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MEDICINA. Del pronóstico al horóscopo.



    “Tiene una demencia fronto-temporal”. El Paciente que escucha eso se queda, como su esposa, sólo con un término, “demencia”. Algo terrible, una condena que se augura desde las imágenes que arroja un estudio SPECT, tras el cual vendrán otras pruebas de imagen.


    Lo que era psicológico se ha hecho psiquiátrico y se ha transformado en neurológico. La Psicología miró a la Psiquiatría y ésta ha sido abducida, en su afán biologicista, por la Neurología.


    El paciente se encuentra bien; de hecho, puede seguir trabajando como siempre hizo, enseñando. Le pagan por eso; afortunadamente, no piden la opinión del médico astrólogo, pues parece consultar un cosmos que no es estelar sino de brillos asociados a riego sanguíneo. Supone que se le habla de una mera posibilidad, porque se ve lejano a lo que la expresión diagnóstica le anuncia. Si se le ocurre acudir al doctor Google, se tropezará con Bruce Willis, que ya no reconoce a su madre … por causa de la Demencia Frontotemporal, lo mismo que le han dicho a él. 


    ¿Será verdad? ¿Por qué no? Su madre ya sufrió  “Alzheimer”, como su abuela, pero… a saber. Hasta no hace muchos años toda demencia era de Alzheimer, un diagnóstico que sólo podía establecerse con rigor en necropsias. ¿Habría sido también demencia fronto-temporal? De hecho, su madre se quejaba de afasia en la primera fase de su terrible enfermedad. “Quiero decir algo y no puedo”, se quejaba.


    Bien. Y ahora, ¿qué? Pues ahora nada, más allá de esperar lo peor y tratar de conjurarlo esforzándose en resolver problemas matemáticos o del modo que suponga un desafío intelectual. Una creencia injustificada, pero a algo hay que aferrarse.


    Parece terrible. Un diagnóstico que implica un pronóstico infausto para el paciente y su familia, que no sabrán cómo enfrentarse al futuro que la expresión diagnóstica augura. Pero lo terrible, sin embargo, reside paradójicamente en que quizá al final no sea terrible, y se regale por parte del médico tecnificado la traducción simplista de una ignorancia, algo que siempre ha acompañado al saber clínico.


    Estamos, con este caso, como con tantos otros que puedan darse, ante dos grandes horrores, y a la vez errores, de la medicina cientificista.


    1. La ignorancia estadística, por la que se tiende a confundir probabilidad con certeza. La imagen SPECT carece de una sensibilidad y especificidad que sean del 100%. Si tenemos en cuenta la prevalencia de la enfermedad evaluada, el valor predictivo positivo decae más que el publicado sólo con la muestra del estudio que lo expresa (un garrafal error que se da en no pocas publicaciones "científicas"). Es decir, se augura algo que puede no acontecer jamás en la vida del paciente diagnosticado, en este caso, de demencia fronto-temporal.  


    2. El olvido del alma. El otro horror reside en confundir el derecho del paciente a saber sobre su diagnóstico y pronóstico con el deber de saber, del que el paciente carece. Un médico debe informar si se le solicita, no está obligado a augurar lo peor y del peor modo, de la forma más cruda. Y, si además hay incertidumbre, intrínseca a las limitaciones de la propia técnica de SPECT y demás factores de confusión, incluyendo los farmacológicos, parece injustificable anunciar con naturalidad que lo más terrible ocurrirá.


    La medicina fue siempre pronóstica, ya desde los tiempos de Hipócrates. En realidad, es lo que se le pide.Y las técnicas de imagen son buenas pronosticando futuros … estadísticos, frecuentistas, pero no a escala singular, que requiere, al menos, un enfoque bayesiano que reúna previamente a la brutal afirmación diagnóstica - pronóstica, otros factores (genéticos y ambientales) que la avalen. Una escala, la singular, que sólo es admisible si hay una posibilidad de intervención que cure o palíe un acontecer infausto. Demasiados médicos sucumben a la fascinación de la imagen, a la perversión estética del “caso bonito”, en brutal contraste con la percepción estética de la ciencia real. Nada peor para la ciencia que el cientificismo.


Demasiados médicos adoptan un criterio probabilístico tan burdo como infantiloide que acaba haciendo de su pronóstico mero horóscopo. Tal enfoque confunde al sujeto con el individuo muestral y a una herramienta diagnóstica con el oráculo determinista inapelable.


Tenemos un cerebro, pero no somos un cerebro. El olvido de la ciencia acarrea soberbia cientificista. El olvido del alma corporeiza del peor modo al ser humano. Nos encaminamos así a una medicina que justificadamente puede calificarse de desalmada.



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