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Pensando desde el estómago

  1. El microbiólogo Mark Lyte demostró que los ratones que ingerían pequeñas cantidades de la bacteria Campylobacter jejuni, disparaban sus niveles de ansiedad y se volvían mucho más conservadores en su conducta, asumiendo menos riesgos que los ratones del grupo de control.  El Lactobacilus rhamnosus los hace menos depresivos y la Bacteroides fragilis los hace más resistentes a un tipo de esclerosis múltiple y más comunicativos.  Para estos experimentos se crían ratones gnotobióticos (con un microbioma sin bacterias. Nacen por cesárea para evitar el contagio en el canal del parto de la madre y luego se los mantiene aislados), a los cuales se les introduce únicamente la bacteria cuya influencia queremos comprobar y luego se estudian los cambios en el comportamiento.  Vale, un microorganismo puede controlar la conducta de ratones pero ¿puede con la nuestra? Ya tenemos la psicosis inducida por antibióticos y según la bióloga del Caltech Elaine Hsiao, ciertas bacterias influyen en el metabolismo del triptófano, fundamental en la síntesis de serotonina (cuyo 90% parece crearse en los intestinos).
  2. En nuestro aparato digestivo hay unas diez mil de especies diferentes de microorganismos, que llegan a sumar unos tres millones de genes, unas 150 veces más que el total del ADN humano (datos de Rob Knigth, de la Universidad de California en San Diego). La biodiversidad de los intestinos humanos se compara, sin exageración, con el de la fauna amazónica ¿A qué no sabéis por qué mantenemos la caca dentro de nuestro cuerpo durante varios días? Para alimentar con ella a la flora bacteriana que, mayormente, vive en nuestro intestino grueso. Tenemos un estercolero perfectamente abonado incorporado de serie.
  3. Sin embargo, el hombre contemporáneo ha perdido biodiversidad intestinal (quizá esto causa – o también es efecto de – los múltiples trastornos y molestias estomacales que sufrimos). Si analizamos restos de heces humanas fosilizadas descubrimos que el microbioma digestivo del hombre prehistórico se parece mucho al de las tribus de cazadores-recolectores que todavía quedan en la actualidad (como era de esperar). Curiosamente, los polémicos y violentos yanomamos, son el pueblo con mayor biodiversidad intestinal del planeta.
  4. Igualmente, en nuestro aparato digestivo está nuestro sistema nervioso entérico, con unos cien millones de neuronas, denominado muchas veces como “segundo cerebro” (en todos los libros de divulgación siempre se repite que tiene el tamaño del cerebro de un gato). Pregunta obligada: ¿Tiene este cerebro estados conscientes? Bueno, sentimos claramente sensaciones con él y parece funcionar con bastante independencia del encéfalo… Imaginemos que pudiésemos mantenerlo vivo y funcional, desconectándolo del resto del sistema nervioso… ¿Tendría sensaciones propias? ¿Podría darse el caso de un intestino delgado consciente de una inflamación con total independencia del cerebro?
  5. Es importante no caer en el “encefalocentrismo” que sería el pensar que los estados mentales solo pueden “ubicarse” dentro del cráneo. No estaría demás recordar la falacia mereológica.
  6. Y bueno, que nadie se lance ahora a comer pre y probióticos, bífidus, kefir y lactobacilus a discreción, con la esperanza de mejorar, no solo sus molestias estomacales, sino su estado de ánimo e, incluso, sus capacidades cognitivas. A día de hoy no hay  absolutamente nada demostrado. Y que a nadie se le ocurra, que los habrá, que decidan prescindir de los antibióticos… o, no, les invito gentilmente a que lo hagan cuando sufran una sepsis bacteriana.



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