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Relato erótico: “Pasión conyugal. Parte III”

Seguimos con la apasionante y apasionada historia de Alex y Sharon, una joven pareja que vive una relación llena de frenesí. Y disfrutamos de ella gracias a una seguidora de la página.

Una semana más tarde, Sharon entraba en el gimnasio que le habían recomendado y que estaba situado en una de las calles que corrían paralelas a Oxford Street. Según su amiga, el local tenía una larga lista de clientes y era muy popular sobre todo entre los hombres de negocios de clase alta, porque uno de sus propietarios era Anthony Bellamy, un conocido abogado especializado en contratos financieros, y eso era un punto a su favor, pero sin duda lo que terminó de convencer a Sharon era que el local en cuestión disponía de una sala privada que estaba equipada con un cuadrilátero de boxeo.

En el mostrador le atendió un joven bastante musculoso, ataviado con una malla y pantalones de deporte, que le entregó los formularios necesarios para que ella y su marido pudiesen hacerse socios. Ella se mostró conforme, y le expresó su agradecimiento cuando él se ofreció a enseñarle las instalaciones, aunque realmente estaba interesada en el piso inferior, así que el empleado le hizo un rápido recorrido, para después acompañarla escaleras abajo hasta el sótano.

A Sharon le gustó mucho lo que vio, pues era un espacio bastante amplio en el que destacaba un ring que reconoció como uno de los más caros del mercado, además de varios sacos colgados en paralelo, y de otros aparatos similares.

– ¿Qué le parece? – le preguntó el monitor, que estaba junto a ella- Todo es de primera calidad.

– Me gusta –asintió ella dándole la razón. Algunos años atrás ella y Alex estuvieron mirando modelos y precios de diferentes ring de boxeo, con la idea de instalar uno en casa, por eso sabía que este era muy bueno, tal como afirmaba el empleado.

– En esta sala pueden practicar a solas, aunque también ofrecemos la posibilidad de disponer de un entrenador personal, si en algún momento quieren solicitarlo –continuó explicándole el monitor-. Y aquella puerta del fondo da acceso a un cuarto de baño, así no necesitarían subir a los de la planta de arriba.

-Subamos, creo que me voy a inscribir ahora mismo –declaró ella, que estaba segura de haber encontrado el lugar ideal que les permitiría combinar el deporte con el placer.

Sharon no tardó demasiado en rellenar los formularios, luego salió a la calle y cogió un taxi para regresar a casa. Durante el trayecto sonrió al imaginar la reacción de Alex cuando le contase lo del nuevo gimnasio, seguro que le alegraría tanto que la cabalgaría de nuevo sobre la alfombra. Estaba segura de que pocas mujeres podrían presumir de haber hecho el amor sobre un tapiz que costaba una pequeña fortuna, y no solo una, sino varias veces. El coche redujo la velocidad y tras pagarle al taxista vio luz a través de la ventana del segundo piso, así que fue allí hacia donde se dirigió. Dejó la bolsa de deporte en la entrada y subió las escaleras de dos en dos.

-¡Hola! –saludó esperando encontrar a su marido sentado delante del ordenador.

– Hola, preciosa –la saludó Alex desde su posición en el suelo, con una sonrisa traviesa en la cara.

Sharon se quedó callada mientras contemplaba a su marido, que iba vestido con una camiseta azul que le marcaba los músculos del torso y unos calzoncillos en los que se apreciaba su entrepierna abultada. Había extendido la alfombra sobre el parqué y estaba sentado con las piernas cruzadas, exponiendo sus velludas y fuertes piernas.

– ¿Admirando tu trofeo? –le preguntó mientras se acercaba hasta colocarse justo delante de él.

– Mi botín eres tú –contestó él con una sonrisa socarrona, mientras ponía una de sus grandes manos sobre el muslo y lo acariciaba de arriba abajo- ¿No estarías más cómoda sin toda esta ropa encima?

– Eres incorregible – suspiró ella al notar cómo sus fuertes manos le palpaban la cara interna de los muslos y bordeaban su zona más erógena, haciendo que el poco vello de sus piernas se pusiera de punta.

– ¿Vas a contarme lo que has estado haciendo toda la tarde o tengo que adivinarlo? –preguntó él.

-Vas a tener que convencerme con buenos argumentos, ¿sabes? –contestó en tono seductor.

-¿Por ejemplo? – la provocó acariciándose su enorme falo por encima de los calzoncillos.

-¿Eso es por mí, o por las ganas que tienes de hacerlo sobre la alfombra?

-Nena, esta alfombra simplemente forma parte de la diversión – explicó él, rozando con su dedo índice el trocito de tela que recubría su exquisita hendidura- Y realmente me encantaría volver a poseer tu exquisito cuerpo sobre ella.

Sharon no esperó a que se lo repitiese, cerró los ojos y le rodeó el cuello con los brazos mientras se dejaba caer sobre la mullida alfombra, donde continuaron comiéndose la boca durante varios minutos. Alex le levantó la camisa y tras desabrocharle el sujetador, le acarició aquellos perfectos pechos con las palmas de las manos, abarcando con ellas toda la superficie nacarada, derramó pequeños besos por toda la curva de sus senos, y lamió con la punta de la lengua cada una de las rosadas areolas, hasta que intuyó que ella estaba lo suficientemente excitada. Entonces tiró de la cinturilla de la falda hasta quitársela junto a los zapatos.

-¿Estás ya lo bastante caliente por aquí? –preguntó él palpándole su ya anhelante sexo. Cuando ella emitió un suspiro, él volvió a lamerle los pezones y a restregar su bajo vientre contra su exquisita grieta, haciendo que su polla se endureciese.

-¡Oooh! –jadeó ella al sentir cómo su miembro pugnaba por atravesar el tejido y clavarse en su interior.

-Aún no, cariño –murmuró él para sorpresa de ella- Quiero que te levantes, amor.

-¿Levantarme? –acertó ella a preguntar entreabriendo los ojos.

-Yo te ayudo – se ofreció él con la más malévola de sus sonrisas.

-No será necesario – aseguró ella, que en cuanto se puso en pie, se desprendió de la blusa y el sujetador, quedándose con aquel minúsculo triángulo que apenas le cubría el pubis.

Alex se puso de rodillas frente a ella y empezó a bajarle las braguitas a lo largo de sus muslos y pantorrillas, las tomó entre sus manos y se las llevó a la nariz para inspirar su íntimo aroma, después las enrolló y las lanzó a un lado.

-¡Qué bien hueles! – elogió con la mirada clavada en el punto más íntimo de su anatomía.

Tenía la boca tan cerca que Sharon sentía el roce de su aliento allí abajo. Su respiración se hizo más agitada y su sexo se humedeció cuando él le agarró el culo y comenzó a lamerla trazando senderos de placer por todo su sexo, mientras clavaba sus dedos en la tierna carne de sus glúteos, haciendo que ella jadease, enredase los dedos en su pelo y le acariciase el cuero cabelludo, alentándole a que prosiguiese con los apasionados lametones que tanto placer le estaban dando. Continuó adorando el altar de su excitada feminidad, lamiéndola y chupándola, rozando la delicada carne con la punta de su lengua, hasta que una ardiente llama recorrió el cuerpo femenino y ella disfrutó de un glorioso orgasmo. Alex acogió entre sus brazos el cuerpo desmadejado de su mujer cuando esta se dejó caer sobre su regazo, y con infinita ternura la depositó encima de la alfombra.

Ella observó a través de sus espesas pestañas cómo él se desnudaba y se tendía junto a ella sobre aquel suave mosaico en el que ya la había poseído anteriormente. La cubrió de besos en los pómulos y la barbilla, le lamió el cuello y repasó la silueta de sus senos, al mismo tiempo que le metía dos dedos dentro de la vagina, frotándolos rápidamente, sintiendo cómo el cuerpo de Sharon se tensaba de placer.

Alex se subió encima de ella y colocó el glande justo en la abertura de su vientre, mientras la miraba con su sonrisa más íntima y lisonjera, la que le dedicaba exclusivamente a ella, como si estuviese pidiéndole permiso para hundirse en su mágico interior, y era ese el momento de mayor satisfacción personal y sexual para ambos, pues al hacer el amor, reafirmaban con cada átomo de su ser que se pertenecían mutuamente. Alex tanteó la sensible carne de su clítoris con la punta de su polla antes de deslizarse en su interior, que lo engulló y lo mantuvo fuertemente aprisionado mientras él comenzaba a penetrarla con lentos movimientos. Sharon enredó sus delicados dedos entre los rizos del hirsuto vello de su pecho, mientras que con sus piernas se aferraba a su cintura.

-Nena, no voy a aguantar –le siseó al oído con la voz rota.

-Aaah –exclamó ella, que en ese mismo momento sintió la familiar ráfaga de placer que la recorría por completo, haciéndole temblar y gritar de gozo, lo cual era la gota que faltaba para que Alex abandonase toda resistencia y la inundase con su semilla.

Sharon abrazó a su marido cuando él se recostó encima de ella, ese cuerpo que tanto placer le había dado estaba perlado de sudor, su corazón latía como un caballo desbocado y su respiración parecía más agitada que de costumbre.

-¿Te ha gustado? –le preguntó ella.

-Sí, ¡ah!, estoy… perfecta… men…te –balbuceó él, debido a la intensidad del deseo.

-¿Te encuentras bien? – insistió Sharon sin ocultar la inquietud en la voz.

Alex se conmovió al reconocer la preocupación que emanaba de su mujer y que teñía de incertidumbre sus preciosos ojos, revelando un amor tan profundo que le hizo enardecer el corazón.

-Gatita –murmuró antes de darle un beso en cada uno de los párpados- Se me ha ocurrido una idea para nuestro dormitorio.

-Debí imaginarme que se trataba de algo así –reflexionó ella acariciándole el pelo, la cara y la barbilla. Alex atrapó uno de sus dedos y lo lamió juguetonamente, mientras salía de su interior.

-¿Qué clase de idea? –preguntó ella en medio de un suspiro de deleite, presintiendo que su marido aún no había hecho más que empezar.

-¿Por qué no vas a verlo tú misma? –Sugirió él saliendo de ella y rodando encima de la alfombra-. Te prometo que si no te gusta lo quitaré.

-¿Existe alguna posibilidad de que no me guste? –preguntó ella burlonamente-. Ahora has despertado mi curiosidad.

-Las damas primero –le retó él con la mejor de sus provocadoras sonrisas. Cuando ella se levantó para marcharse, él se puso de rodillas y le dio un beso en las nalgas. Ella disfrutó con sus mimos, pero enseguida se desasió de su abrazo y se alejó de él.

-Si quieres jugar conmigo será mejor que me guste lo que sea que hayas preparado – comentó con coquetería desde el marco de la puerta.

Alex aguardó dos minutos antes de levantarse para seguir los pasos de su mujer. La puerta estaba entreabierta y por ella se filtraba una tenue luz que iluminaba su esbelta silueta que permanecía de pie con los brazos en jarras. Él titubeó un momento al contemplar la rigidez de su espalda, pero cuando ella se dio la vuelta y le mostró una sonrisa traviesa, suspiró aliviado.

Continuará…

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