La historia de Messi, en el fútbol y en la vida, no ha tenido más secreto que el de levantarse después de caer. Corre, regatea, vuela, maravilla, marca, asiste, lucha y gana. Le derriban una y otra vez, pero no le pueden frenar. Messi, "La Pulga" forjada a base de golpes, es invencible

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Las charlas de café, en una Argentina moderna que añora los botines de los próceres sobre el verde césped, se convierten en epicentro futbolístico cada vez que juega el seleccionado nacional. Confluyen opiniones mientras, entre risas y recuerdos, surgen discusiones: que él planteo esto, el equipo lo otro, que tenemos que ganar porque la gran mayoría de la delegación son estrellas en sus equipos... Algunos beben a sorbos para preparar la garganta y otros prueban bocados para endulzar el estómago, hasta que se oye fuerte la voz del relator. El volumen de la televisión roza el nivel máximo cuando se proyectan imágenes desde algún estadio del mundo donde la camiseta albiceleste tendrá protagonismo. Con un banderín entre sus manos y la cinta alrededor del brazo, aparece Lionel.

Desde la mesa redonda, uno de los presentes interrumpe el momento de emoción al expresar sin un ápice de dubitación que el capitán del Barcelona no está preparado para brillar en nuestro brusco fútbol. Otro, irritado, retuerce su bufanda culé y le desafía: "¡Qué sabe usted, si nunca lo vio en el suelo!". El duelo queda en segundo plano: la disputa será en la confitería. Un enfrentamiento entre un hombre de avanzada edad que supo disfrutar de los históricos y un joven contemporáneo al rosarino. La batalla verbal lleva más de cuarenta y cinco minutos: un grupo pide la cuenta, pero otra facción decide tomar nuevamente el menú, ya que el espectáculo durará un tiempo más.

El purrete, alterado, enseña un vídeo en el que el padre de Thiago y Mateo es golpeado por un defensor rival hasta quedar desparramado en el suelo. "¿Será envidia?", se pregunta mientras realiza un ademán de encoger los hombros. "Como una especie de Chapman y Lennon, de creer que así alcanzarán la fama", suspira por lo bajo. Inmediatamente, sugiere que tal vez el rencor sea un motivo válido: "Se moviliza con gambetas o te humilla con un caño cuando tu concentración está puesta en una jugada y, sin darte cuenta, terminas en el piso". Además sostiene que, cuando un jugador no tiene pericia como su oponente, apela a la forma más rústica existente para detenerlo.

El sujeto que le escucha con atención y de a poco abre su mente decide intervenir en la reflexión: "¿No pensaste que lo hacen como último recurso?". El silencio domina y ya llevan noventa minutos de un empate que no cesa. Piden la hora: la confitería está por cerrar. Nuevamente, el adolescente se impone al preguntar a su contrincante el motivo por el cuál no acepta que el cinco veces ganador del Balón de Oro sufre agresiones por parte de sus rivales y aún así puede resolverlo sin problemas. Abatido, el hombre se recuesta sobre la silla inmerso en nostalgia y baja la mirada.

Luego de unos minutos de adición que les concedió el dueño del local, observa los ojos del chico y le confiesa cuánto le cuesta volver a creer en quienes se calzan la camiseta antes de saltar al campo de juego: "Mi corazón ya no resiste una desilusión más. A muchos los vi nacer, formarse acá, ¿entendés? Y se fueron. ¡Se fueron! ¡No volvieron más!". Toma aire y concluye su idea: "Prefiero no imaginarlo para no perder la esperanza otra vez". Con la vista obnubilada, el juvenil palmea la espalda de su antagonista mientras esgrime: "Quédate tranquilo, que con pocos años pasé lo mismo... Pero te aseguro que es distinto". El anciano le observa confundido mientras él sigue: "Es distinto, de verdad. No pierdas el tiempo imaginando... ¡Disfrútalo! ¡Disfrútalo, abuelo! ¡Messi es único!".

Conmovidos, se funden en un abrazo familiar, aunque el parentesco pareció haber sido marginado durante poco más de noventa minutos, emulando a aquellos jugadores que después de frenar a Lionel Messi con infracciones desean su camiseta. En una contradicción constante de admiración y antipatía, regresan a sus casas, como al final de cada partido se marchan al vestuario correspondiente.

Giuliana Pasquali
@giulipsl