Diciembre es el hijo bobo del señor año, todo se lo celebran, lo visten cual torero en plena lidia, derraman lágrimas por su partida e invierten un "huevo de plata" en su llegada. Es un hijo mantenido que se consume lo que usted ha ahorrado en once meses. Un alcohólico, viejo verde que es hincha de algún América o Santa fé. Pero como no hay muerto malo él, antes de partir, regala sueños, une familias (hasta la media noche) y le provee primas a los taxistas. Siembra nietos, hermanitos y sustos. A los que ya "se hacen hombres en las entrañas de una Virgen” los bendice hasta que la muerte los separe. A los inocentes niños los declara católicos, sin preguntarles, dejando como constancia la foto en la que le derraman agua en la cabeza, es ungido con óleo en su pecho y las facturas a los padrinos que con menos Plata en el banco, deciden que será el primero y último regalo que les darán.
El cuadro genealógico de la familia año, es como una pérdida de identidad: es el último de la familia, pero después en el calendario romano dicen que es el décimo. Que el primero de la familia (porque fue el mes en el que nació el Niño Dios) por tal motivo, viene siendo como el hermano mayor, ese que le deja la ropa “nueva” al siguiente que vendría siendo noviembre, el mismo que vemos vestido y disfrazado cuál hermano menor octubre. Entonces, ya no se sabe si se incluye la natilla en el mercado de noviembre, que también anda en el prende y apaga de la luces o en octubre que es más barata.
Si hablamos de la música navideña, la cosa es de inventiva. Se promueven los famosos “villancicos” que remontan del siglo XIII, debe ser por eso que uno se memoriza tan fácil el tutaina tuturuma y el antón tiruliruliru. El novio arrepentido aprovecha para chicanear y dejar desarmada a la ex con el “ahora tengo el regalo que tu tanto me pedías y estrechándolo contra mi pecho digo: otra, otra navidad sin ti” después de estas palabras a la concernida mujer no le queda de otra que recoger al marrano.