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Industria cultural y división del trabajo

Jorge Ángel Hernández

¿Se enfrenta la Cultura global y su industria a un nuevo reordenamiento del trabajo? ¿Es la preponderancia del mercado el síntoma primario de valoración en el momento presente? ¿Son las cifras de utilidades y ventas del mercado global marcadores justos para jerarquizar los valores del arte y la cultura? ¿Son estos, acaso, los patrones de comparación que debemos llevar a nuestras tramas nacionales?

Pudiera parecer que el mundo del trabajo se ha reordenado y que es necesario entenderlo para seguir siendo eficientes en los ámbitos de la cultura. ¿Cuál sería, en tal caso, ese reordenamiento? El ensayista George Yúdice aseguraba que “con ayuda de las nuevas comunicaciones y de la tecnología informática,” la culturización de lo que se llamó “nueva economía” gracias a “la expropiación del valor de cultura y del trabajo intelectual, se ha convertido, en la base de una nueva división del trabajo”.[1] Esa nueva división del trabajo, según el propio Yúdice, coloca cada vez más a los derechos de autor en manos de productoras y distribuidoras de grandes conglomerados del entretenimiento que cumplieron gradualmente con los requisitos para obtener la propiedad intelectual.”[2] Son las empresas monopólicas las que dominan el tablero de la apropiación de la propiedad intelectual. De ahí el pánico y la agresividad ejercida sobre quienes socializaban los productos con el advenimiento de Internet. Volviendo incluso a un tiempo precapitalista en los patrones de juicio, les llamaron piratas y erogaron partidas presupuestarias importantes para establecer nuevas leyes respecto al uso de derechos de autor. Consiguieron incluso la complicidad de autores y autoras en la condena a esa piratería.

En la industria del libro, los consorcios comerciales Planeta y Penguin Random House dominan casi todo el panorama editorial, es decir, reconfiguran a su propia necesidad de emisión de contenidos y demanda, la división del trabajo y, sobre todo, las tendencias que pueden significar el éxito en los propios ámbitos de las naciones. La existencia de modalidades nacionales en varios países de América Latina para sellos como Alfaguara, perteneciente a Penguin Random House, indica el camino a seguir por los empleados de la industria del libro, o sea, por escritores, libreros, promotores y, en esa ruta esencial, por los lectores.

En entrevista posterior a la aparición de este libro, Yúdice se enfoca en el papel de la apropiación de la propiedad intelectual y asegura que es necesaria una inversión por parte del Estado que potencie a la sociedad civil a crear pactos con la pequeña empresa como alternativa a la monopolización de la cultura. Ve en eso que llama ser emprendedor la alternativa para superar lo que considera errores de activismo. Añade además que no estamos (es 2005) ante un retroceso en el sector público, sino ante “un cambio en su hacer”.[3]

¿Cuáles han sido las implicaciones de ese cambio, más de diez años después del planteamiento? ¿Qué ha pasado con las alternativas culturales surgidas al margen de la industria global?

Más que una nueva redistribución del trabajo, se ha intensificado la dominación mercantil y su falsa autorregulación. La industria cultural ha intervenido con notable influencia en la preservación del Estado y lo ha puesto al servicio de los intereses globales de mercantilización de la cultura. Se ha creado una especie de pasantía hacia el éxito, ya sea en las manifestaciones musicales urbanas, cada vez más alejadas de las críticas sustanciales a la expansión monopólica del capitalismo que las originaron; más concentradas, por demás, en marcar el carácter marginal de sus discursos así como la condición individual de esa marginalidad.

La comparación que hace José Manzaneda acerca de las coberturas ideológicas de prensa que reciben los autores James Ellroy y Leonardo Padura ilustra claramente el detonante político con que se manipula la cultura y su referente social.[4] Cuba, y su condición socialista, es motivo de todo lo negro de la novela negra de Padura en tanto la negritud genérica de Ellroy, claramente asociada al entramado social en sus obras, se focaliza en lo singular y lo individual de los comportamientos de los personajes. El abordaje hacia Cuba da por hecho varios patrones de opinión que han sido convertidos en tópico performativo e imperan en los ámbitos de la opinión pública. Se trata de un acto de agresión cultural sostenido, permanente, que el receptor de la noticia acepta, si no por completo, al menos en parte. La industria cultural, con sus mecanismos de representación de las jerarquías de demanda, facilita el trabajo de tergiversación.

La rebeldía social en las representaciones culturales ha quedado, justamente, para los verdaderos reductos de resistencia cultural, como Cuba, Venezuela, Bolivia o Nicaragua. Mientras los analistas estadounidenses demuestran cómo el activismo encasilla la diversidad de percepciones representativas en los estereotipos del enemigo inmediato, es imposible aceptarlo en el contexto de las sociedades resistentes donde el estado ha intervenido a favor de la emancipación de las clases bajas y ha permitido un alcance masivo a la cultura.

Desde su perspectiva global colonizadora, el capital extranjero decide las tendencias de comercialización interna en las naciones y, sobre todo, reacondiciona los puestos de trabajo que a su alrededor se generan. El progresivo despido que sufren periodistas y productores culturales en la Argentina macrista, es un reflejo incontestable de ese reordenamiento que está más allá de las propias políticas de gobierno y se basa en el dominio global de la cultura mediante la norma empresarial.

La privatización de la empresa cultural no coloca al individuo en la posibilidad libre de crear, aunque existan pequeños grupos elegidos que saquen dividendos económicos de ello; más bien lo convierte en asalariados dóciles a las nomenclaturas de demandas. Las aspiraciones de las pequeñas y medianas empresas, por su parte, a las que debía asociarse la creación identitaria, según Yúdice, se dirigen a crecer como empresa y poder ejercer la influencia de demanda necesaria para más amplias ganancias económicas. No es solo una competencia política entre partidos en disputa, sino una lucha por atenuar las condiciones de transformación que cuestionen el orden global que la industria dispone y estructura.

Tras su siempre cacareada libertad de expresión y su supuesta admisión de lo diverso, las trasnacionales del gusto marcan a su antojo el universo simbólico de nuestros ámbitos de recepción. Hoy día, los músicos que nuestra población reconoce como de éxito son aquellos que se han convertido en recurso de la industria global y han aceptado un pacto de estetización que le negaron a la entidad benefactora primaria: el estado socialista cubano. Sin ella, la mayoría no se hubiera asomado siquiera al panorama artístico ni se hubiera planteado hacerse creadores. No hubieran tenido siquiera el recurso imprescindible para entrar en las escuelas formadoras de arte. Ese un elemento de génesis que la manipulación propagandística convierte en invisible, magnificando en su lugar los detalles de error y de contexto errático que en el trabajo se producen.

Mientras la cultura del capitalismo global, en expansión imperialista, sea básicamente empresarial, no habrá posibles libertades para dinamitar el sistema. Sus normas de ética se basan en la eficiencia de la empresa, en el resultado mercantil, antes que en cualquier otro elemento de ruptura o de transformación individual. Descargan, no obstante, sobre el individuo las culpas de la frustración en tanto se apresuran a cargarlas al sistema que se les plantee contrario. Los ejemplos sobran, y pueden crecer hasta el mismísimo infinito, aunque la propia industria se encargue de hacerlos invisibles o, en ciertos casos, de dejarlos pasar apresuradamente de una boca de telón a otra.

[1] George Yúdice: El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la era global, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, pp. 21-22.

[2] Ob. Cit., p. 21

[3] “George Yúdice: Usos de la cultura en la era global”, 2005, entrevista de Alejandro Piscitelli y Verónica Castro en https://www.educ.ar/recursos/115816/george-yudice-usos-de-la-cultura-en-la-era-global

[4] José Manzaneda: “Leonardo Padura y James Ellroy: novela negra en Cuba y EEUU, crítica social y doble rasero” en https://la-isla-desconocida.blogspot.com/2018/02/leonardo-padura-y-james-ellroy-novela.html

Publicado en Cubaliteraria, Semiosis (en plural)



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