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Servicio y fidelidad










Domingo 27° durante el año

Para el día de hoy (08/10/17) 

Evangelio según San Mateo 21, 33-46




Es menester hacernos una pequeña semblanza del ambiente socioeconómico del siglo I en Medio Oriente, y Especialmente en Israel. Existían enormes latifundios en manos de unos pocos, los cuales solían vivir en el extranjero, especialmente en las grandes ciudades romanas; de esa manera, una inmensa cantidad de campesinos y labriegos no poseían tierras sino que las arrendaban a precios inverosímiles, deslomándose para apenas ganar el pan, y esa desigualdad palmaria era también causa de resentimientos profundos y persistentes.

A su vez, la viña era el símbolo de Israel, y su Dios el dueño que la cuidaba y hacía fructificar a través de su historia.

Los que escuchaban al Maestro no necesitaban sumergirse en intrincada palabrería ni en fárragos discursivos. Todos los comprendían claramente, pues en sus palabras fluía lo que conocían, lo que aprendieron de niños, lo que vivían a diario, y ello valía tanto para los más humildes como para los dirigentes religiosos de Israel.

Las parábolas de Jesús de Nazareth revelan los misterios del Reino de Dios pero también interpelan. Interpelan sobre el ser y el hacer, sobre derechos y obligaciones, nos hacen sincerarnos, y ese espejo de la realidad que somos puede ser muy doloroso. 
Esta parábola, en principio, parecería dirigida a aquellos que tienen responsabilidades pastorales sobre el pueblo de Dios. Aún así, nadie escapa a su fulgor ni está exento de lo que se inquiere.

La viña, mis hermanos, esta tierra que se nos ha legado, esta Iglesia con la que se nos bendice, el prójimo que nos rodea, los que están lejos aunque anden cerca, nada nos pertenece. 
Quizás sean bien nuestros los pecados, los quebrantos, las miserias que portamos.

Una señal de alerta para los que se erigen en defensores de los derechos de Dios. Nada de eso. Sólo somos servidores, sea cual fuere el lugar que nos ocupe tocar. Como decía Agustín, involucrados como si todo dependiera de nuestras manos pero orando de modo que todo dependa de Dios.

Y las arrogancias, sutiles o nó, de llevarse por delante a los demás. Todo lo que se siembra tiene su cosecha, tarde o temprano.
No es cosa de venganza, sino de fidelidades y caridad.

El Reino seguirá floreciendo, a pura Gracia de Dios. Queda en nosotros ubicarnos como humildes y felices servidores del Cristo que nos congrega y de los hermanos con que se nos bendice, nos agraden o nó.
O fieros apropiadores de aquello que no nos pertenece.

Paz y Bien






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