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Procastinar, nunca

Por Daniel Link para Perfil

Después de haber estado ausente un mes de mi casa pero, sobre todo, de mi mesa de trabajo, la primera semana se me va siempre en resolver los asuntos atrasados (empezando por los trescientos correos acumulados en la bandeja de entrada).

La segunda empieza ya con una agenda normalizada pero en un registro vertiginoso, que no me permite pensar demasiado: actúo antes de que el mundo se me venga encima.

Para que no me queden cosas en el tintero haré de esta columna un compendio de columnas posibles, para poder luego pasar a otra cosa.

Me entero de que a alguien se le ocurrió “penalizar” a quienes usan una prepaga más allá de la obra social que les tocó en suerte. El asunto cae en el olvido rápidamente porque es una estupidez, producto de una ignorancia supina. La mayoría de los trabajadores tienen libertad de elección de obras sociales (muchas de ellas asociadas con prepagas). No sé quién más, además de los docentes universitarios, carecemos de ese privilegio relativo, pero privilegio al fin. Me doy cuenta de que la mayoría de la gente (incluidos los parlamentarios) también actúan sin pensar: ¿será que estuvieron de viaje? ¿O viajaron sus asesores? No es raro que el país se derrumbe, con el escaso nivel de reflexión que se nota en todo.

Empezó Gran Hermano. No voy a verlo, aunque hayan contratado al Poder Ejecutivo para que le haga campaña de promoción.

En cambio, sí vi Argentina, 1985. La película no está mal, en el registro en el que se instala. Pero tampoco está demasiado bien. Una sóla escena me conmovió (y no diré cuál). Me hace ilusión ver a Mariano Llinás recibiendo el Oscar a mejor guión, porque él me cae bien.

Volví justo para el cumpleaños de mi nieta, que tiene ya cinco años y escribe instrucciones para encontrar tesoros. Le traje de regalo una cometa multicolor y una valijita hermosa de Legos (lo único que conseguí que no respondiera a la odiosa manía de la franquicia y la mercadotecnia). Ella estaba todavía fascinada con otros regalos: vació la valija de legos y la usó para guardar sus sets de maquillaje. Cuando me contó que le habían regalado también una barbie, casi me da un ACV. Volví a verla el fin de semana pasado, y ella me mostró el teléfono celular que había armado con los legos. Me sentí aliviado.

Mi hijo se especializa en software para satélites. Es como una parte de mí que yo Nunca hubiera podido desarrollar. Me quejo de los algoritmos, de google maps, en fin, de la inteligencia artificial y él toma partido contrario. Le digo: ¿no viste Terminator, no viste Matrix? Se ríen de mí, como si estuviera hablando de neorrealismo italiano.

En noviembre estaremos presentando tres libros: un Pasolini y el tercer mundo, intervención colectiva de la que participó Ana Amado, entre otras estrellas, y a quien le dedicaremos la presentación, el Epistolario entre Enrique Pezzoni y Raimundo Lida (cartas entre 1947 y 1972), con edición de Miranda Lida y prólogo mío y, a la distancia, mi Autobiographie d'un lecteur argentine, como Gallimard llamó a La lectura: una vida...

 



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