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La familia que vive en una casa de botellas

La familia que vive en una Casa de botellas



Juan Carlos Rizo tuvo una “revelación divina” en un sueño: debía construirle una casa hecha de botellas a una familia a la que nunca había visto. Cuando conoció a Ana Herrera, una madre soltera que vivía en una casa de plástico con tres hijos, supo que ella era la indicada.






28/01/2018


A las 10:00 de la mañana, una leve brisa baña las verdes y frías montañas de Matagalpa. Un viento helado azota de un lado a otro el plástico y las láminas de zinc oxidadas con las que están hechas la mayoría de las casas en el barrio Sadrach Zeledón, el escenario de esta historia que vamos a contarle.

Su hogar, que sobresale fácilmente entre el resto, no necesita dirección. “Siga recto, voltee a los lados y ahí la va a encontrar”, dice un vecino. Por su forma cilíndrica y su cúpula de zinc liso, desde lejos se asemeja a un observatorio astronómico o a una pequeña mezquita. 

Está hecha con arena, cemento y 16 mil botellas que se usaron como ladrillos para la construcción.
Trozos de zinc corroído más algunas tablas y pedazos de plástico negro sirven de casa y techo a una mujer de 36 años y sus tres hijos adolescentes, quienes aspiran a terminar de construir una vivienda, con la que dejarían de dormir hacinados y de mojarse cuando llueve.

Ahí, en una loma del llamado barrio Sadrach Zeledón —nombre del alcalde orteguista del municipio— al norte de la ciudad de Matagalpa, Ana del Carmen Herrera Díaz empezó hace dos años a recoger botellas de plástico para llenarlas con arena y hace un año, cuando reunió suficientes, empezó la construcción de la casa.

Pero el avance de la obra ha sido lento y “tenemos más de un mes que el proyecto está parqueado”, lamenta Herrera, indicando que le falta dinero para obtener cemento.
La casa tiene un particular diseño circular y entre los materiales sustituye ladrillos o bloques por las botellas rellenas con arena bien compactada.
Herrera dice que la obra fue idea de Juan Carlos Rizo, un constructor que le apoya con la mano de obra; mientras que un comerciante de Matagalpa le donó el cemento ya usado en la construcción, pero todavía le falta conseguir más.


“Quisiera me apoyaran para poder terminar la casa pronto”, expresa la mujer que se gana la vida cuidando al niño de una vecina, explicando que “antes iba a buscar trabajo, lavando y cocinando, pero tengo problemas en un pie y casi no salgo me quedo y cuido al niño ajeno, pero gano poco”, dijo.
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Ana del Carmen Herrera es madre soltera de tres niños. Trabaja como empleada doméstica. 
Ana del Carmen quita tímidamente un par de tablas de madera apiñadas en el umbral de la puerta. Está feliz, nerviosa y también emocionada. Es la primera vez que tiene un hogar para ella y sus hijos.

Antes, solía posar en una casa que pertenecía a la familia de su expareja. Le hicieron un diminuto cuartito de plástico y ahí, en una pequeña cama, dormía toda la familia. En el invierno, el agua se metía al cuartito y todos terminaban mojándose. “Yo le pedía al Señor para que el Gobierno me diera mi casa, mi solar, porque donde yo viví a mí me corrían. Y yo dije: algún día voy a tener mi casa”, cuenta, con los ojos llorosos, sentada en una silla de plástico en la sala de su casa.
Un día de tantos, un hombre llamado Juan Carlos Rizo, que trabajaba como bombero de gasolinera, llegó a buscarla. Ella no lo conocía y él solo la había visto una vez en su vida. Rizo le explicó que él había tenido un sueño en el que se le reveló que debía construir una casa para ella y sus tres hijos. Le explicó, sin embargo, que la casa sería de plástico.

—¿Para qué quiero yo una casa de plástico si ya tengo una? —preguntó Ana del Carmen.

—Va a ser de botellas de plástico —contestó Juan Carlos.


El sueño de un exdrogadicto
Juan Carlos Rizo tuvo un sueño donde vio la casa de botellas construida. 
“Dios no escogió al hijo del presidente, al hijo de un diputado o al hijo de un rico. Escogió a un vago, a un exdrogadicto, para que ayudara al prójimo”, dice Juan Carlos Rizo, que vive en la salida de Matagalpa hacia Managua.
Desde los once años migró a Managua. Vivió en barrios como Hialeah y Las Américas III, donde entró al mundo de las pandillas y las drogas. “Yo miré caer a varios amigos míos en las drogas, mi familia sufría… Y una vez estaba bien mal y le dije con estas palabras: ‘Oe, mae, si existís loco, sacame de esta loquera que no aguanto’. Se lo dije desde el fondo de mi alma y regresé a Matagalpa”, cuenta Rizo.
Viviendo con su esposa y su hija en Matagalpa, tuvo el sueño de la casa de botellas. En el sueño, vio a una madre, a sus tres hijos y se vio a él mismo entregándoles las llaves de la casa. Atrás de ellos, estaba todo el diseño.

Contactó a un amigo ingeniero para que le hiciera un plano y empezó a recoger botellas y materiales para construir la casa, pero aún no sabía qué familia era la que había visto en el sueño.
Un día se fue con un amigo a la basurera del pueblo a ver en qué condiciones vivían las personas que llegaban a recoger basura. Entonces vio a varios niños esperando camiones de restaurantes para comer los residuos de estos. “Miré a los niños que hicieron un hoyo en la basura, pusieron un plástico y ahí echaron en machigüe (restos de comidas con las que se alimentan a los cerdos) y empezaron a comer”.
A esa basurera, explica Rizo, llegaban a recoger desperdicios las dos hijas de Ana del Carmen. Ahí la conoció. La vio un día que llegó a buscar a sus hijas con su hijo mayor. “Cuando yo vi a la madre con sus niños, sentí que era ella y fui a su casa. No hallaba cómo decirle”, cuenta Rizo.
Sudor, lágrimas y botellas
La casa de botellas de Ana del Carmen Herrera cuando aún estaba en construcción. 


Ana del Carmen se sorprendió, pero también se emocionó con la propuesta de Juan Carlos. Y ambos empezaron a trabajar. Los miembros de la ciudad le ayudaron para que el alcalde de la ciudad les donara un solar para la construcción y lo lograron.
En ese entonces, ella trabajaba como empleada doméstica y Juan Carlos Rizo como bombero en la gasolinera. Cuando ambos salían de trabajar, llegaban al solar para dedicarse a la construcción de la casa de botellas. Rizo pedía dinero, latas y botellas a sus compañeros de trabajo y a los taxistas que llegaban. A todos les hablaba del proyecto.
Las botellas se rellenaban de arena a la mitad y después, por la boquilla, se le metía un palo para compactarla. Después terminaba de rellenarse con la mano. Ana del Carmen llenó una a una la mayoría de las botellas de su casa. “Solo le pedía fuerzas a Dios para que me permitiera llenar la última botella”, indica. Incluso, gracias a la perseverancia de Rizo, el jefe de la Coca Cola en Matagalpa colaboró con cemento, arena, puertas y ventanas para la casa.
La casa fue construida con arena, cemento y unas 16 mil botellas de plástico de todos los tamaños. Tiene cuatro cuartos y el techo es de zinc liso. 


Durante algunos meses, el proyecto se detenía porque no tenían recursos para construir. Ana del Carmen y sus tres hijos se habían ido a vivir a una casita improvisada que había hecho en el solar donde se construía la casa de botellas. Los vecinos colaboraron con plástico, láminas de zinc y algunas tablas de madera.
Juan Carlos muchas veces llegaba desvelado por sus turnos en la gasolinera y aun así, con todas las energías para seguir en la faena de la construcción. Iba a sacar arena del río Grande de Matagalpa para llenar las botellas. Ana del Carmen también llegaba cansada de su trabajo, pero recordaba las veces que la corrían de la casa donde vivía, recordaba cuando le decían que nada de lo que tenía era de ella, que se fuera.

El proyecto inició en 2014. Ana del Carmen asegura que durante dos años llenó botellas. Al principio le ayudaban, pero después la fueron dejando sola y le tocó solo a ella hacerlo.
Hace unos cuatro meses, terminó por fin la construcción de su casa. Aún le faltan puertas y ventanas, pero la estructura está completa. En total, ocuparon 16 mil botellas de plástico de todos los tamaños: de tres litros, dos litros y litro y medio.
Actualmente, Ana del Carmen no tiene trabajo. Una discapacidad en el pie izquierdo le impide seguir siendo el sustento del hogar. El padre de sus hijos solo le ayuda cuando quiere y quien debe buscar el alimento cada día es Fernando José Munguía, de 17 años, su hijo mayor.
Cada día es difícil para Herrera. Sin embargo, está agradecida porque por fin tiene un hogar, a pesar de las dificultades que aún pasa. Pero como hacía cuando estaba cansada, con dolores en la espalda y las piernas, solo le pide a Dios para que le dé fuerzas, de llenar la última botella y seguir adelante.


La casa de botellas está ubicada en Matagalpa, en el barrio Sadrach Zeledón. 


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