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Viajar sola y perderlo todo (Parte VII)

Verona es el lugar en donde se sembró (no sé si se desarrolló) la historia de Romeo y Julieta. Dicen los que saben que efectivamente en ese lugar existieron los Montesco y los Capuleto, que incluso Dante los menciona en La Divina Comedia, pero que de ahí a que el resto haya sido como lo contó Shakespeare, puede que haya un enorme signo de interrogación. 

Pero yo quería ir a Verona porque tengo ganas de peinar Italia de pies a cabeza y digamos que andaba por el rumbo. Me recibió el mismo calor de horno que había vivido en Venecia y en el resto de mis destinos previos, pero me recibió también uno de los más bonitos AirBnB a los que he llegado, con una host a la que nunca vi (Stella), pero que fue la más amable y me enseñó que hay cosas que uno no necesita ver para que se sientan reales. 

Como dicta mi costumbre, y con todo y que en el asfalto se podía freír un huevo, llegué al AirBnB sólo para aventar lachingadamochila, darme un baño rápido y salir a caminar las calles. En Verona descubrí que algunos chilangos caminamos con el miedo pegado a la piel. Mientras cruzaba un túnel relativamente corto, escuché ruidos detrás de mí y volteé con miedo genuino. Lo que pasó a mi lado fue una pareja en bici, la cual ni se enteró de mi existencia. Así es como uno descubre que se ha cruzado un límite; cuando lo cotidiano te provoca una sensación de inseguridad. 

Verona me pareció por demás bonita y cuya belleza va mucho más allá de la trágica historia de amor que ya sabemos. Los paisajes en Italia traen el filtro incluido. El cielo me tocó bien abierto, así que el azul era una cosa de foto y de quedársele viendo horas mientras te tomabas un Spritz (mi nueva adicción) de dos euros. Otra vez la fortuna; otra vez dar las gracias.

Lo primero que te recibe al llegar al centro es la Arena. Un mini coliseo impresionante asentado en medio de restaurantes, bares, tiendas, etc. Al igual que en el resto de Italia, lo más bonito son las Piazzas. La arquitectura de Verona es linda, linda, y aunque es curricular pasar a ver la casa de Julieta y tocarle el vestido a la muchacha para llamar a la buena suerte en el amor, este spot resulta ser el menos importante. A Verona se le camina y se le mira atardecer, lo demás es lo de menos.

En Verona me senté a ver ya no sé ni qué partido del Mundial, pero ahí en donde lo vi me ligué a un mesero nomás por cumplir con el famoso cliché italiano y para despedirme en cuanto me acabé tres chelas y una pizza. El Mesero Italiano hablaba español. El mesero italiano hablaba español como Topo Gigio. El mesero italiano me preguntó por qué viajaba sola. Al mesero italiano se lo intentaron ligar 3 señoras. El mesero italiano sólo rondaba mi mesa.

Después me metí al Museo Castelvecchio, un castillo ubicado justo en medio del Lago di Garda y al que tuve la buena fortuna de llegar cuando el sol ya andaba dando las últimas. Las fotos no le hacen justicia, pero la memoria sí. 

Verona fue breve pero no necesité más. La recorrí de punta a punta y dormí una de las noches más tranquilas de ese viaje en un AirBnB que era para 6 pero en donde sólo estaba yo. La mañana siguiente sólo me alcanzó para ir al super (no me juzguen), comprar enemil porquerías antes de correr a Bologna, y quedarme a respirar un buen rato en el solitario AirBnB de Stella. La pila andaba poniéndose roja y el ímpetu por recorrer mis destinos caminando se estaba haciendo menos, pero faltaban 5 puntos antes de siquiera acercarme a mi casa.


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