Get Even More Visitors To Your Blog, Upgrade To A Business Listing >>

Covarrubias en El festival de la muerte

Covarrubias En El Festival De La Muerte

Jorge Ángel Hernández

El pasado 5 de octubre se conmemoró el 245 aniversario del natalicio de Francisco Covarrubias. Lo que sigue es un fragmento de mi novela en proceso El festival de la muerte. En él, el personaje principal, un ex rancheador a quien conocen como Ñico Descarga, ofrece su propia visión de la persona y el actor. Valgan estas líneas para recuperar mi vuelta a Ogunguerrero.

Tenía sed y el estómago le ardía. Había despertado en su cuartucho, sin conciencia de en qué mundo lo hacía. Recordaba, solo, que había soñado mucho y agitadamente, pero nada de tanta pesadilla se ordenaba en su mente ni adquiría argumento definido. Casi siempre era igual cuando soñaba, retenía solo la angustia o el placer, no los sucesos. De la calle, llegaban ruidos cotidianos, propios de la tarde, con voces demasiado altas, pregones y cascos de cabalgaduras a paso más bien lento. Mientras sentía que el ardor en la bilis golpeaba en su interior como un concierto de látigos feroces, reordenó mentalmente los últimos sucesos. Molesto, sacudido por el reproche de Carmina Burana, había vagado sin rumbo por las calles hediondas de la Habana, hasta llegar a extramuros, donde ofrecían una concurrida función del Teatro del Circo. Vaciaba a punta de pico la segunda botella de ron de poca monta y las siluetas se presentaban delante de sus ojos en puros molinetes. Recordó al arlequín que viera días atrás junto a la puerta de tierra, llamando a ver las maravillas de Madame Travert. Desbarros de Covarrubias, leyó en la cartelera. Se habían vendido todas las entradas y solo era posible comprárselas a revendedores, que pululaban alrededor de la puerta del teatro. Regateó con algunos y optó por pagar una de gallinero, por tres reales y medio, casi el precio de la entrada general para lunetas.

A su alrededor, cada persona reía a plenitud, como si no hubiera otra cosa que reír en la vida, y burlarse de todo cuanto le rodeaba. El señor Covarrubias se transformaba en varios personajes, desde una anciana despistada y preguntona hasta un negrito bozal muy sabichoso; cantaba y bailaba con una agilidad sorprendente, inimaginable para aquellos que lo conocían. Ñico era uno de esos conocidos pues había trabado relaciones con él años atrás, cuando el cómico se desempeñaba como médico de ingenios. A regañadientes, cumplía la profesión, bajo la presión familiar. Algún que otro conocimiento de curación intercambiaron y el rancheador creía haber contribuido en algo a la profesión de aquel joven cuando le detalló numerosas recetas de las que aplicaba en su trabajo. Al ver el personaje del guajiro de tierra adentro, principal eje de la comicidad en la obra, comprendió que se burlaba de muchas de sus frases y sus gestos y que era justo eso lo que le había aportado a aquel que desde entonces no tenía la más mínima intención de convertirse en médico, sino en comediante. De pronto, Ñico pensó que todos en el teatro lo reconocían y que se burlaban de él directamente. Cada mirada caía sobre él como una afrenta. Estaba ebrio al punto de no retener siquiera algún que otro corto chascarrillo, de ahí que los juegos de palabras, con su muy exagerada entonación, le parecieran un cortejo de burlas. La verdad es que la multitud lo ignoraba por completo, entregada a la magia que irradiaba el cómico. Muchos, ebrios también de ginebras de alambique, conocían el texto de memoria y coreaban fragmentos y palabras, colgados del tono sentencioso y pícaro, ahítos de entusiasmo, dueños –en la repetición– de la hilarante gracia del actor.

Más ebrio aún, luego de haber dejado entre pecho y espalda la última botella que en su morral llevaba, el rancheador abandonó el teatro. Dando traspiés y vapuleado por la multitud, decidió esperar al cómico, para dedicarle un saludo desafiante. Se había enojado con sus provocaciones, de las que todos reían a mandíbula batiente, tal vez sabiendo que el aludido era él, y desesperaba por confrontar la mirada directa del actor, otrora médico de ingenio. Fracasaría en su empeño, pues Covarrubias sabía escabullirse y evitar la más mínima relación directa con aquellos que lo vitoreaban en el escenario. Junto a su fama de cómico, crecía la de persona distante y enigmática, de un carácter opuesto al que mostraba en las tablas. Tanta era su popularidad, que en ocasiones lo contrataban para interpretar las tonadillas en el Teatro Principal, con el elenco de la primera actriz Luz Vallecillo. Pero jamás se dejaba atrapar por los fanáticos, ni se mostraba de broma en su vida natural. Esto lo iba a saber después Ñico Descarga porque esa tarde, creyendo seguir el rastro del escurridizo cómico, se dio de narices con la carpa del Museo de maravillas de Madame Travert.



This post first appeared on Quickest Way To Lose Weight_to Lose Weight Fast, please read the originial post: here

Share the post

Covarrubias en El festival de la muerte

×

Subscribe to Quickest Way To Lose Weight_to Lose Weight Fast

Get updates delivered right to your inbox!

Thank you for your subscription

×