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EL GUARDA DE MI BOCA

El arma más letal de este mundo es la lengua y las palabras sus balas mortíferas. (Anónimo)

Si no hubiere malas palabras las inventaríamos de tanto que necesitamos expulsar Nuestra bilis. ¡Oh sí! ya sé que eso solo le pasa a los demás, nosotros somos inmunes a tales barbaridades pero no nos engañemos, no es verdad nosotros somos tan propensos a verter veneno de nuestra boca como los demás.

El dolor nos lleva, a veces a perder el control y a lo primero que cedemos en estas circunstancias es a nuestra lengua quien obedece a nuestros pensamientos. Si bien es difícil negarse a pensar sí es posible dominar nuestra facundia antes de que se transforme en verborrea damnificadora. El control de nuestras palabras es tan o más importante que el de nuestra mente porque si bien aquello que pensamos puede quedar en el anonimato de nuestro interior, todo aquello que expulsamos hacia los demás no tiene vuelta atrás.

Las heridas más difíciles de curar son aquellas que siguen supurando, y las del corazón suelen ser de este calado. Cuando nuestra confianza, nuestro amor, nuestra entrega, se sienten heridos por los demás, suele nacer en nosotros, resentimiento, odio, amargura. Pero si nos lo paramos a pensar la culpa de nuestro estado no es de los demás, es nuestra porque todo es ser fruto de nuestro amor y Jesús nos ha enseñado que el amor no espera nada a cambio, no reclama nada a cambio. Pero eso es muy difícil para el ser humano, no cobrarse el amor que pretendemos dar.

La respuesta es tan sencilla como inapelable, el amor no es una inversión es una donación a fondo perdido. ¡¡¡A fondo perdido sí, pero para corazón ganado!!!

Debo reconocer que todo esto es verdad pero cuando llega la hora de ponerlo a prueba, a través de mis propias decepciones, desilusiones o incluso tras sentirse uno traicionado por un ser amado, me es sumamente difícil resistir y maniatar mi lengua. Es como si necesitara justificarme ante el dolo que padezco. Pienso: no debo comentar estas cosas pero siempre llega un momento en el que mi mente, mi corazón herido me arrastran hacia la necesidad de expresar mi dolor. Eso no lo hace más llevadero y puede contribuir a herir a los demás y a mantener el fuego del dolor más vivo que muerto. Lo sé y lucho contra ello pero no me es fácil, por ello clamo al Señor que me dé fuerza, cordura, humildad para combatir estos momentos porque sé que solo con Él lo superaré.

¿Y sabéis qué? Funciona, los años y la intervención de Dios en mi vida, me han enseñado a acercarme a Jesús y a confiar en Él para todo aquello que soy incapaz de dominar. Y mi lengua es probablemente el elemento más relevante. Mi soberbia ha ido disminuyendo y aunque esté presente en mi tiene buen guardián, Jesús. Gracias a Él he aprendido a callarme más que hablar cuando me siento herido. He aprendido a pedir a Dios que perdone a aquel que me ha hecho daño y si bien yo lo intento con todo mi corazón solo confío en Jesús para el perdón.

No somos perfectos, esta evidencia, que podría hacernos reír de lo pueril que es, la obviamos cuando pretendemos con palabras y razonamientos justificar nuestros pecados. Esfuerzo inútil ante nuestro Padre que nos conoce mucho más allá de lo que nosotros somos capaces.

Hay que aprender a dominar nuestra lengua a través de Jesús y acabaremos siendo de verdad sal y luz en este mundo. La buena noticia es que hay esperanza porque si prestamos atención a nuestro alrededor encontraremos, en medio de los provocadores de la lengua, ángeles del Señor, personas que destilan amor, compasión, humildad sin condiciones ni peticiones. Personas que son ejemplo a seguir, las hay, las conozco, y eso anima un montón.

La lengua y sus palabras son una manifestación fundamental de la diferencia entre Dios y el hombre, nosotros las necesitamos, Dios no porque Él es el verbo.

Señor, te lo ruego de todo corazón, pon guarda a mi boca y no permitas que ceda a mi condición. Amen.

Pon guarda a mi boca, oh Jehová; Guarda la puerta de mis labios. (Salmos 141:3)
Que Dios os bendiga, Alfons
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