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Ecosistema emprendedor

El pasado lunes siete de enero, Expansión publicaba un reportaje sobre start-ups españolas. Estaban Cabify, Glovo, OnTruck o Spotahome. Nombres con sonoridad anglosajona para negocios de toda la vida: chófer, mozo de los recados o el realquiler de habitaciones. No es una exageración.

“A dos pasos de aquí, vive un hombre que se ha hecho rico con los chicos. Montó en la calle Alcalá un negocio que se llama Continental Express para llevar cartas y recados urgentes a domicilio. Y todo el negocio descansaba sobre unas docenas de chicos con una guerrera colorada y una gorra que atravesaban Madrid de día y de noche con una carterita al hombro. No les pagaba nada, sólo las propinas, pero los había que sacaban diez y doce pesetas de ellas. […] Después, el negocio vino a menos porque casi todos los estancos lo copiaron y tomaron un chico o dos, al que no le pagan nada si el estanco tiene mucha clientela”

El párrafo pertenece a la primera parte de La forja de un rebelde, de Arturo Barea, y se refiere a los inicios del siglo XX. Es decir, hace unos cien años, ya existía Glovo. En el libro también se habla de los mozos de cuerda, disponibles para cualquier transporte, o de los chavales que llevan el almuerzo o la merienda a los barrios acomodados. También aparecen los meritorios, jóvenes que se emplean sin sueldos o pagando por trabajar con la esperanza de ser contratados en un futuro. Es decir, pese a la cantinela habitual sobre la innovación y los negocios disruptivos, no hay tantas cosas diferentes.

Su ventaja, además del modo de contacto, es la construcción de la empresa. Como son nuevas, estas compañías consiguen aprovechar todas las ventajas del nuevo modelo económico: precaridad laboral, elusión fiscal, etc. Son compañías basadas en una red flexible de servicios, que puede ir desde la subcontratación al uso de falsos autónomos, y donde el capital generado tiende a la acumulación a través de sistemas de elusión. Por ejemplo, todas las filiales estatales declaran pérdidas y los beneficios sólo se declaran en un territorio beneficioso fiscalmente. Esa es su ventaja en los sectores en los que operan respecto a otros actores que, por su trayectoria, tienen más difícil eludir las normativas.

La apariencia de modernidad, comenzando por el nombre construye el relato que subyuga a todo el que no se quiere quedar atrás. En breve, tendremos una campaña electoral y un gran número de políticos se lanzarán de lleno al discurso del emprendedor. Además de la cháchara habitual de autoayuda (esfuerzo, excelencia, innovación), hablarán de atraer el talento y crear un ecosistema propicio para el emprendimiento. Eso suele querer decir facilitar aún más las dos condiciones básicas: precariedad laboral y elusión fiscal.

El avance tecnológico impide ver el retroceso social. La mayoría de las ocasiones, el Ecosistema Emprendedor acaba siendo subastar jornales por el móvil. Volver al Madrid de Arturo Barea.



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