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De cuando se abrió el cielo en Praga...

Praga... fue tanto lo que escuché de este lugar que una parte de mí moría de ganas por ir a comprobarlo todo. 

Mi llegada fue un tanto caótica. El camión que me llevaba de Berlín a esta ciudad salió dos horas tarde, motivo por el cual me encontré a las 1230 de la noche con instrucciones de cómo tomar el metro para llegar al departamento que renté, pero con un metro obviamente cerrado por la hora, con una dirección errónea, una casera que no contestaba y sin tener la más mínima Idea de a dónde ir ni de dónde estaba. Todo esto, mochila al hombro.

Me acerqué al primer individuo que me pareció confiable, un típico inglés de suéter y camisa que estaba esperando el trolebús para irse a su casa. Le arruiné el plan. Le mostré la dirección del departamento preguntándole si tenía idea si aquel lugar estaba cerca, me dijo que no. Creo que vio mi cara de pánico porque su siguiente pregunta fue de dónde venía. Cuando le dije que de México se emocionó muchísimo "Tengo muchos amigos mexicanos. Te voy a ayudar." Palabras mágicas. 

El inglés, cuyo nombre no recuerdo, me dijo que lo mejor sería tomar un Taxi y me preguntó si llevaba coronas checas. Se me cayó la quijada "¿CÓMO QUE ESTOS WEYES NO ACEPTAN EUROS?", pensé. Me encabroné con mi ignorancia y con mi falta de previsión. Nuevamente el inglés calmando mi estrés me dijo "No te preocupes, vamos al cajero y sacas 200 coronas; con eso debe ser suficiente" y remató con un "No te preocupes, yo no me voy a ir hasta que estés subida en un taxi que sepa a donde llevarte. No me importa perder el trolebús, ya me iré en taxi yo también" Si no hubiera estado tan bloqueada y mortificada, quizá me habría enamorado poquito.

Y así fue, me acompañó a un cajero de donde saqué 200 coronas sin tener la más mínima idea de cuánto había representado eso en pesos. Ni modo, así fueran mil, lo que me urgía era llegar a algún lugar seguro. 

El inglés paró un taxi y le mostró al Taxista la dirección en mi celular, intercambiaron palabras en checo y el taxista hizo cara de no tener idea. Comenzó a llover y yo comencé a preocuparme más. El inglés sacó su paraguas y me cubrió con él mientras me repetía sonriendo "No te preocupes". El primer taxista que no tuvo ni idea paró a otro taxista. El segundo taxista parecía medio saber a dónde llevarme y además tenía un GPS. El inglés me depositó dentro del segundo taxi y yo sólo atiné a asomarme por la ventana, darle las gracias y preguntarle su nombre. No lo recuerdo. Debí haberle lanzado mi tarjeta, debí hasta haberlo besado, me cae. No sólo cumplió su palabra y se fue hasta que me supo segura, sino que perdió el último trolebús que lo llevaría a casa a empacar para subirse a un avión rumbo a Londres a las 7 am. De esa gente linda, vaya. 

El segundo taxista hablaba español. Puso la dirección en el GPS y cuando este marcó que habíamos llegado, estábamos "in the middle of nowhere". Pánico otra vez. Me preguntó si iba a una casa o un hotel, le dije que una casa. Me preguntó si tenía el teléfono de alguien y le di el de mi casera que para ese entonces era el objeto de mis peores pensamientos. El taxista, de su celular, le llamó diciéndole que traía consigo a una mexicana, que la dirección que me había dado estaba mal y que le explicara cómo llegar para poder llevarme. 

Todo esto debe haber sucedido en un periodo de tiempo no mayor a una hora que a mí me pareció eterna. El cansancio no me estaba permitiendo ver que lo peor que podía pasar en ese momento era que el taxista me acabara dejando en cualquier hotel en donde pasaría la noche para intentar buscar el departamento al día siguiente, con luz. No fue necesario. Finalmente, me llevó a mi destino.

Mi primer despertar en Praga Fue con una errónea sensación de "Nunca debí haber venido a este lugar". Bastó con poner un pie en la calle para darme cuenta de que tenía la fortuna de estar en uno de los lugares más hermosos que he visto en toda mi vida. 

El primer día llovió las 24 horas, pero aún así, Praga es Praga y yo la caminé con mi paraguas de lado a lado.

El segundo día salí tapada hasta el cuello y con el mismo paraguas. Justo cuando cruzaba uno de los puentes que atraviesan uno de los canales, volteé hacia el cielo. Había muchas nubes y de pronto, pude ver claramente como estas se iban abriendo y cómo se asomaban los primero rayos de sol. Ojala pudiera ser tan explícita como para lograr que sintieran las mismas ganas de llorar que tuve yo. Ese quizá, fue el momento más metafórico de mi viaje, lo más apegado a lo que este mes significó para mí.

La foto que aquí aparece fue tomada minutos después, aún se ven nubes pero también puede verse como ya viene el sol. Después de eso caminé por las calles casi corriendo de pura emoción.

Siempre he dicho que el único lugar en el que me es casi imposible mentir es en las fotos. Juzguen ustedes mismos.





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