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Amor a mamá


Eramos cinco hermanitos adoptados. No teníamos ninguna relación filial salvo la misma madre y una cabeza gigantesca.


Cada día nuestra mamá, que por cierto tenía una sola mano, nos alimentaba y luego nos metía debajo de la mesa para que no creciéramos.

No entendíamos por qué, pero nuestra mamá nos quería mantener lo más pequeño posible, tan mínimos que podíamos pasar por los dedos de la mano que le faltaba.

Le pasábamos los utensilios de cocina, caminábamos sobre las teclas de la computadora para escribir, vertíamos el contenido de la jarra del jugo en el vaso, deslizábamos el peine por su cabello, eramos prácticamente una parte de ella.

Pero nuestro trabajo más importante llegaba en las noches al momento antes de dormir. Nuestra mamá se desnudaba y nos pedía que nos sujetaramos fuertemente del lugar donde debía estar su mano.

Nos colocaba sobre su entrepierna pidiéndonos que la acariciáramos. Saltábamos, sacábamos nuestras lenguitas, explorábamos bien adentro y volvíamos a salir. A veces teníamos que ponernos nuestros trajes de baño porque todo se humedecía rápidamente, era como un océano.

Nuestra mamá gritaba, se retorcía y nos agradecía por ser tan cabezones. Después de unos minutos nos bañaba con su boca, nos limpiaba y nos vestía para dormir. Apagaba las luces y nos daba un besito a cada uno.

¡Gracias niños, nadie me ama tanto como ustedes!


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