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¿Vale la pena escribir críticamente sobre temas educativos?

Hay días en los que uno se levanta pensando en cuestiones que quizás no debiera. Hoy, último día laborable en mi Comunidad, antes de unas necesarias vacaciones (hay agotamiento general, aunque parezca que, ni alumnado ni docentes, para algunos, hagamos nunca nada), con Claustro en mi centro educativo. Lo sé. Quizás sea irrelevante para vosotros lo anterior pero, al menos a mí, este Claustro me obliga a replantearme muchas Cosas. Bueno, más que el Claustro, lo que implica mi relación con el mismo. Y lo extrapolaré a lo que implican ciertas decisiones educativas, tomadas por terceros, en mi devenir profesional.

Llevo desde el 2009 escribiendo en este blog. Esto hace 14 años hablando, fundamentalmente sobre educación, prácticamente a diario. Miles de artículos publicados. Muchos de ellos críticos con ciertas cuestiones relacionadas con temas educativos. Artículos que han facilitado mi salida de un determinado lugar y que han vetado mi entrada en otros. Es lo que tiene mojarse. Cuando uno se moja, critica con nombre y apellidos y, además lucha por lo que cree fuera de lo digital, tiene sus consecuencias. Consecuencias que siempre, a nivel laboral, tienen sus límites pero que impiden que te propongan para Ciertas Cosas. Y no me estoy refiriendo al Teacher Prize. Estoy hablando de otra cosa.

¿Vale la pena mojarse para hablar críticamente de educación? ¿Vale la pena hacer propuestas educativas que, por tener una marca en la espalda, ya van a ser enviadas a un cajón, para nunca ver la luz? ¿Es necesario implicarse en mejorar las cosas cuando, al final, sabes que casi nadie va a mover un dedo, salvo en una reunión tomando un café, para decir que llevas razón en ciertas cosas? Ojo, estoy diciendo en ciertas cosas. No estoy diciendo que lleve razón en todo lo que digo. Ni muchísimo menos.

A mí, a nivel personal, no me afecta nada de lo que está pasando en educación. A mí no me afecta que la formación sea mala, que se gaste dinero en cosas innecesarias, que mi nuevo centro educativo tarde más de la cuenta en construirse, que me reduzcan horas o me hagan dar horas que no son de lo mío, que… La verdad es que no me afecta ni la LOMLOE, ni me afectó la LOMCE, ni la LOE,…, ni me va a afectar la nueva o las nuevas que lleguen antes de jubilarme. Entonces, ¿por qué criticar lo que está sucediendo? ¿Por qué empecinarme en que otros saquen tajada del pastel educativo y no hacerlo yo? ¿Por qué no mantener un perfil bajo, obviar la crítica y arrimarme, siempre de forma bastante líquida, a los que mandan en cada momento o los que pueden darme pedacitos de pan para que mi nómina mensual crezca? Pues la verdad es que no tengo ni idea.

Bueno, sí que lo sé. Quiero dormir bien. Quizás dormiría bien no hablando de cuestiones espinosas. No posicionándome. Dejando que cada cual luchara sus propias batallas. Dejando, en definitiva, que la educación vaya donde quieren los que mandan (que no son, precisamente, los que están ocupando cargos en las administraciones educativas) y, simplemente, haciendo lo posible para trabajar cada vez menos, buscando sitios calentitos alejados del aula donde sé que se trabaja entre poco y muy poco. Los hay. Hay otros en los que se curra mucho, pero si sabes buscar, hay algunos que te permiten llevar una vida muy cómoda. La verdad es que no sé por qué sigo escribiendo como lo hago.

Hace unos días hablé con alguien a quien quiero mucho de esto que estoy escribiendo hoy. Y me dijo, ¿te vale la pena Jordi? Pues, sinceramente, después de una noche en la que he estado más nervioso de la cuenta por el Claustro de hoy o, simplemente, llevar unos años con mucha tensión y presión, por querer hacer las cosas bien (que no siempre salen así), me planteo si vale la pena. Total, ¿para qué? Para que los cuatro de siempre me critiquen. Para que a cuatro les parezca bien lo que digo. Para que, al final, siempre acabe siendo marcado con un rotulador negro por unos y por otros.

Si las familias no se preocupan por la educación que reciben sus hijos, salvo cuando critican ciertas cosas por el grupo de Whatsapp (¡qué fácil es enviar un mensaje por internet!). Si los docentes, salvo que les toquen lo suyo, tampoco se preocupan de nada más de lo que pasa a su alrededor. Si lo único que hacen algunos es buscar enemigos que no piensen como ellos o chiringuitos para poderse colocar si piensan de una determinada manera. Entonces, ¿qué sentido tiene meterte en berenjenales o pisar charcos que no te van a afectar lo más mínimo?

No sé. Tengo que pensar en muchas cosas estas vacaciones. Especialmente en el sentido de este blog. En el sentido de lo que digo o hago, tanto en las redes sociales como fuera de ellas. En si, realmente, no valdría la pena, como veo que hacen muchos, esconder la cabeza debajo de la arena e ir barriendo, poniendo todo lo que se barre debajo de la alfombra. A lo mejor así viviría más feliz. Bueno, quizás no. Eso sí, mucho menos preocupado porque, como os he dicho al principio, querer cambiar las cosas tiene su coste. Y no es poco.

No me hagáis mucho caso. Hoy, seguramente, mejorará mi estado de ánimo a lo largo del día. Si no lo hace, como mínimo, intentaré disimularlo. Algo que se me da cada vez mejor.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel). Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. Además, adquiriéndolo ayudáis a mantener este blog.



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