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El día después

The day after (1983)

Director: Nicholas Meyer
Intérpretes: Jason Robards, JoBeth Williams, Steve Guttenberg, John Cullumm, John Lithgow

Hay muchos aspectos particulares de los años 80 dignos de reflejarse en los libros de Historia, y al contrario de lo que mucha gente se piensa, no todos son precisamente buenos. Hace ya algún tiempo comenté que los 80, lejos de ser los años de vino y rosas que muchos nostálgicos gratuitos nos quieren vender, fueron años muy difíciles y cargados de incertidumbres. Particularmente durante el primer lustro de la década, en el que raro era el día en que uno no se desayunaba, comía, cenaba y se acostaba sin preguntarse entre otras cosas si el día siguiente no amanecería con un enorme hongo perfilado en el horizonte.

Y es que a los agoreros de la guerra termonuclear total no les faltaron razones para echarse a temblar cuando, en 1980, Ronald Reagan llegaba a la presidencia de unos EE UU que pedían, más que nunca, alguien que les devolviese el orgullo perdido tras la infamante derrota en la Guerra de Vietnam. No en vano, aquel actor de segunda fila reconvertido en político ultraconservador, anticomunista enfermizo por añadidura, había solicitado públicamente en repetidas ocasiones, durante su época de senador por California, el uso de bombas atómicas en aquel país para “borrar de una vez y para siempre el comunismo del Sudeste Asiático”. Con semejantes antecedentes nada bueno podía esperarse en el futuro, si no más bien al revés. Y los acontecimientos pronto se encargarían de demostrarlo cuando, al poco tiempo, los norteamericanos decidieron impulsar su carrera armamentística sembrando Europa Occidental de misiles nucleares (los entonces tristemente famosos “Euromisiles”). A esto respondieron los “ruskies” como no podía ser de otro modo, plantando cohetes en “su” mitad del continente. La Guerra Fría, que durante los 70 había vivido momentos de cierta distensión, se reactivaba ahora con una crudeza desconocida durante años, metiendo el miedo en el cuerpo al mundo entero.

Como suele ocurrir, incluso en los tiempos más sombríos siempre hay alguien con los suficientes arrestos, caradura e inteligencia como para hacer un buen negocio, y ni que decir tiene que fue el cine uno de los sectores que más se beneficiaron de aquella situación. Con el cine de catástrofes ya en franca decadencia, algunos productores avispados vieron que el próximo filón a explotar estaba en la psicosis nuclear, y empezaron a surgir como hongos (nunca mejor dicho) producciones de diverso pelaje destinadas a pantalla grande y TV. Incluso la generalmente sesuda BBC editaría un documental que ilustraba técnicas de supervivencia ante un ataque nuclear (a modo de “manual de instrucciones”) que pegó a la pantalla del televisor a toda Inglaterra.

Cuando pensamos en este tema, a la mayoría de nosotros, así a bote pronto, nos vienen a la mente películas como Juegos de Guerra, la saga de Mad Max (particularmente las dos últimas) o, siendo un pelín rebuscados, Cuando el viento sopla. Todas ellas, con independencia de su temática más o menos común, son notables ejemplos de buen cine. Pero si existe una película que represente como ninguna el horror de aquella situación de psicosis nuclear esa es sin duda El día después, de la que en 2008 se cumplen 25 años desde su estreno por la cadena de televisión ABC.

Porque efectivamente, hablamos de un telefilme que fuera de USA se estrenó en salas comerciales, con unos efectos casi tan devastadores como los de la explosión nuclear que retrata. Efectos que por supuesto también se produjeron en la patria de la Coca Cola, donde El día después aun figura como la película para TV más vista en la historia de aquel país, con picos de audiencia del 60%. Los inteligentes productores del filme supieron ver como nadie la oportunidad de aquella ola de “pánico nuclear”, orquestando una campaña publicitaria previa al estreno que incluía una línea de teléfono para atender posibles casos de crisis nerviosa. Los estupefactos espectadores pudieron asistir, en primera fila y con un grado de detalle jamás visto hasta entonces, al horror de la guerra nuclear que no pocos creían inevitable tal y como estaban las cosas, y el debate posterior a la emisión de la cinta, con el genial y añorado Carl Sagan describiendo con todo lujo de detalles el Invierno Nuclear, acabó por “arreglar” esa noche, al punto de que el propio Ronald Reagan tuvo que emitir posteriormente un comunicado para serenar, en lo posible, los ánimos de la población.

El día después no pasa de ser un filme de catástrofes más, prácticamente calcado de los muchos que se hicieron en los 70 y primeros 80 (solo que cambiando el barco, el avión o el rascacielos por la bomba atómica). Por supuesto, lo más destacable es la secuencia en la que cae la bomba. Teniendo en cuenta los medios disponibles entonces y el presupuesto de la película los efectos especiales son buenos, incluso impactantes, aunque no sirven para plasmar en toda su crudeza los verdaderos efectos y consecuencias de una explosión de ese calibre sobre una zona densamente poblada (en realidad serían mucho peores). Aun así fue suficiente como para afectar en mayor o menor medida a todos los que tuvieron el atrevimiento de verla. Todavía recuerdo una noche en la que, paseando con mis padres, nos topamos con una pareja de amigos que acaban de asistir a la proyección del filme en un cine de la ciudad. Salían de allí completamente pálidos y ella temblaba como un flan, literalmente, mientras acertaban a balbucear comentarios del tipo de “horrible”, “espantosa” o “pesadilla”, y no precisamente porque la cinta les hubiese parecido mala. Yo esperé al video para ver la película y para aquel entonces, con 13 o 14 años, y pese a conocer de sobra los peligros de las armas nucleares tras haber ojeado mucho sobre el tema en libros y revistas, quedé tan impactado que no me atreví a volver a verla entera hasta el momento en que, con objeto redactar este artículo, la pillé en la biblioteca de mi barrio, aprovechando de paso (no voy a negarlo) para enfrentarme a uno de mis demonios particulares. Aun así, y pese a los años que ya me contemplan, no pude evitar “distraerme” en algunos de los momentos más duros. Todavía se me ponen los pelos de punta al recordar la secuencia de la explosión, y eso pese a la existencia de películas como Terminator 2, que tiró de presupuesto para una secuencia parecida (aunque mucho más corta, claro) ultrarrealista y absolutamente espeluznante contemplada en pantalla grande.

Transcurridas dos décadas y media desde el estreno de El día después, casi nadie recuerda ya la tremenda impronta que éste dejó en una ciudadanía atemorizada, con noticias de portada en el Telediario y todo. Pero dejando a un lado el oportunismo y por qué no decirlo, la caradura de quienes lo idearon, este tinglado tiene sus cosas positivas incluso de cara al futuro, como advertencia para no olvidar un peligro que, aunque aparentemente “minimizado”, sigue estando presente: la situación política ha cambiado mucho y las armas nucleares ya no son noticia de portada en los medios, pero la proliferación nuclear, lejos de disminuir, ha aumentado. Y lo que es peor: ha aumentado el descontrol sobre una parte de esas armas, con consecuencias imprevisibles. Como bien apuntó Carl Sagan, mientras exista en el mundo una sola bomba atómica, el peligro que suponen esas bombas jamás desaparecerá.



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