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En defensa del docente “normal”

Quizás, como he dicho en muchas ocasiones últimamente, sea que me estoy haciendo mayor. Sí, envejeciendo bastante mal porque, por lo visto, cada vez mi umbral de tolerancia hacia ciertas cosas que suceden en mi profesión, es cada vez más bajo. No tengo claro qué me sucede. Lo que sí que tengo claro es que, al final, lo que necesitamos es empezar a considerar la docencia como algo plagado de personas heterogéneas y muy “normales”. Quizás dentro de esa normalidad heterogénea coexistan Docentes más o menos afines con sus alumnos, usuarios y detractores de los libros de texto o, simplemente, empecinados en hacer las cosas de una u otra manera porque, por lo visto, es lo que mejor les ha funcionado según la experiencia que algunos llevan atesorada. La experiencia, por mucho que a algunos no guste oírlo, es un grado. Y la cantidad de errores que atesoramos los docentes con la experiencia es clave para mejorar nuestra praxis. Mucho más que cualquier otra cosa. Mucho más que ese cursillo realizado acerca de metodologías que jamás vamos a poder aplicar en nuestra aula. Mucho más que esos cantos de sirena que, normalmente en páginas económicas de los medios, nos taladran día sí y al otro también.

Fuente: Facebook

Los docentes no somos superhéroes ni debemos serlo. Los docentes no somos infalibles ni debemos aspirar a serlo. Tampoco, por cierto, somos mesías ni tenemos la solución a cada uno de los problemas de aprendizaje de nuestros alumnos. Por no tener, a veces no tenemos ni un triste boli en el bolsillo (ya, pegadme colleja, he vuelto a hablar en clave personal). Y aún así, dentro de esa normalidad que algunos nos intentan cuestionar, sacamos adelante a algunos alumnos. No a todos. Ni los mejores docentes de la galaxia si existieran podrían hacerlo. No hay metodología milagro que salve determinadas situaciones de contexto. No, no la hay. Al igual que no hay docentes excelentes. Hay docentes apañadillos. Bueno, también alguno de malo pero como en todas las profesiones. No todos se han podido largar a evangelizar pingüinos a Antena 3. Ya, otra colleja. He vuelto a sobrepasarme. Es que es escribir y me aturullo.

Siempre voy a defender al docente que hace su trabajo lo mejor que puede y sabe. Jamás voy a cuestionar a alguien por hacer lo que considere en su aula. Eso sí, voy a defender hasta la muerte (bueno, tampoco exageremos) la profesionalidad de la mayoría de nuestro colectivo y no voy a dejar pasar la idea de aquellos que, curiosamente adueñándose poco a poco de las redes, van diciendo por activa y por pasiva que los docentes son un colectivo mediocre plagado de profesionales que están a verlas pasar. No, no es así. Por mucho que se empeñen en repetirlo algunos, recibiendo aplausos por otros, no es cierto. Los docentes no somos pasivos en el aula. Los docentes no vivimos en el siglo XX. Los docentes tenemos chavales delante nuestro y hemos de lidiar con ello. Joder, ¿tan difícil es de entender que la cagamos o acertamos en la misma proporción que el resto de personas que no trabajan en esto? Vamos a poner un poco de sentido común a ciertas cosas. Que uno -y este soy yo- ya está harto de tanto artículo cuestionando la profesionalidad de todos menos del que escribe y viendo como, sin ningún sonrojo, algunos hablan de un modelo de escuela que no existe ni en los cromos.

El docente “normal” existe y es tan diferente dentro de su supuesta normalidad como los alumnos que tiene delante. Un gran profesional que, vaivén va, vaivén viene, hace lo que puede con lo que tiene o quizás se inventa, con lo que no tiene, algo que le permita dar clase. Y al final, los alumnos aprenden. Ni mejor ni peor que con fuegos de artificio. Simplemente, salen adelante. Y muchos más de los que parece o que nos venden en estadísticas cada vez más cocinadas y manipuladas. Va a ser que, gracias a la normalidad anormal imperante en nuestro país (no sólo a nivel educativo), todo va muchísimo mejor de lo que sería lo esperable.

Aprovecho este post para declararme “docente normal”. Y sí, mañana iré a dar clase. Bueno, o a lo que se tercie 🙂



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