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De nada sirven títulos y posesiones si el alma se pierde




Jueves de Ceniza

Para el día de hoy (18/02/21): 

Evangelio según San Lucas 9, 22-25


Situarse en el contexto de cada escena evangélica ayuda en mucho a la reflexión. Y el marco del siglo I de nuestra era, Tierra Santa era una provincia romana cuya pax estaba garantizada por las legiones estacionadas en la zona. Tenían un reyezuelo vasallo de Roma, brutal y paranoico.

No debemos perder de vista que Jesús de Nazareth es un hijo fiel de su Pueblo y heredero de sus mayores. No es un desquiciado que ha venido a abolir la Ley de Moisés, sino a darle pleno cumplimiento, a partir de Aquél por el cual todo adquiere sentido y eternidad. 

La situación política no es un dato menor: para un pueblo orgulloso como el judío, la infamia de la bota romana era intolerable. Hollaban la tierra que el mismo Dios les había dado. Y como suele suceder en ocasiones históricas similares -además de los atisbos violentos- los pueblos cierran filas alrededor de sus líderes y jefes, aún con las limitaciones y quebrantos de éstos; obviamente, por su propia historia toda la vida de Israel estaba centrada alrededor de su religión. Por ello los líderes y jefes de Israel, aún con determinante influencia social y política son, ante todo, líderes y jefes religiosos que mantienen en foco la identidad de ese pueblo amenazado por el imperio opresor.

Los ancianos representaban la aristocracia, la nobleza laica que garantiza el respeto a las tradiciones y ejercen, por su poder e influencia política y económica, la pervivencia de la nación judía.

Los escribas o doctores de la Ley, por sus conocimientos, era los exégetas oficiales de la Ley de Moisés y de las Escrituras - la Torah-. Eran casi todos fariseos, y por su función determinaban todos los aspectos de la vida cotidiana, cuidadosamente regulada por la Ley.

Los Sumos Sacerdotes -que se alternaban entre cuatro familias- eran los superiores del Templo de Jerusalem, centro y cúspide de la vida judía en Tierra Santa y en la Diáspora. En cierto modo, el Sumo Sacerdote es el vínculo entre el pueblo y el Dios de Israel.

El impacto es terrible: el Maestro le explica a los suyos que quienes custodian la historia, la identidad y la fé de Israel iban a desechar sus enseñanzas y su misma existencia, al punto que los asoma a un futuro cercano que es más que incierto. Él morirá como un criminal. Será ejecutado, será ajusticiado.

Aún así, y a pesar del horror, quizás no advierten lo decisivo: la muerte no tendrá la última palabra, Él resucitará al tercer día, sueño eterno de un Padre que quiere vida y vida en abundancia para todos sus hijos.

La introducción, con todo el espanto y la ruptura que supone, prefigura la invitación siguiente, que es la visceral vocación cristiana, el seguimiento de Cristo.

Seguir a Cristo implica, invariablemente, cargar la cruz de cada día y negarse a sí mismo. 

Negarse a sí mismo es derrotar las ansias de egoísmo, quebrantar esas corazas que impiden que en nuestros espacios cordiales pueda estar el otro. más aún, ofrecer la vida para que el otro viva.

Cargar la cruz es ponerse al hombro todas las miserias y quebrantos que nos impiden caminar, claro está. Pero es mucho más, más profundo, más determinante.

En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth la crucifixión era la pena capital que se imponía para los criminales más abyectos, y no nos equivoquemos, la cruz es ejecución romana. Tenía, como toda pena de muerte, un efecto ejemplificador: esto te va a pasar si seguís haciendo lo que hacés. A ello es menester añadir que para los intérpretes oficiales de la fé judía -los escribas- la cruz era señal de maldición.

Nada más ni nada menos.

Cuaresma, desde esta nada que somos, nos plantea corazón adentro que seguir a Cristo en plenitud implica atreverse a volverse un marginal, un criminal despreciable, un maldito. ofreciendo la existencia -por pequeña que sea y que nos parezca- para que no haya más marginales, ni despreciables ni maldecidos por el mero hecho de vivir. Que todos somos hijos del mismo Padre. 

Que de Nada Sirven títulos y posesiones si el alma se pierde.

Paz y Bien






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