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Altos niveles de estrés en la sociedad competitiva

Podríamos decir, de forma quizás algo vaga, pero guiados por el teórico Joost A. M. Merloo, que ante el sentimiento de miedo muchas veces la imaginación tiende a sobredimensionar ciertos hechos, y que, de igual forma, “individuos excepcionalmente asustados constituyen buenos focos infecciosos para agravar sospechas y temores incontrolables” (Merloo, 1964, p. 40). El ámbito de la significación queda así subsumido al terreno de las construcciones discursivas que se arman sin más fundamento que el del temor a lo que se desconoce. En torno a lo que a ello atañe, bien podríamos aventurarnos a afirmar que la Sociedad contemporánea, organizada para ser una sociedad competitiva en múltiples niveles, puede ser bastante inclinada a que existan Altos Niveles de estrés que, a su vez, propicien en determinados momentos ciertos sentimientos de confusión 8e incluso de irascibilidad) muy similares a los del miedo descrito líneas atrás.

Es decir, vivimos en una sociedad donde desde una muy corta edad “se educa y se vive y se piensa en ser competitivo, en tener una empresa competitiva, un rendimiento competitivo o en sobresalir a como dé lugar en un mundo altamente competitivo. Todos los demás valores se desprenden de una u otra forma de allí. Hoy en día se cree incluso que una calidad de vida notable o el mayor bienestar social posible se consiguen, por ejemplo, si un determinado Estado o una determinada región, es altamente competitiva. Esta situación puede resultar sin duda muy ventajosa para cuestiones como la innovación o la productividad, pero de igual forma acarrea ciertas consecuencias negativas que bien podrían hacer que nos preguntemos si no es mejor que la Competitividad deje de tener un peso tan sobresaliente y preponderante en el ámbito institucional” (Guerrero, 2014, p. 3). Dichas consecuencias son, entre otras, que valores como la solidaridad e incluso la paz, pasan a niveles inferiores en muchos planos ante la preponderancia de la matriz competitiva.

La competitividad como valor, sume a demás a las personas en regímenes constantes de preocupación, es decir, preocupación por sobresalir, por mostrar determinada gama de significaciones visuales en el modo de vestir o lucir determinada cosa, y preocupación por convertir todos los aspectos de la vida en elementos que se pueden apreciar desde aquel lente, que es, desde luego, el lente de la competitividad. No sería de extrañar, por tanto, que el mismo exceso de competitividad en la vida ocasionara altos niveles de estrés los cuales podrían desembocar en intolerancia, o como se mencionó que sucede con el miedo, puede llegar a ser un foco infeccioso para agravar sospechas y temores incontrolables. Es difícil plantear una propuesta determinada ante tal estado psicológico masivo que origina la competitividad como valor principal, pero sí podemos aventurar a decir que abogar constantemente en la educación por la solidaridad y la comprensión, por más que suene a frase de cajón es algo fundamental. De igual forma, términos como “paz” y “amor”, en una sociedad de estrés, no pueden convertirse en significaciones vacías. Debemos abogar siempre por el respeto a la otredad, esa otredad que no es a la que se debe superar, sino esa otredad que nos constituye a nosotros mismos como personas y habitantes de este mundo. Finalmente, podría decirse que abogar por valores distintos que nos unan más como personas, podría ayudar a mejorar tanto la salud mental a gran escala como el compromiso entre nosotros mismos como personas que se mueven y se relacionan en la compleja red de relaciones de la actualidad.

Bibliografía:

Guerrero Ramos, Miguel A. (2014). Los efectos negativos del paradigma de la competitividad hipermoderna. Grin.com

Merloo, J. (1964). Psicología del pánico. Horme / psicología de hoy.




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