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¿Qué sabemos realmente del Santo Grial y la Lanza Sagrada?

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¿Qué sabemos realmente del Santo Grial y la Lanza Sagrada?


La leyenda del Grial ha sido, desde la Edad Media, fuente de inspiración para poetas, escritores y músicos. El primero en mencionarla fue Chrétien de Troyes, a comienzos del siglo XII, en un largo poema titulado Parsifal o el cuento del Grial, cuya acción transcurre en la corte del legendario rey Arturo. ¿Se basa esta leyenda en hechos históricos? En realidad no se sabe si esta leyenda tuvo sus orígenes en Europa, en Arabia o en Asia. Pero aún es mayor la incógnita sobre lo que realmente era el Grial. Se cree que tal vez fue la copa de que se sirvió Jesucristo en la cena de Jueves Santo, o quizás el vaso en el que fue recogida la sangre de Jesús crucificado. Pero incluso se ha especulado con que pudiese ser una piedra filosofal de origen celeste. También se interpreta que sería la fuente de la suprema sabiduría, que habría de dar el dominio sobre todo la Tierra a quien lograse alcanzarla. Esta última hipótesis se basa en las misteriosas tradiciones surgidas en torno del orden del Temple. También entre los misteriosos cátaros se hallan alusiones al Grial. La religión de los cátaros, o albigenses, llegó a Europa occidental desde Europa oriental a través de las rutas comerciales, de la mano de religiones maniqueas desalojadas por Bizancio. Estas religiones se asentaron en Occidente y se propagaron por distintos países, principalmente en el Languedoc, situado en el Sur de Francia.  Por ello, los albigenses recibían también el nombre de búlgaros (bougres) y mantenían vínculos con los bogomilos de Tracia, con cuyas creencias tenían muchos puntos en común y aún más con la de sus predecesores, los paulicianos. Sin embargo, es difícil formarse una idea exacta de sus doctrinas, ya que existen pocos textos cátaros. Los pocos que aún existen, como el Rituel cathare de Lyon y el Nouveau Testament, en lengua provenzal, contienen escasa información acerca de sus creencias y prácticas. Pero se sabe que los cátaros contaban con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón, especialmente el conde de Tolosa, Raimundo VI. Tal como hemos indicado, una de las versiones más extendidas sobre el Santo Grial es la que supone que fue la copa usado por Jesucristo en la Última Cena. La relación entre el Grial, el Cáliz y José de Arimatea procede de la obra de Robert de Boron, Joseph d'Arimathie, publicada en el siglo XII. Según este relato, Jesús, ya resucitado, se aparece a José para entregarle el Grial y ordenarle que lo lleve a la isla de Britania.

Siguiendo esta tradición, autores posteriores cuentan que el mismo José usó el cáliz para recoger la sangre y el agua emanadas de la herida abierta por la lanza del centurión en el costado de Cristo y que, más tarde, en Britania, estableció una dinastía de guardianes para mantenerlo a salvo y escondido. Robert de Boron fue un poeta francés de los siglos XII y XIII, nacido en la aldea de Boron, en la vecindad de Montbéliard. Sobreviven dos poemas que Boron escribió en versos octosílabos. Se trata de Joseph d'Arimathe (José de Arimatea) y Merlin. De este último, se conservan solamente algunos fragmentos, e interpretaciones posteriores en prosa. Se cree que los poemas eran parte de una obra de tres o cuatro trabajos, que reseñaban las aventuras del rey Arturo y su relación con el Santo Grial. Posiblemente el tercero era un poema dedicado a Percival, y el cuarto a la muerte del rey Arturo, con el título Mort Artu. Robert de Boron fue el primer autor en dar al mito del Grial una dimensión explícitamente cristiana. De acuerdo a Boron, José de Arimatea usó la copa de la última cena para recoger las gotas de sangre que Jesús de Nazaret derramó en la cruz, y llevó la copa a Ávalon, identificado con Glastonbury, en Inglaterra, donde el Grial estuvo oculto hasta la llegada del rey Arturo y su caballero Percival (o Perceval). Lo que se sabe de la vida de Boron se ha deducido a través de sus escritos. En José de Arimatea, Boron se refiere a sí mismo algunas veces como caballero (messires), y menciona que estaba al servicio de Gautier de Mont Belyal. Pierre Le Gentil, medievalista e hispanista francés, cree que este personaje era Gautier de Montbéliard, quien en 1202 participó en la Cuarta Cruzada, y murió en Palestina en 1212. La búsqueda del Santo Grial es un importante elemento en las historias relacionadas con el Rey Arturo, tales como el Ciclo Artúrico o Materia de Bretaña, donde se combinan la tradición cristiana con antiguos mitos celtas referidos a un caldero divino. Otras leyendas acerca del Grial se entrecruzan con las relativas a las distintas copas antiguas que se consideran el Santo Cáliz.  De todas las leyendas que animan aún nuestros sueños, la del Grial permanece como una de las más vivas en la mente de una gran mayoría. No son sólo los relatos de Wagner en su opera «Parsifal», sino también aquellos a quienes obsesiona la larga búsqueda de un caballero pleno de esperanzas.

El Grial pertenece ciertamente al patrimonio intelectual de Europa. Pero sus encantos parecen haber embriagado a los poetas árabes que, a su vez, habían recogido las tradiciones de la lejana Asia. Parsifal es una ópera en tres actos con música y libreto en alemán de Richard Wagner. El compositor lo calificó de «Festival Escénico Sacro». Esta ópera se basa en el poema épico medieval del siglo XIII Parzival  (Perceval), de Wolfram von Eschenbach, sobre la vida de este caballero de la corte del Rey Arturo y su búsqueda del Santo Grial. Wagner concibió la obra en abril de 1857, pero sólo la completó 25 años después, estrenándose en el Festival de Bayreuth el 26 de julio de 1882. Al estreno asistirían, entre otros, Vincent d'Indy, destacado compositor y profesor de música francés, y Ernest Chausson, compositor romántico francés. Wagner leyó por primera vez el poema de Wolfram von Eschenbach en Marienbad en 1845. Influenciado por la concepción filosófica del mundo contenida en los trabajos de Arthur Schopenhauer en 1854, Wagner se mostró interesado en las filosofías orientales, particularmente el budismo. Tras leer la obra de Eugène Burnof, Introduction à l'historie du buddhisme indien, en 1855, escribió Die Sieger (Los victoriosos, 1856), un boceto de una ópera basada en una historia de la vida de Buda. Son temas que luego serían explorados en Parsifal al tratar sobre la reencarnación, la compasión, la renuncia a uno mismo e incluso los grupos sociales, como castas. Todos estos temas fueron introducidos en Die Sieger. De acuerdo con su propio relato, recogido en su autobiografía Mein Leben, Wagner concibió Parsifal en la mañana del Viernes Santo de 1857, en la residencia que Otto von Wesendonck, rico comerciante de sedas y generoso patrón, había dispuesto para Wagner. Parece probable que el que Wagner dijera que se había inspirado en un Viernes Santo para componer la ópera no sea más que una licencia poética. Sea como sea, se acepta que el trabajo comenzó en la residencia que le había cedido Otto von Wesendonck durante la última semana de abril de 1857. Tras este primer boceto, Wagner no volvió a trabajar en Parsifal durante ocho años, durante los cuales completó Tristán e Isolda y empezóLos maestros cantores de Núremberg.  Entre el 27 y el 30 de agosto de 1865, Wagner retomóParsifal y completó un pequeño boceto de la obra. Este boceto contenía un breve resumen del argumento y detallados comentarios sobre los personajes y temas del drama. Una vez más, el trabajo fue abandonado durante otros once años y medio. Durante este tiempo, Wagner dedicó la mayor parte de sus energías al ciclo del El anillo del nibelungo, el cual completó en 1874. Sólo cuando su gran obra fue estrenada, Wagner encontró tiempo para dedicarse aParsifal.

El 23 de febrero de 1877 terminó un segundo y más extenso boceto de la obra, que el 19 de abril del mismo año había transformado en un libreto en verso, o «poema», como Wagner prefería llamar a sus libretos. En septiembre de 1877 empezó la música componiendo dos bocetos de la partitura desde el comienzo hasta el final. El primero de estos borradores, conocido en alemán como Gesamtentwurf, fue hecho a lápiz en tres pentagramas, uno para la voz y dos para los instrumentos. El segundo borrador (Orchesterskizze) fue realizado en tinta y con tres a cinco pentagramas según la parte. Este boceto estaba mucho más detallado que el primero y contenía un grado considerable de elaboración de la parte instrumental. El segundo borrador lo inició el 25 de septiembre de 1877, solo pocos días después del primero. En ese momento de su carrera, a Wagner le gustaba trabajar en los dos borradores a la vez, cambiando entre uno y otro. Una vez acabados los borradores, Wagner terminaba la partitura final (Partiturerstschrift). Wagner compuso los actos de Parsifal de uno en uno, y hasta que no terminaba completamente uno no pasaba al siguiente. La opera Parsifal se inicia en un bosque, cerca del castillo de Monsalvat, sede del Grial y sus caballeros. Este es el castillo Munsalväsche oMontsalvatMonte de la Salvación, al que se ha querido identificar con la última fortaleza de los Cataros, Montsegur. Pero a Montsalvat solo puede llegar a él aquél que ha sido elegido. En la opera Lohengrin, de Wagner, el héroe en el relato del Grial dice: "en país lejano, inaccesible para vuestro paso, hay un castillo". Gurnemanz, el mayor de los caballeros del Grial, despierta a sus jóvenes escuderos y los guía en la oración. Ve a Amfortas, rey de los caballeros del grial, y su séquito que se acercan. Amfortas ha sido herido por su propia lanza, que no es sino la Lanza Sagrada con que Longinos abrió la llaga del costado de Cristo, y la cual debía custodiar. Y la herida no se cura. Gurnemanz pide a su caballero principal noticias de la salud del rey, y le dice que el rey ha sufrido durante la noche y que se irá temprano a bañarse en el lago sagrado. Los escuderos piden a Gurnemanz que les explique cómo puede sanarse la herida del rey, pero él elude la cuestión. Entonces entra una mujer enloquecida, llamada Kundry. Ella entrega a Gurnemanz un bálsamo, traído de Arabia, para aliviar el dolor del rey, y luego se derrumba, agotada. Llega Amfortas, tumbado en una camilla que sostienen caballeros del Grial.

Entonces llama a Gawain, cuyo intento de aliviar el dolor del rey había fracasado. Pero le dicen que Gawain se ha vuelto a marchar, en busca de un remedio mejor. Alzándose un poco, el rey dice que marcharse sin permiso es el tipo de impulsividad que le llevó a él al reino de Klingsor y causó su caída. Acepta la poción de Gurnemanz e intenta agradecérselo a Kundry, pero ella contesta apresuradamente que las gracias no ayudarán, y le insta a que vaya a bañarse al lago sagrado. Entonces se marchan en procesión hacia el lago sagrado. Los escuderos sospechan de Kundry y le hacen preguntas. Después de una breve réplica, ella se calla. Gurnemanz les dice que Kundry ha ayudado muchas veces a los caballeros del Grial, pero que ella va y viene de manera impredecible. Cuando él le pregunta directamente por qué ella no se queda para ayudar, responde «¡Nunca ayudo!». Los escuderos creen que ella es una bruja y desdeñosamente comentan que si ella puede hacer tanto, por qué no encuentra la Lanza Sagrada para ellos. Gurnemanz revela que esta hazaña está destinada a otra persona. Dice que a Amfortas se le confió ser guardián de la Lanza Sagrada, pero la perdió cuando fue seducido por una mujer irresistiblemente atractiva. Klingsor es un personaje de la ópera Parsifal del compositor alemán Richard Wagner (1813-1883). Era un caballero de la Orden del rey Amfortas. Incapaz de controlar su propia libido se castró a sí mismo y fue expulsado de la Orden con desprecio. Exiliado al desierto, por arte de magia Klingsor construyó allí una tierra de placeres, repleta de flores diabólicas, y desde entonces intenta atrapar allí a los caballeros para conseguir su reino. Cuando Titutel, ya anciano, entregó la insignia del soberano a su hijo Amfortas, éste, en el ardor de la juventud, intentó combatir al diablo de Klingsor, a cuyo reino se dirigió llevando la Lanza Sagrada con él. Pero, seducido por una mujer, se convirtió en una flor del infierno y la lanza cayó en poder de Klingsor, quién se la clavó a Amfortas en el costado, provocándole una herida que sólo la propia lanza puede curar. Todos aquellos que intentaron recuperarla de manos del brujo, también han sucumbido. Sin embargo, el Grial ha profetizado que un día llegará un hombre puro y gran conocedor de la pena.

Volviendo al relato de Parsifal, los escuderos regresan del baño del rey en el lago sagrado y le dicen a Gurnemanz que el bálsamo ha aliviado su sufrimiento. Los propios escuderos de Gurnemanz le preguntan cómo es que conoce a Klingsor. Solemnemente les dice que tanto laLanza Sagrada, como el Santo Grial, en el que se recogió la sangre que fluía, habían llegado a Monsalvat para ser guardados por los caballeros del Grial bajo el dominio de Titurel, el padre de Amfortas. Klingsor anhelaba pertenecer a la congregación de los caballeros, pero, tal como hemos indicado antes, fue expulsado de la orden. Klingsor entonces se volvió enemigo del reino del Grial, aprendiendo artes oscuras. Estableció sus dominios en un valle cercano a Monsalvat y lo ha llenó de bellas doncellas-flores que trataban de seducir y embelesar a los caballeros del Grial para hacerlos perecer. Allí fue donde Amfortas perdió la Lanza Sagrada, conservada por Klingsor, que trama entonces conseguir también el Santo Grial. Gurnemanz les explica que más tarde Amfortas tuvo una visión en que se le comunicó que esperara a un «casto inocente, iluminado por la compasión», quien finalmente curará su herida. Justo en este momento se oyen gritos de los caballeros, que dicen «¡Dolor! ¡Dolor!»). Un cisne en vuelo ha sido alcanzado por una flecha y ha caído abatido a tierra. Traen a un joven, que en realidad es Parsifal, con un arco en su mano y un carcaj con flechas, que son iguales a la que alcanzó al cisne. Gurnemanz habla severamente al muchacho diciéndole que aquel es un lugar santo. Le pregunta directamente si disparó contra el cisne, y el muchacho presume de que él puede acertarle al vuelo. Gurnemanz le pregunta qué daño le había hecho el cisne, y muestra al joven el cuerpo sin vida de esta ave benefactora. Con remordimientos, el joven rompe su arco, arrojándolo a un lado. Gurnemanz le pregunta por qué está aquí, quién es su padre, cómo encontró este lugar y, finalmente, su nombre. A cada pregunta el muchacho responde «No lo sé». El caballero aleja a sus escuderos para que vayan a ayudar al rey y ahora pregunta al muchacho qué es lo que él sí sabe. El joven dice que tiene una madre, Herzeleide, y que el arco lo hizo él mismo. Kundry había estado escuchando y ahora les dice que el padre del muchacho fue Gamuret, un caballero muerto en batalla. También dice que la madre del muchacho ha prohibido a su hijo usar una espada, temiendo que tenga el mismo destino que su padre. Ahora el joven recuerda haber visto caballeros pasar por delante de su bosque, por lo que él dejó su casa y su madre para seguirlos. Kundry se ríe y le dice al joven que, mientras ella cabalgaba, vio a Herzeleide morir de pena. Al oír esto, el muchacho se lanza contra Kundry, pero entonces cae conmovido por la pena. La propia Kundry le ofrece agua para reconfortarlo y ahora Kundry, cansada, sólo desea dormir y desaparece entre la maleza.

Gurnemanz sabe que el Grial sólo dirige a las personas que son pías a Monsalvat e invita al muchacho a observar el ritual del Grial. El joven no sabe lo que es el Grial, pero señala que mientras ellos caminan, él apenas parece moverse, y aun así parece que viaja lejos. Gurnemanz dice que en este reino, el tiempo se convierte en espacio. Curiosa observación, como si este reino estuviese en la cuarta dimensión, en que el tiempo se convirtiese en una dimensión equivalente a nuestro espacio. Llegan al salón del Grial, donde los caballeros se están reuniendo para recibir la Eucaristía, en «esta última cena santa». Se oye la voz de Titurel, diciendo a su hijo Amfortas que descubra el Grial. Pero Amfortas está atormentado por la vergüenza y el sufrimiento. Es el guardián de estas sagradas reliquias pero, aun así, ha sucumbido a la tentación y ha perdido la lanza. Declara que él no es merecedor de su cargo. Grita pidiendo perdón, pero sólo oye la promesa de la redención futura a través de un inocente. Al oír el grito de Amfortas, el joven parece sufrir con él. Los caballeros y Titurel urgen a Amfortas a poner de manifiesto el Grial, lo que él finalmente hace. El oscuro salón queda ahora bañado de la luz del Grial al tiempo que los caballeros comen. Gurnemanz empuja al joven para que participe, pero el muchacho parece en trance y no sigue. Amfortas no comulga y, al finalizar la ceremonia, cae transido de dolor y lo sacan. Lentamente se va vaciando el salón dejando sólo al muchacho y a Gurnemanz, quien le pregunta si ha comprendido lo que ha visto. Cuando el muchacho es incapaz de responder, Gurnemanz lo despide considerándolo tonto y le envía una advertencia, permitiéndole cazar gansos, si fuese necesario, pero ha de dejar en paz a los cisnes. Una voz desde lo alto repite la promesa, «El casto inocente, iluminado por la compasión». El segundo acto se abre en el castillo mágico de Klingsor, quien conjura a Kundry, despertándola de su sueño. La llama por muchos nombres: Primera Hechicerala Rosa del InfiernoHerodías,Gundryggia y, finalmente, Kundry. Ella se resiste a obedecerle y se burla de la castración de Klingsor, preguntando sarcásticamente si él es casto. Pero ella no puede resistir su poder. Klingsor observa que Parsifal se acerca, y llama a sus caballeros encantados para que luchen contra el muchacho. Klingsor ve cómo Parsifal derrota a los caballeros, que emprenden la huida. Klingsor ve al joven dirigirse al jardín de doncellas-flores y llama a Kundry para que busque al joven y lo seduzca. Pero cuando él se gira ve que Kundry ya ha salido a cumplir su misión.

El triunfante joven se encuentra en un jardín encantado, rodeado por bellas y seductoras doncellas-flores. Lo llaman y le rodean, mientras le riñen por haber herido a sus caballeros amantes. Pronto las doncellas-flores luchan entre sí para ganarse la devoción exclusiva del joven, hasta el punto de que él intenta escaparse, pero una voz lo llama, "Parsifal!". Recuerda entonces que es éste el nombre que su madre usa cuando se le aparece en sueños. Las doncellas-flores retroceden y le llaman tonto mientras lo abandonan y lo dejan a solas con Kundry, que aparece bellísima y seductora. Él se pregunta si este jardín es un sueño y pregunta cómo es que Kundry sabe su nombre. Kundry le dice que lo aprendió de su madre. Su madre lo había amado e intentado proteger del destino de su padre, que la había abandonado, y ella, Herzeleide, había muerto de pena. Tras estas revelaciones de Kundry, el joven queda dominado por el remordimiento, culpándose a sí mismo por la muerte de su madre. Comprende cuán estúpido ha sido olvidándola. Kundry dice que darse cuenta de esto es un primer signo de comprensión y que, con un beso, ella le puede ayudar a comprender el amor de su madre. En ese instante, Parsifal toma conciencia del dolor de Amfortas, y grita su nombre como si lo llamase. Siente el dolor del rey herido ardiendo en su propio costado, y ahora entiende el sufrimiento físico y moral de Amfortas durante la ceremonia del Grial. Lleno de compasión, Parsifal rechaza las proposiciones de Kundry. Furiosa al ver que sus intentos fracasan, Kundry le dice a Parsifal que si puede sentir compasión por Amfortas, debería entonces ser capaz de sentir compasión por ella también. Ella ha sido maldita durante siglos, incapaz de descansar, porque vio al Salvador portando la Cruz camino del Calvario y se rió de su dolor. Ahora ella nunca puede llorar, sólo reírse, y está también esclavizada por Klingsor. Parsifal la rechaza de nuevo y le pide que lo guíe hasta Amfortas. Kundry le ruega que se quede con ella aunque sólo sea por una hora, y luego lo llevará ante Amfortas. La vuelve a rechazar, y entonces Kundry lo maldice a vagar sin encontrar jamás el Reino del Grial. Finalmente ella llama a su maestro para que la ayude. Klingsor aparece y arroja la Lanza Sagrada a Parsifal, pero se detiene en mitad del aire, por encima de su cabeza. Parsifal la coge y hace el signo de la Cruz. El castillo se desmorona y mientras él emprende su marcha, le dice a Kundry que ya sabe dónde podrá encontrarlo de nuevo.

Tras un nuevo preludio orquestal, que simboliza el retorno de Parsifal, el tercer acto se abre como el primero, en el dominio del Grial, pero muchos años después. Gurnemanz aparece envejecido. Oye lamentos cerca de su cabaña de ermitaño y descubre a Kundry inconsciente en la maleza, como había ocurrido años atrás. La revive usando agua del Santo Manantial, pero ella sólo pronuncia la palabra «servir». Gurnemanz presiente que hay algún significado en su reaparición en este día. Mirando al bosque, ve que se acerca un personaje, recubierto de armadura negra y el rostro cubierto por el yelmo. Trae consigo una lanza, pero no puede saber quién es. Gurnemanz se lo pregunta, sin obtener respuesta. Finalmente el recién llegado, desprovisto del yelmo, es reconocido por el anciano Gurnemanz como el muchacho que disparó al cisne, y observa con alegría que trae consigo la Lanza Sagrada. Parsifal habla de su deseo de encontrar a Amfortas. Entonces relata su largo viaje, vagando durante años, incapaz de encontrar un camino de vuelta al Grial. A menudo se ha visto obligado a luchar, pero nunca rindió la Lanza Sagrada en batalla. Dice a Gurnemanz que la maldición que le impedía encontrar el camino correcto ya no surte efecto. Gurnemanz reconoce empero que, en su ausencia, Amfortas nunca ha vuelto a oficiar para los caballeros del Grial, y que Titurel ha muerto. Parsifal se encuentra sobrecogido por el remordimiento, culpándose a sí mismo de esta situación. Gurnemanz le dice que hoy es el día de los funerales por Titurel y que tiene que cumplir un gran deber. Kundry lava los pies de Parsifal y Gurnemanz lo unge con agua del Santo Manantial, reconociéndolo como el casto inocente, ahora iluminado por la compasión, y que será el nuevo rey de los caballeros del Grial. A su vez Parsifal bautiza a Kundry, que permanece en un silencio respetuoso. Parsifal mira alrededor y comenta la belleza de la naturaleza primaveral. Gurnemanz le explica que es Viernes Santo, cuando toda la creación se renueva por la muerte del Salvador. Son los «encantamientos del Viernes Santo». Se oyen a lo lejos las campanas del templo de Monsalvat y Gurnemanz anuncia: «Mediodía, ha llegado la hora. ¡Mi señor, permite que tu siervo te guíe!». Y los tres emprenden el camino hacia el castillo del Grial. Entonces empieza la solemne reunión de los caballeros. Los caballeros traen a Amfortas ante el santuario del Grial, y el féretro donde reposa su padre Titurel, a quien invoca para ofrecerle descanso de sus sufrimientos, y desea unirse a él en la muerte. Los caballeros del Grial urgen apasionadamente a Amfortas que descubra de nuevo el Grial. Pero Amfortas, iracundo, dice que nunca más realizará el oficio ante la sagrada Copa, ordenando a los caballeros que lo maten si así lo desean y acaben de una vez por todas con su sufrimiento y con la vergüenza que les ha aportado. En ese momento, Parsifal se adelanta y dice que sólo un arma puede sanar la herida. Con la Lanza Sagrada toca el costado de Amfortas, que queda curado y absuelto de su culpa. El mismo Parsifal ordena que se descubra el Grial, reemplazando a Amfortas como celebrante. Mientras todos los presentes se arrodillan, Kundry, liberada de su maldición y redimida, cae sin vida al suelo, al tiempo que una paloma blanca desciende sobre el Grial y sobre Parsifal. La opera termina con un canto de acción de gracias.

La Lanza Sagrada, o Lanza de Longinos, constituye uno de esos misterios que ha perdurado a lo largo del tiempo. La historia de la Lanza Sagrada se origina en el Evangelio de San Juan: "Pero llegando a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y este es verdadero; él sabe que dice la verdad para que vosotros creáis, porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: 'No romperéis ni uno de sus huesos'". Este pasaje se refiere a la costumbre romana de romper las piernas a los crucificados, que era un método doloroso para acelerar la muerte durante la crucifixión. Momentos antes de que los soldados lo llevasen a cabo, vieron que Jesús ya había muerto, y por ello pensaron que no había ninguna razón para romperle las piernas. Sin embargo, para cerciorarse de su muerte, un soldado clavó su lanza en un costado. Ese soldado fue Cayo Casio Longino, o Longinus. Según San Mateo y San Marcos, la divina naturaleza de Cristo fue revelada en ese momento al soldado: "Viendo el centurión que estaba frente a Él de qué manera expiraba, dijo: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios".  La tradición dice que José de Arimatea, un personaje adinerado cercano a Jesús, obtuvo el permiso de Poncio Pilatos para llevarse su cuerpo. Lo colocó en una tumba de su propiedad durante la noche del Viernes Santo. José de Arimatea además, conservó la cruz, los clavos, la corona de espinas y el sudario que cubría a Jesús cuando resucitó al tercer día. También conservó la copa de la última cena, y la lanza citada en el evangelio, que fueron llamados respectivamente, el Santo Grial y la Lanza Sagrada. Las historias posteriores sobre José de Arimatea con el Santo Grial y la Lanza Sagrada fueron tema de leyendas y relatos fantásticos en casi toda Europa. Los escritores medioevales vincularon estas sagradas reliquias con las aventuras del Rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda, predominando la idea de que la lanza había sobrevivido, y quien la poseía adquiría un poder especial. Este poder podía ser usado tanto para el bien como para el mal. A principio del siglo XX, existían por lo menos cuatroLanzas Sagradas en Europa. Una de ellas se conservaba en el Vaticano, aunque las autoridades eclesiásticas nunca le atribuyeron poderes especiales. Otra era la llamada Lanza de los Habsburgo. Es ésta posiblemente la que esté rodeada de más misterio. Las tradiciones germánicas afirman que Carlomagno llevó la Lanza de los Habsburgo en el siglo IX, durante 47 campañas victoriosas.  Carlos I, llamado «el Grande» y más conocido como Carlomagno (748 – 814) fue rey nominal de los lombardos (764-814), rey de los francos (768-814) y emperador de Occidente (800-814).

Hijo del rey Pipino y de Bertrada de Laon, Carlomagno sucedió a su padre y correinó con su hermano, Carlomán I. Aunque las relaciones entre ambos se tornaron tensas, la repentina muerte de Carlomán evitó que estallara la guerra. Reforzó las amistosas relaciones que su padre había mantenido con el papado y se convirtió en su protector tras derrotar a los lombardos en Italia. Combatió a los musulmanes, que amenazaban sus posesiones en la península ibérica, y trató de apoderarse del territorio, aunque tuvo que batirse en retirada, y a causa de un ataque de los vascones perdió a toda su retaguardia, así como a Roldán, en el desfiladero de Roncesvalles. También luchó contra los pueblos eslavos. Tras una larga campaña logró someter a los sajones, obligándolos a convertirse al cristianismo e integrándolos en su reino. De este modo allanó el camino para el establecimiento del Sacro Imperio Romano Germánico bajo la dinastía sajona. Carlomagno expandió los distintos reinos francos hasta transformarlos en un imperio, al que incorporó gran parte de Europa Occidental y Central. Conquistó Italia y fue coronadoImperator Augustus por el papa León III el 25 de diciembre de 800 en Roma, gracias a la oportunidad ofrecida por la deposición de Constantino VI, por lo que se consideraba la vacancia del trono imperial, ocupado por una mujer, Irene. Estos hechos provocaron la indignación de la corte imperial, que se negó a reconocer su pretendido título. Tras unos frustrados planes de boda entre Carlomagno e Irene, estalló la guerra. Finalmente, en 812 Miguel I Rangabé reconoció a Carlomagno como emperador. Comúnmente se ha asociado su reinado con el Renacimiento carolingio, un resurgimiento de la cultura y las artes latinas a través del Imperio carolingio, dirigido por la Iglesia católica, que estableció una identidad europea común. Por medio de sus conquistas en el extranjero y sus reformas internas, Carlomagno sentó las bases de lo que sería Europa Occidental en la Edad Media. Hoy día es considerado no sólo como el fundador de las monarquías francesa y alemana, que le nombran como Carlos I, sino también como «el padre de Europa». Pierre Riché, historiador francés especialista en la Edad Media, escribe: "Disfrutó de un destino excepcional, y por la dirección de su reinado, por sus conquistas, legislación y legendaria estatura, marcó profundamente la historia de Europa Occidental". La tradición también decía que a Carlomagno se le habían conferido poderes de clarividencia. Se afirma que Carlomagno murió cuando dejó caer la Lanza Sagradaaccidentalmente. La lanza pasó a manos de varios monarcas sajones, que fueron grandes conquistadores, entre ellos el célebre Federico I de Hohenstaufen, conocido como Barbarroja por el color de su barba, quien al partir hacia Jerusalén durante la Tercera Cruzada, cuando se disponía a vadear un río en la actual Turquía, cometió el error de dejar caer la Lanza. Poco después cayó al río y se ahogó.

La Lanza Sagrada o Lanza del Destino pasó por diversas manos hasta llegar a las manos de Adolf Hitler. En 1973, el escritor británico Trevor Ravenscroft (1921-1989) publico su libro La lanza del destino. En dicho libro, Ravenscroft declara que Adolf Hitler comenzó la segunda Guerra Mundial, especialmente su anexión de Austria, para apoderarse de la Lanza de los Habsburgo. Lo que realmente atrajo a Adolf Hitler fue precisamente la leyenda que acompañaba a la reliquia, la cual afirmaba que «quien la sostenga en sus manos, sostendrá, para bien o para mal, el destino del mundo». Sin duda, la posibilidad de poder tener a sus pies a toda la humanidad gracias aLanza del Destino no pasó desapercibida para el líder nazi. Hitler, había leído las leyendas conocidas sobre la lanza, la mayoría de las cuales atribuían un inconmensurable poder a su poseedor. Sin embargo, y según cuentan otras versiones, la lanza también implicaba una terrible maldición, pues el que se separaba de ella solía sufrir la más amarga de las derrotas en combate e incluso la muerte. La tradición afirma que en el año 732 el general Carlos Martel la sostuvo cuando derrotó a los árabes en la batalla de Poitiers. Los nazis no dejarían escapar el poder que les podría otorgar esta reliquia que finalmente, y gracias al destino, acabó en Viena. Más adelante se vuelve a cumplir la leyenda de que la pérdida de la Lanza del Destino significaba la derrota y muerte del poseedor, en este caso Hitler. Ravenscroft mantuvo que la lanza entró en territorio estadounidense el 30 de abril de 1945. Específicamente bajo el control del Tercer Ejército conducido por el general George S. Patton, que quedó fascinado por la lanza e hizo verificar su autenticidad. Pero no pudo utilizar la lanza, pues tenía órdenes del general Dwight Eisenhower de que los tesoros de los Habsburgo, incluyendo la Lanza de Longinos, debían ser devuelta al palacio vienés de Hofburg. Es interesante observar que George Patton, en su poema «A través de un cristal oscuro», se postula como Longinos en el transcurso de alguna vida anterior. Ravenscroft procuró en varias ocasiones definir las "energías misteriosas" que la leyenda dice que provee la lanza. Dedujo que la poseía algún espíritu hostil y malvado, al que se refirió como el Anticristo. Volviendo al Grila, se dice que habita en los espíritus de una Edad Media constructora de catedrales. Se habla con una especie de terror sagrado del Grial, que en la noche del Jueves Santo sirvió a Cristo para proclamar el misterio de la Redención. Sería el vaso que contuvo el pan y el vino, llamados a convertirse en la carne y la sangre del que iba a morir en el Gólgota. Se dice, también, que es en el Grial donde José de Arimatea habría recogido la sangre que había brotado del costado de Jesús, desgarrado por la lanza del centurión Longinos.

Por oscuros caminos y conservado por manos prudentes y piadosas, el Grial habría llegado a los genoveses que, en el año 1101, después de la toma de Cesarea, en Judea, lo expusieron en su ciudad. Se dirá que el Grial era una piedra celeste, mientras que otros afirmarán que se trata del perdido Evangelio de San Juan. Poco a poco todo se mezclará en la tradición cristiana, tanto el naciente humanismo germánico como los mitos orientales traídos a Europa por los Cruzados. Muchos poetas han agregado sus propias ideas a las obras primitivas. La literatura de la leyenda del Grial se cree que es una metáfora, ya que los rosacruces en realidad veneraban una piedra negra. Según Manly Palmer Hall (1901 – 1990), autor canadiense versado en ocultismo, mitología y religiones: "Al igual que el zafiro Schethiyâ, el Lapis Exilis, joya de la corona del arcángel Lucifer, cayó del cielo. Miguel, arcángel del sol y el oculto Dios de Israel, a la cabeza de las huestes angélicas se abalanzó sobre Lucifer y sus legiones de espíritus rebeldes. Durante el conflicto, Miguel con su espada de fuego golpeó las Lapis Exilis de la corona de su adversario, y la piedra verde cayó a través de todos los anillos celestes en la oscuridad e inconmensurable abismo. A partir de la gema radiante de Lucifer fue formado el Sangreal, o Santo Grial, del que se dice que Cristo bebió en la última cena". La Kaaba, principal santuario del islam en la mezquita de la Meca, tiene forma cúbica y en su pared oriental interna está la Piedra Negra que besan los peregrinos. Nos dice la tradición que el patriarca hebreo Abraham, nacido en Ur, Caldea, hacia el 2000 a.C., junto con  su hijo Ismael, nacido de la esclava Agar, recibió la orden de Dios de levantar un templo. Y no sabiendo dónde ni cómo erigirlo se lo preguntó al Señor. Este mandó una nube negra que se posó en el aire. En ese punto geográfico y con las mismas dimensiones y color de la nube, el padre y el hijo hicieron su obra. Vino entonces el arcángel Gabriel, que trajo la piedra negra. En cualquier caso este relato islámico se parece al relato del Grial. Pero nunca se ha dado alguna interpretación adecuada a los misterios del Grial. Algunos creen que los caballeros del Santo Grial fueron una poderosa organización de místicos cristianos para perpetuar la sabiduría antigua. La búsqueda del Santo Grial es la eterna búsqueda de la verdad, y Albert Gallatin Mackey (1807 –1881), escritor norteamericano  conocido por sus libros sobre la masonería, ve en ella una variante de la leyenda masónica de la Palabra Perdida,  tanto tiempo buscada por los hermanos de las órdenes masónicas.

 

René Guénon, en su obra Estudios sobre la Masonería y el Compañerazgo, nos habla de la búsqueda de la palabra perdida. Casi todas las tradiciones aluden a algo perdido que, sean cuales sean las formas con las que se lo simboliza, tiene en el fondo siempre el mismo significado. Es ante todo la pérdida del estado primordial o "Paraíso terrenal", y también la pérdida de la tradición correspondiente, pues dicha tradición no era sino el propio conocimiento. Lo que en un principio se había perdido fue sustituido por algo que, en la medida de lo posible, debía tomar su lugar, lo cual a su vez se perdió, creando la necesidad de nuevas sustituciones. Según diversas tradiciones, lo que está perdido no está representado solamente por una copa sagrada, es decir, por el Grial o por alguno de sus equivalentes, sino también por su contenido, que no es en el fondo sino la "bebida de la inmortalidad", cuya posesión constituye esencialmente uno de los privilegios del estado primordial. Por eso se dice que el soma védico, a partir de cierta época, vino a desconocerse, lo que obligó a su reemplazo por otra bebida, que era tan sólo una imagen del mismo. Entre los persas, en cambio, para quienes el haoma es el equivalente del soma hindú, la segunda pérdida es mencionada expresamente. Se dice que el haoma blanco podía únicamente recogerse sobre el Alborj, es decir, sobre la montaña polar, que representa la sede primordial. Después fue reemplazado por el haoma amarillo, del mismo modo que, en la región donde se asentaron los antepasados de los persas, hubo otro Alborj, que era sólo una imagen del primero. Más tarde, este haoma amarillo se perdió a su vez, y no quedó de él más que el recuerdo. En otras tradiciones el vino es también un sustitutivo de la "bebida de la inmortalidad", y es considerado generalmente como un símbolo de la doctrina escondida, es decir, del conocimiento esotérico e iniciático. Toda tradición tiene normalmente como medio de expresión una determinada lengua, que por tal motivo adquiere el carácter de lengua sagrada. Si esta tradición desaparece, es natural que al mismo tiempo se pierda la lengua correspondiente. En ciertos casos, en lugar de la pérdida de una lengua se habla solamente de la pérdida de una palabra, por ejemplo, de un nombre divino, que caracteriza a una determinada tradición y que de alguna manera la representa. La sustitución por un nuevo nombre señalaría entonces el paso de una tradición a otra. Tenemos el caso de la tradición hebrea, en la que se dan, precisamente, los dos casos indicados. Tras la cautividad de Babilonia, la antigua escritura perdida debió ser sustituida por una readaptación. Por otra parte, durante la destrucción del Templo de Jerusalén y la dispersión del pueblo judío, se perdió la pronunciación verdadera del nombre tetragramático YHWH.

Si bien fue sustituido por otro nombre, el de Adonaï, éste nunca fue considerado como el equivalente real de aquel que ya no se sabía pronunciar. En efecto, la transmisión regular de la pronunciación del principal nombre divino estaba vinculada esencialmente a la continuidad del sacerdocio, cuyas funciones sólo podían ser ejercidas en el Templo de Jerusalén. Desaparecido el Templo, la tradición hebrea quedó inevitablemente incompleta. Pero aunque el Templo está destruido, la cripta permanece intacta. Para remediar esta pérdida y la consecuente búsqueda de lo que se ha perdido, la demanda de iniciación en sus primeros estadios tiene como finalidad esencial la restauración del estado primordial. Al igual que la pérdida se produjo gradualmente, así también la búsqueda deberá desarrollarse gradualmente. A estas etapas podrán naturalmente corresponder otros tantos grados de iniciación en los "pequeños misterios". Es por otra parte evidente que todo aquello que puede comunicarse exteriormente no podría ser con toda seguridad la "palabra perdida", sino nada más que un símbolo de la misma. En las iniciaciones occidentales hay por lo menos dos ejemplos muy conocidos de la búsqueda. Una es la "demanda del Grial" en las iniciaciones caballerescas de la Edad Media y otra es la "búsqueda de la palabra perdida" en la iniciación masónica. Y ambas pueden ser consideradas como casos típicos de formas de simbolismo. La misma "Tabla Redonda" no es más que un sustituto, puesto que, aunque su destino sea recibir el Grial, éste nunca llega a manifestarse efectivamente. La historia del Grial es una elaboración de un mito temprano de Naturaleza pagana, que se conserva en razón de la manera en que fue insertado en el culto del cristianismo. Desde este punto de vista particular, el Santo Grial es, sin duda, un tipo de la arca o recipiente en el que se conserva la vida del mundo. Su color verde se relaciona con Venus y con el misterio de la generación. También se relaciona con la fe islámica, cuyo sagrado color es verde y cuya sábado es viernes, día de Venus. Un poeta de las tierras francesas de Champagne fue el primero en relatar la leyenda del Grial. Se llamaba Chrétien de Troyes y escribió su Poema o cuento del Grial probablemente entre 1180 y 1183. La obra fue creada a petición de su protector Felipe I de Flandes. Felipe I, llamado Felipe de Alsacia (1143 – 1191), hijo de Teobaldo de Alsacia, conde de Flandes, y de Sibila de Anjou, fue Conde de Flandes, desde 1157 a 1191, y, por matrimonio, conde de Vermandois a título vitalicio. Su reinado correspondió a la época del apogeo y principio del declive de la pujanza flamenca. Apoyó y luchó con Felipe Augusto en sus aspiraciones sobre Flandes, Artois y Picardía. Su sucesión fue el problema que marcó su política en sus últimos años. Empezó como conde asociado en 1157, a partir del momento en que su padre se fue a las cruzadas.

Felipe I consiguió detener la piratería de las costas flamencas derrotando al conde Floris III de Holanda (1163). Por herencia, recuperó el país de Waes, al norte de Gante, y también el de Quatre-Métiers, en el Flandes Imperial. Su matrimonio con Isabel de Vermandois propició el poderío flamenco que alcanzó su cota más alta. Gobernó sabiamente con la ayuda de Robert d'Aire, primer ministro, y puso en marcha un sistema administrativo sumamente eficaz, asegurando una política internacionalmente reconocida, como lo fueron la mediación entre Luis VII de Francia y Enrique II de Inglaterra, entre Enrique II y Tomás Becket, y el matrimonio de su hermana Margarita de Alsacia con Balduino V de Henao. La esterilidad de su matrimonio, así como la muerte de Robert d'Aire y la de sus hermanos, Mathieu y Pierre de Alsacia, condes de Bolonia, sin descendientes, señalan el principio de una política muy imprudente. Designó a su hermana Margarita y a su cuñado Balduino V como herederos (1177), antes de hacerse cruzado. Cuando volvió de Palestina, declinando la regencia del reino de Jerusalén, el rey Luis VII de Francia le nombró tutor de su hijo, el futuro Felipe Augusto, coronado el 1 de noviembre de 1179. Para granjearse la amistad del nuevo soberano, el conde le dio en matrimonio a su sobrina Isabel de Henao con una dote desproporcionada. Se trataba de Artois, región del Norte de Francia.  Tras el fallecimiento de Luis VII de Francia, Felipe Augusto ya dio muestras de su independencia. La muerte de su esposa Isabel (1182) complicó mucho más la situación, debido a que Eleonor de Vermandois, hermana de Isabel, que testó a favor del rey, reclamaba su herencia. La lucha contra Francia empezó en 1180, devastando Picardía y el Norte de la Isla de Francia. El conflicto iba decantándose a favor del rey, que rechazaba sistemáticamente el combate, pero maniobraba políticamente. Su cuñado Balduino V de Henao, en principio aliado de Felipe Augusto, se decantó por los intereses de su hija Isabel, reina de Francia a punto de ser repudiada. La desavenencia entre los dos condes fue hábilmente organizada por el rey de Francia, que nombró, sin que lo supieran, al conde de Henao como su representante frente al conde de Flandes. Felipe de Alsacia se volvió a casar en 1185 con Matilde de Portugal, con una dote suntuosa, con el deseo de una primogenitura que no llegó a hacerse realidad. Temiendo verse enredado en la querella entre el dominio real y Henao, firmó la paz en Amiens el 10 de marzo de 1186. El conde reconoció la cesión al rey del Vermandois, pero lo conservó a título vitalicio.

Felipe de Alsacia fue el representante de un mundo feudal que terminaba en provecho de una nueva forma de soberanía puesta en marcha por Felipe Augusto. Por primera vez, un rey de Francia tenía poder sobre un conde de Flandes. Pese a una guerra costosa, Flandes continuaba su expansión económica y el país conoció una prosperidad sin precedentes cuando finalizaba el reinado de Felipe de Alsacia. En 1190, Felipe de Alsacia se hizo cruzado y se reunió con la tercera cruzada en Palestina, cuyos contingentes flamencos le habían precedido. Cuando llegó a San Juan de Acre fue atacado por la epidemia de la peste y murió el 1 de junio de 1191. Su cuerpo fue repatriado por Matilde de Portugal a la que había sido confiado el gobierno de Flandes, y fue enterrado en la abadía de Claraval. Humildemente, Chrétien de Troyes afirma que la idea original que preside su relato no le pertenece, sino que la ha encontrado en un libro prestado por Felipe de Flandes. La obra del poeta de la Champagne cuenta diez mil sesenta y un versos. Conocerá tal éxito, su resonancia será tan considerable, que tendrá catorce continuadores, de modo que al final serán más de sesenta mil versos, donde se contendrán los triunfos e infortunios de Perceval. En su juventud, Perceval vivió prácticamente en estado salvaje. Su madre, viuda, que había perdido a sus dos primeros hijos, quiere preservar al último que le queda de los peligros que representa la Caballería, cuyos miembros no sueñan sino con batallas y expediciones lejanas, mortales casi siempre. Perceval había crecido en la ignorancia de todos y de todo en lo más profundo del bosque. Pero he aquí que un día de primavera aparece un cortejo deslumbrante, todo cubierto de oro, de azur y de plata. Ávidamente el joven interroga a los caballeros. Su decisión está tomada, les seguirá. Su madre, no pudiendo impedir esta brusca vocación, multiplica los consejos a Perceval. Nada pasa por alto, ni la conducta a seguir respecto de las mujeres, ni las oraciones que debe hacer en las iglesias. Ya está el joven lanzado en las rutas de la aventura, sin una mirada para su madre que morirá a causa de esta separación. Las cosas se inician mal. Hace rudamente la corte a la primera mujer que encuentra y se apodera de la sortija que adorna su dedo. Confunde una tienda de campaña de soldados con una capilla, en la cual se conduce con desenvoltura. Veámosle en el castillo del rey Arturo. Perceval obra como un palurdo. Penetra a caballo en la sala real donde se encuentra el soberano en su trono. El rey está mudo de dolor, pues ha sido groseramente ofendido por el caballero Vermeil. Aunque no amado aún caballero y no teniendo, por tanto, derecho a desafiar a Vermeil, Perceval se bate contra quien ha humillado a Arturo lanzándole una copa de vino al rostro y matándole con un venablo.

Un anciano caballero, Gomemant, se encarga de la educación de Perceval. Le enseña, no sólo a batirse, sino también las reglas elementales de la cortesía. No tardarán éstas en ser puestas en práctica. Armado caballero, Perceval, acude en socorro de la juiciosa Blancaflor, sitiada en un castillo por el malvado Anguingueron. Liberada, la muchacha no rehusará su corazón a su salvador. Hasta aquí el poema de Chrétien de Troyes no presenta ninguna originalidad esencial. En la pequeña corte de María de Champagne se debían burlar de los jóvenes un poco rústicos y groseros a quienes era preciso refinar. En suma, el debut de Perceval no es sino el relato de la iniciación de «un joven salvaje» a las reglas de la caballería y del amor. Pero he aquí que bruscamente la obra toma un giro muy diferente. Cabalgando en busca de aventuras, natural destino de los caballeros, Perceval llega una noche al borde de un río tan ancho y profundo que no lo puede vadear. Divisa una barca ocupada por dos hombres, uno de los cuales está pescando y le ofrece hospitalidad para aquella noche. Apenas llegado al castillo del Rey Pescador, que éste es el nombre de su huésped, Perceval es revestido de un manto escarlata.  Se dice que al extinguirse la raza principal de Irlanda, representada por Portholan, solo quedó un superviviente, que llevaba por nombre Tuan, el cual fue transformándose sucesivamente en diferentes animales simbólicos. Llegados los tiempos de los Tuatha Dé Danann, quinto grupo de habitantes de Irlanda, Tuan adquirió el aspecto de un águila o de un gavilán, pero posteriormente se hizo un pez al ocupar el poder la raza de Milhead. Y durante este tiempo fue pescado y comido por una bella princesa, y entonces recuperó la forma humana en el vientre de ésta. Esta leyenda antigua del Pez de la Sabiduría crea ya una relación con el famoso "Rey Pescador" de La Leyenda de Camelot. Y así comienza a aparecer el famoso Grial, ya que, en cierta manera, el Rey Pescador fue conocido como el "Guardián del Grial". Se cuenta que el Rey Pescador pescó un buen día un gran pez, y cuando se lo estaban preparando para la comida, en su interior surgió un maravilloso y extraño anillo con un gran diamante, del que nadie sabía su procedencia. Cuando el Rey preguntó a sus sabios por la procedencia de este anillo, uno de ellos, después de analizarlo largo rato, llegó a la conclusión de que era un anillo que muchos siglos antes había perdido el gran Rey Salomón. Y continua la leyenda diciendo que el Rey Pescador se interesó mucho por la historia de aquel anillo, y que el sabio le contó que el motivo de haberlo encontrado él era que Salomón había perdido el anillo dos veces. El anillo dotaba al poseedor de un gran poder y, a partir de aquel momento, lo convertía en el Señor de las cosas visibles e invisibles, así como el poseedor del dominio del bien y del mal en su reino.

Además, la grandeza de Jesucristo le había concedido aquel maravilloso don para que lo usara con firmeza, dignidad y bondad. Por eso aquel anillo ofrecía las propiedades del Fuego que puede invadir el cielo y la tierra. Y eso lo convertía en una maravillosa joya, equivalente al Santo Grial. Y sigue contando la leyenda que el Rey Pescador utilizó con bondad, justicia y honradez los dones del preciado anillo, y que, al mismo tiempo, continuó pescando con un anzuelo de oro, protegiendo lo más deseado por los hombres a lo largo de todos los tiempos: "El Santo Grial". Aquella copa de la que bebió Jesus seguía  dando una idea clara de lo que Jesús había dicho a sus discípulos: "Deseo haceros pescadores de hombres". La verdadera causa de la afición del Rey por pescar era que debía permanecer sentado la mayor parte del día, al estar recuperándose de sus heridas, para, en el futuro, volver a reinar con la gloria merecida y abandonar la Isla de Avalon, la isla excelsa en la que los frutos surgen en los arboles y las simientes en los surcos, sin haber sido ni plantados ni labrados. En la obra de Chrétien de Troyes, el Rey Pescador está tendido en un lecho. Se excusa por no poder levantarse, ya que, según dice, está enfermo y, entonces, se desarrolla una escena capital en la obra de Chrétien de Troyes. Un caballero portador de una lanza de una blancura deslumbrante aparece en la sala. Una gota de sangre corre a lo largo del astil hasta la mano del criado. Tras él, dos jóvenes de notable belleza llevan cada uno un candelabro de oro con velas encendidas. Detrás viene una joven ricamente vestida, de noble porte, y rostro angelical. Tiene entre sus manos una vasija o cáliz, el Grial, del cual emana una deslumbrante claridad. Otra muchacha le sigue llevando una patena de plata. Perceval se siente deslumbrado por el Grial enriquecido de piedras preciosas «de un tal esplendor que no le encontraríamos semejante en ninguna otra cosa». Una serie de preguntas acuden al espíritu del joven caballero, pero no se atreve a exponerlas. En seguida es convidado a un suntuoso festín; y cada vez que le sirven un plato, el Grial atraviesa de nuevo la sala. A la mañana siguiente, Perceval se decide, por fin, a plantear las preguntas que le queman los labios, pero no encuentra interlocutor. El castillo parece desierto, separado del mundo. Se sabe en seguida que el silencio en el cual se ha encerrado Perceval, al aparecer el Grial, tendrá las más terribles consecuencias. Hubiera debido hacer dos preguntas: una sobre la lanza que sangraba, y otra sobre el Grial. Hablando, hubiera curado al Rey, que ha recibido una herida tal que no será jamás un hombre.

Además, el reino del rey Arturo habría sido liberado de los males que le abruman. Después de largas tribulaciones, un Viernes Santo Perceval encuentra a dos caballeros que le recuerdan las palabras del Credo. Trastornado, el joven corre a postrarse a los pies de un ermitaño, que resulta ser su tío. El religioso exhorta a su sobrino a llevar una vida santa. Perceval comulgará el domingo de Pascua, no sin haber recogido de boca del ermitaño algunas informaciones sobre el Grial. Si Perceval no pudo hacer preguntas fue porque se encontraba en pecado, lo cual le hacía incapaz de hacer un gesto y pronunciar una palabra. En cambio, Chrétien de Troyes no propone ninguna explicación sobre la lanza sangrante. Es un enigma. Pro aún hay otros enigmas, como el hecho de que sea una mujer la que lleva el Grial, lo cual es contrario a toda la liturgia de la época. Es a otro poeta a quien se deben algunas aclaraciones sobre la naturaleza del Grial. Unos veinte años después de la muerte de Chrétien de Troyes, otro escritor, perteneciente al Franco Condado, publica tres mil quinientos catorce versos a los cuales da como título La novela de la historia del Grial. En esa historia, Robert de Boron acentúa el fondo cristiano de la leyenda. Para él, en efecto, el Grial habría sido utilizado en la última Cena de Jesús con sus discípulos en la noche del Jueves Santo. Lleno de remordimientos y después de haberse lavado las manos de «la sangre de este justo», Poncio Pilatos dio aquella vasija a José de Arimatea, que pudo así recoger la sangre de Cristo después del descendimiento de la Cruz. En la prisión, privado de alimentos, José de Arimatea deberá la vida a la sola contemplación del Grial. Más imaginativo que Chrétien de Troyes, Robert de Boron cuenta después una serie de aventuras fabulosas. El poeta atribuye una hermana a José de Arimatea, Enygeus, que casada con Hebrón tendrá de él doce hijos, uno de los cuales lleva un nombre celta, Alain. En cuanto a José, acompañado de un puñado de cristianos, se internó en el más lejano Oriente. Pero el pecado cae sobre la pequeña comunidad. Dios ordena a José de Arimatea que prepare una mesa semejante en todo a la de la última Cena. En medio de la mesa resplandece el «vaissel», es decir, el Grial. A su lado se encuentra un pez pescado por Hebrón. En torno a la mesa sólo queda vacío un sitio. Es el del nuevo Judas, responsable de la apa



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¿Qué sabemos realmente del Santo Grial y la Lanza Sagrada?

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