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DESOJANDO UNA MARGARITA


Y los argentinos votamos nuevamente, en especial yo, que soy porteño, y que vengo acumulando dos elecciones más en lo que va del año. Me refiero a la de Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y su respectivo balotage. Corro con ventaja pues ya sufragué un par de veces más y tengo mi pulso afilado y ya estoy canchero para pelar mi documento, hacer cola frente a la mesa, pasar la lengua en el sobre y embocarla en la urna con la misma cancha y orgullo que un candidato frente a las cámaras de televisión.
En realidad tendríamos que estar contentos por esta saludable práctica de elegir autoridades, aunque en esta oportunidad me mando al cuarto oscuro para elegir pre candidatos en unas primarias que marcará tendencia con vistas a octubre. Todo muy lindo, muy democrático, pero a quien voto…?
Sinceramente nunca le di mucha pelota a las votaciones, al hecho de elegir autoridades, léase senadores, intendentes, concejales, diputados o presidentes. Siento que mi voto es poco y nada y no suma, pues siempre el tipo que yo voté terminó perdiendo por varios cuerpos. Nunca le acierto, casi nunca adivino, le pifio al ganador y eso me llena de culpa y me hace replantear si realmente sé algo de política y en definitiva me termino convenciendo que de política no conozco un pomo.
Me cansan los spots publicitarios, la zanata previa al evento, los discursos, las campañas, los cierres de campaña, los programas políticos y las manías de sonreír siempre ante las cámaras, los infaltables besos a los chicos, las caminatas barriales y los debates ausentes como consecuencias de los números de las encuestas que los políticos tienen presentes.
No sé a quién votar, si a los que me ponen los medios como candidatos naturales a ganar, a los cuatro de copas que prometen lo que de seguro no han de cumplir. A los que ya gestionan e hicieron poco y nada, a los que hicieron mucho en su pequeño pago. A los sospechados por corrupción, a los populares o populacheros, a los dueños de los aparatos, a los candidatos mediáticos, artísticos, virtuales o testimoniales. A los que están y no están, al melodrama, a la queja, a la denuncia, a los que representan a los ricos, a los que representan a los pobres, a los lindos y bien vestidos, a los viejos, a los morochos, a los empresarios o profesionales, a los sindicalistas, a los artistas o a los caudillos barriales. No lo sé.
Un sinfín de boletas con números y colores me atormentaran por unos minutos frente a mí a la espera de ser ensobradas. Un sinfín de sueños perdidos, arriesgados, comprometidos o despilfarrados que cada dos años sobrevuelan en cada compulsa, en cada participación popular, en la única posibilidad de cambio de que dispongo para que todo cambie o para que nada cambie.
Cada dos años desojo la margarita del destino de mi país. Cada dos años me mienten, me convences, me empaquetan, me presionan, me emocionan y me seducen por un voto, por mi voto, que casi no sirve para nada, que es solo un número en el infinito, una intención, un tiempo perdido. Y yo voto y lo hago por amor, por obligación, por un sello, por una ilusión sin final feliz, por el sistema, por mis viejos y por mis hijos, por una patria más cercana a mi familia que a las otras familias, que al resto del país. Voto para recuperar un domingo perdido, para justificarlos.Votaré por la historia, por aquellos que alguna vez no pudieron hacerlo, por lo que murieron por hacerlo, por los que impidieron o sueñan con impedir que yo lo haga. Votaré por los pibes, por los abuelos, por los próceres que no conocí y por aquellos que sí conocí, como Favaloro o los Héroes de Malvinas. Votaré por Dios, por la honestidad, por el valor de la palabra y por una cosa que he venido mamando desde muy pequeño y que sigo sosteniendo a pesar de mi ostensible y persistente pesimismo y mi particular ausencia de fe en los argentinos, votaré por la Argentina y esta vez, de seguro voy a ganar.


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