resulta imposible esquivar. Parece descontrolado, pero muy al contrario, todo cobra sentido con una técnica de exposición que recuerda al mecanismo de las matrioskas —esas muñecas rusas con diferentes tamaños que se introducen unas dentro de otras hasta formar la gran figura que las contiene a todas—: si pensábamos que Reagan es el espejo donde Trump se mira, démosle una oportunidad a la retranca racial de Bill Clinton, y así sucesivamente. Lo que más intranquilidad provoca es que el eco del discurso que ha elevado al magnate megalómano hasta la cima de Norteamérica, resuene en cada ley aprobada décadas antes. Ahí incide la pluma de DuVernay, como si estuviera firmando una circular a vida o muerte con destino el planeta. Y no tiene problema en dar voz a los implicados, ni tampoco en edificar el documental en base a conceptos como la injusticia, el dolor y las mentiras aficionadas al golf y los caprichos caros. El gran reto al que se enfrenta es movilizar el estigma hasta destapar el secreto: decenas de criminales encerrando a miles de inocentes, ganando dólares y convirtiendo la construcción de centros penitenciarios en negocios a gran escala. Porque si el primer director del FBI, John Edgar Hoover, luchaba contra grupos pro-derechos civiles (Panteras Negras) como si fuesen cocaína en la sangre de sus hijos —no sería la primera vez que las instituciones se aprovechan de la droga para continuar su particular caza de brujas—, qué mejor que sea la minoría la que pelee ahora, a través de una plataforma como Netflix, por un futuro diametralmente opuesto a la Historia. Después de tantos años, DuVernay tiene que recurrir a la bofetada hiperbólica para que la sociedad despierte, abra los ojos y conozca que esa enmienda era solo un placebo para ilusos. | ★★★★ |


Mario Álvarez de Luna Costumero
© Revista EAM / Madrid


Ficha técnica
Estados Unidos, 2016. Título original: «13th». Directora: Ava DuVernay. Guion: Ava DuVernay, Spence Averick. Productoras: Netflix y Kandoo Films. Presentación oficial: Festival de Nueva York (Inauguración). Música: Jason Mann. Fotografía: Hans Charles, Kira Kelley. Montaje: Spencer Averick. Sonido: Jeffrey Perkins. Efectos visuales: Jamie McBriety. Maquillaje: Jacob Geraghty. Personalidades: Michelle Alexander, Cory Booker, Jelani Cobb, Angela Davis, Henry Louis Gates, Marie Gottschalk. Duración: 100 minutos. PÓSTER OFICIAL.



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