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Persecución y opresión. El hombre contra el Estado.

Persecución y opresión. El hombre contra el Estado.

Erick Yonatan Flores Serrano
Coordinador General del Instituto Amagi - Huánuco

“Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre”. Aldous Huxley
Dieciocho de abril, son las 10:45 a.m. y se oyen los gritos de una señora molesta. Al atender mi curiosidad y averiguar de qué se trata el asunto, me encuentro con un buen número de Personas que, al frontis de la municipalidad provincial de Huánuco, están reclamando con descontento e indignación. Me acerco, con una mezcla de curiosidad y equivocada certeza (en medio de tanta payasada, siempre tengo prejuicios respecto a los reclamos de la gente) y pregunto la razón de la protesta. La respuesta que me da una señora derrumba un mito que comenzaba a sentar por cierto y me deja completamente perplejo. Todas esas personas son vendedores ambulantes, gente de escasos recursos que pudiendo tomar el camino fácil y dedicarse a delinquir, decide ganarse el pan comerciando honradamente. Resulta que el Serenazgo, por orden de la municipalidad provincial, está persiguiendo a estas personas, les impiden trabajar, cuando los encuentran vendiendo en la calle, les decomisan su mercancía. Este hecho me deja dos sensaciones, a continuación, detallo las razones por las que el Estado, como siempre, es nuestro gran enemigo.

Raimondo Cubeddu, en su libro: “Atlas del liberalismo”, luego de haber hecho un fabuloso repaso histórico de la variopinta relación de corrientes de pensamiento que defienden la libertad como un valor central en la vida del ser humano, señala que el enemigo del liberal moderno es el Estado. Nada amenaza tanto la vida del ser humano como el Estado. A través de hechos como el que narré en el párrafo anterior, la realidad no hace más que corroborar que Cubeddu tiene toda la razón, el Estado -que no es más que un grupo de personas que, a través del poder que tienen, viven parasitando a la sociedad- se presenta como el gran inquisidor de nuestro tiempo. La teoría predatoria del Estado describe la naturaleza violenta y el accionar inmoral de esa institución que la mayoría de personas ingenuamente cree benévola y caritativa, justo cuando es todo lo contrario.

Existen dos formas en que el ser humano puede encarar la vida y tratar, en la medida de lo posible, de cumplir los objetivos que se traza. Por un lado, puede escoger el camino ético de vivir de su trabajo y perseguir aquello que considere mejor para su vida sin afectar a sus semejantes, o puede ir por otro donde el fin justifica los medios y los propósitos de su vida se concretan a costa de otras personas. Pues bien, los vendedores ambulantes han escogido vivir en forma honrada, escogieron un camino difícil pero absolutamente ético. En este punto también hay que decir que no sólo se trata de una elección sumamente virtuosa porque la acción no perjudica a otras personas, sino que resulta siendo sumamente productiva para la sociedad también. Cuando comerciamos para poder ganar algo de dinero y poder mejorar nuestra condición, a la vez estamos satisfaciendo la necesidad alguien más. La función social del comercio y los intercambios es incontrovertible, la metáfora de la mano invisible nunca perdió validez.

El Estado, a través de sus agentes, se dedica a perseguir a estas personas bajo argumentos que giran en torno a una idea de largo recorrido, la idea del control. Casi todas las personas del pequeño grupo de privilegiados que tiene el poder estatal en sus manos, sufren de una manía enfermiza, esa insana forma de entender la sociedad bajo el sesgo de su miopía, todo lo que permanezca fuera de su panorama tiene que ser perseguido, castigado hasta la eliminación. Informales, llaman a todos aquellos individuos que tratan de escapar de ese orden impuesto por el Estado. Los más “profesionales” llaman a los informales a dejar -según ellos- su infame condición y formar parte de lo formal, de lo que el burócrata cree que es lo correcto. El lobo invitando a la oveja a cenar. Siendo benévolos y hasta ingenuos, en el hipotético caso que el burócrata tenga buenas intenciones, no da cuenta de los verdaderos alcances de su arrogancia. En su inútil intento de “corregir” aquello que consideran un error, terminan generando problemas que afectan, principalmente, a los que menos oportunidades tienen.

Si yo, a través de la fuerza, le quitaría la mercancía a algún ambulante de la calle, estaría robando; cuando lo hace el Estado, a través de sus agentes, es legal. Si yo impidiera, de alguna forma, que cualquier comerciante pueda vender sus productos en cualquier lado (siempre que no sea en propiedad privada) y a cualquier hora, estaría atacando su libertad y, valgan verdades, sería un miserable; si lo hace el Estado, a través de sus agentes, es “por el orden y bienestar de todos”. Este es el absurdo razonamiento que brinda sostén al discurso de los defensores del Estado, el fraude intelectual más grande de toda la historia de la humanidad, la infame idea del contrato social que hoy en día, y a las pruebas me remito, sólo es un mito que justifica el expolio sistemático que el Estado hace a cada hombre sobre la faz de la tierra.

Con todo lo dicho, voy cerrando este artículo. En el primer párrafo dije que eran dos las sensaciones que me genera este hecho. Por un lado, un malestar inmediato porque, una vez más, la teoría predatoria del Estado demuestra ser totalmente solvente al momento de explicar la naturaleza y accionar del Estado, esto creo que ya es incontrovertible y debemos comenzar a entender el asunto desde esta perspectiva; por otro lado, más allá de la gran sorpresa que me llevé al enterarme de la base del reclamo, me quedo con una sana esperanza al comprender que esta gente, pese a no saberlo con claridad, está reclamándole al Estado que deje de interferir en sus vidas; lo que están pidiendo, con absoluta claridad y razón, es más mercado y menos Estado. Nadie podrá negar que la base del reclamo de estas personas, valientes personas que encaran el día a día con tesón, es absolutamente justificado. Estoy plenamente convencido que llegará el momento en que la humanidad dará cuenta del verdadero sentido de la libertad y comenzará a luchar por ella con más firmeza y convicción. Quizás tarde mucho más de lo que imagino, lo más probable es que no vea la sociedad que me gustaría para mí, pero me quedo tranquilo al saber que estas pequeñas y anecdóticas muestras de virtud, irán sentando, de apoco, las bases para iniciar el largo camino de retorno, el camino que nos conduzca a una vida en sociedad rebosante de libertad. Sólo en medio de la libertad aflora la virtud del hombre, quizás no nos garantice la felicidad pero nos hace humanos, si eso no vale la pena, quizás nada lo valga.

A todas aquellas personas que, como los vendedores ambulantes, sólo quieren que el Estado los deje en paz, que no se entrometa en sus asuntos y les den espacio para poder ganarse la vida en forma honrada, les digo que no están solos. En medio de un mundo dominado por la perversión política, la humanidad poco a poco va abriendo los ojos, los propios excesos de nuestro enemigo (el Estado) van martillando la grieta que culminará -no me quedan dudas- en el entendimiento general de que es necesario encerrar al Leviatán, enjaular a la bestia y mantenerla lo más inofensiva posible. Huxley decía que una cárcel invisible era a prueba de fugas, las personas jamás soñarían en escapar si no veían los barrotes; bien, el hombre ha comenzado a moverse, ha sentido las cadenas que lo oprimen y comienza a reaccionar, la celda de su encierro se hace cada vez más visible y sus libertades cada vez son más restringidas. El individuo ha comenzado a aborrecer aquello que antes toleraba, ni el manto democrático más bello puede ocultar la naturaleza violenta e inmoral del Estado. El hombre se enfrenta a la bestia, ha despertado, ya no ama su servidumbre, ahora lucha por su libertad. Enhorabuena.


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