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Jorge Basadre recuerda "La promesa de la vida peruana": "El Paraíso en el Nuevo Mundo"

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Portada de La promesa de la vida peruana y otros ensayos, obra escrita en 1943 por el historiador nacional Jorge Basadre Grohmann. La cubierta pertenece a la Edición Popular publicada por la Librería - Editorial Juan Mejía Baca (Lima, Perú, julio de 1958).

LA PROMESA DE LA VIDA PERUANA
El Paraíso en el Nuevo Mundo
Jorge Basadre Grohmann

Mucho se ha hablado acerca de la repercusión que tuvo el descubrimiento de América en la imaginación del mundo. Menor preocupación ha habido sobre el significado espiritual del descubrimiento circunscrito del Perú. Y, sin embargo, el Perú no ha sido fruto del azar, ni olvidado rincón continental, ni germen crecido en la insignificancia. Antes de ser realidad deslumbrante fue grandioso ensueño, utopía accesible en virtud del sacrificio ante las mentes ávidas de Balboa y de Andagoya. Su nacimiento en el Siglo XVI está rodeado de mitos y leyendas, como lo había estado el nacimiento de los Incas en el siglo XI. Y, cosa curiosa, existe un paralelismo fácil entre los dos grandes mitos que adornan la aurora del imperio y los hechos que en prodigiosa reencarnación de la fábula dentro de la realidad, anteceden y siguen al descubrimiento. Si en el mito del Titicaca la pareja divina llega a enseñar las artes y los oficios a las indiadas bárbaras, la aparición de los españoles se presenta también no sólo como "conquista" sino además como "evangelización" y "colonización". Mientras en el mito de Paccari Tampu los cuatro hermanos salen a su aventura audaz y sangrienta y luchan entre ellos hasta quedar sólo Ayar Manco, los cuatro Ayar españoles podrían haber sido Pizarro, Almagro, Luque y aquel increíble Pedro de Alvarado que vino desde Centro América a participar en el botín: el hierro eliminó a Almagro, su propio ministerio a Luque y la dádiva a Alvarado. Ante los ojos infantiles, algo tiene además Pizarro del héroe que en los cuentos se consagra a la adquisición de un Objeto Sagrado: pájaro que habla, fuente que canta, árbol de frutas doradas. Siempre es algo que da mágicos poderes a quien lo tiene. Generalmente, gigantes o dragones se hallan gozando de ese privilegio; pero genios benevolentes obedecen al héroe o son sugestionados por él. Está profetizado que él logre la victoria: lo necesario colabora con el azar. El héroe es el afortunado Tercer Hijo, el que, por fin, captura el Objeto Sagrado después de múltiples pruebas vencidas gracias a su tenacidad, a su valor, a su predestinación. La diferencia con el caso de Pizarro, está en el final de su vida rutilante de oro y de sangre.

Habiéndose vuelto realidad tangible lo maravilloso en el Perú, la imaginación de los hombres del siglo XVI creyó que el milagro podría repetirse. Surgieron así la leyenda del Dorado según la cual un rey gobernaba en una isla situada en hermosa laguna, "especie de mar blanco cuyas olas rodaban sobre arenas de oro y guijarros de diamante", la leyenda de las amazonas fecundadas por las espumas del gran río, los reinos imaginarios de Ambaya, de los Escaisingas, de Ruparupa, de Candiré, de Omagua, del Paititi, de Henin y otros tantos. ¡Cuán cercanos estaban, así, el acierto y el error, la realidad y la fantasmagoría, el fracaso y el éxito! El imperio de los Incas, el Perú eran verdad; pero los demás imperios o reinos eran mitos. Y este dualismo terrible de los soñadores que aciertan y de los soñadores que se equivocan prosigue a lo largo de toda nuestra historia, y hasta durante la República hemos tenido a quienes creyendo salir en busca de los Incas, fueron en realidad como Álvarez Maldonado, Diego de Mendoza, Pérez de Zurita, Juárez de Figueroa, Juan de Mendoza o Gonzalo Solís Holguín, en pos del fabuloso reino del Gran Paititi...

La imaginación no descansa cuando la época de las expediciones termina y el mapa peruano se halla ya más o menos fijo. A fines del siglo XVI y durante el siglo XVII se entra en una época de exaltación interior. No preocupa ya sobre todo la naturaleza indómita; preocupa la otra vida, la eterna salvación. El cristianismo había, en cierto sentido, cambiado el concepto y la esencia del Objeto Sagrado de los cuentos orientales. Éste existe, no ha sido monopolizado por fuerzas enemigas, ni es propiedad de otro: a todos se manifestaría por igual. El pecado lo ha hecho ocultarse. No puede ser cogido: ante él sólo cabe la adoración. La vida unida a la fuerza sobrenatural de la gracia abren el camino para su acceso. Es el santo Graal, hasta donde asciende únicamente Sir Gallahad, el caballero predestinado. Esta transformación cristiana del Objeto Sagrado predomina en el siglo místico y ascético del Virreinato peruano y produce también seres reales pero de maravilla, ya no en el mundo de la acción sino en el mundo de la contemplación hasta llegar a la Santidad.

(Entre paréntesis cabe afirmar que con la leyenda de Fausto la búsqueda cambia de finalidad. El Objeto Sagrado no existe. Se trata de lograr la salvación personal, sin relación con el resto de la especie humana. Fausto es víctima y sede de la tentación; pero al fin se salva gracias a su desasosiego. Triunfa no porque sea perfecto sino porque combate el pecado, aunque sea a última hora. No es excepcional porque es moralmente mejor, sino tal vez porque es peor. El héroe se ha vuelto un bribón que en la escena final se arrepiente. La riqueza de la vida espiritual en el Perú de aquella época no podía ser ajena a la leyenda de Fausto. Por razones de evangelización, ella aparece sobre todo en los autos sacramentales escritos en quechua con sentido simbólico. Hasta ahora son dos nuestros Faustos indígenas: "Usca Paucar", y "El Pobre Más Rico". Ambos –"Usca Paucar" como Sayri Titu, el "pobre más rico"– ceden a las promesas del demonio que aquí se llama Yuncanina y les invita a banquetes con papas, quinua y choclo y al disfrute de un fácil amor; ambos se libran de pagar el trascendente precio de sus francachelas y no entran al infierno gracias a la oportuna invocación a la virgen de Copacabana o a la del santuario de Belén en el Cuzco).

Tenemos, pues, ya la imaginación lanzada primero a la búsqueda de imperios suntuosos y luego a la de la eterna felicidad. Todavía no han agotado, sin embargo, sus campos. Surge también la visión del Perú, o de América íntegra como reminiscencia del Paraíso. Algunos llegan a insinuar que aquí fue donde moraron Adán y Eva; y esta tesis que primero es sólo atisbo, conjetura, hipótesis o deseo, para Antonio de León Pinelo resulta evidencia comprobada en un esfuerzo laboriosísimo de erudición y dialéctica. Su obra "El Paraíso en el Nuevo Mundo'' examina todas las posibilidades de ubicación terrena del Paraíso y va desechando cada una con especiosas razones, para hacer luego razonadamente la afirmación que es grata a su cariño y a su orgullo de indiano. De dicha obra sólo se imprimió el "aparato" con la portada y las tablas o índices. Hubo interés poderoso que no quiso dar a los americanos la ilusión de tan viejo e ilustre abolengo. Raúl Porras Barrenechea ha publicado el libro íntegro en una edición ejemplar y con un prólogo admirable.

Por otra parte, América y dentro de ella principalmente el Perú, encandila también la imaginación extraña. En 1735 se estrena en París el ballet: "Las Indias Galantes", con música de Rameau, cuyo argumento versa sobre los amores de una princesa inca con un español; y su éxito es tan notable que hasta se suceden las parodias como "Las Indias Cantantes" y "Las Indias Danzantes". A 1732 pertenece la tragedia "Alzira" de Voltaire, de argumento peruano, ensayo de dar a los conquistadores una lección de tolerancia, de bondad y de paciencia que restañe las heridas de la guerra y apresure la incorporación del indio a la cultura occidental. Bien conocido es el éxito que poco más tarde obtenía la novela épica y filosófica de Marmontel llamada "Los Incas". Menos conocida es, en cambio, la invasión de obras con temas peruanos en los escenarios parisinos: dos comedias con el nombre "La Peruana" en 1748 y 1754, la tragedia "Manco Capac" en 1763, "Azor o los Peruanos" en 1770. Aunque hoy esté olvidada, fue también muy célebre en su época la obra "Cartas de una Peruana" por Madame de Graffigny, cartas escritas en "Quipus" que son una crítica a las costumbres europeas.

En todos estos documentos y en otros más no hay sólo exponentes del sentimiento de lo exótico, que se difundía en Francia y en otros países de Europa. Aparece también la idea cada vez más popular del "noble salvaje", del hombre bueno en estado de naturaleza que se corrompe en la civilización y en la sociedad. Se mezcla el relato cristiano del paraíso perdido y la "edad de oro", de que hablaran los poetas latinos, con los prodigios hallados en el "Nuevo Mundo"; y las traducciones de los cronistas de la Conquista, el entusiasmo expresado por misioneros y viajeros, piratas y aventureros vienen a coincidir con el gusto por lo exótico y el pesimismo filosófico y social entonces imperante. Y en otro campo, aunque muy cerca de éste, surge la leyenda dorada acerca de la sabiduría y el orden creado por los Incas. Aunque en sentido distinto de aquel que León Pinelo diera a su obra, en realidad trátase de afirmar también aquí que el "paraíso perdido" estuvo en América, o, más concretamente, en el Perú. El espejismo de bienaventuranzas truécase en nostalgia de lejanías. Ante las insuficiencias del presente, los ojos no miran hacia el futuro en busca de compensaciones; miran hacia el pasado, pero esta vez ya no hacia el pasado suspendido en el destiempo, sino hacia el pasado concreto del hombre en estado de naturaleza: siempre es el consuelo onírico, el goce lunar, o sea de reflejo.

La Búsqueda ha sido primero de tesoros y de reinos maravillosos. Luego, ha sido búsqueda de eterna salvación. En seguida esa felicidad soñada primero en hazañas de geografía y de milicia, o en el éxtasis religioso, se transporta hacia el pasado, ya sea ahistórico (Adán y Eva), ya sea histórico (Incas). Falta de transformación de esta búsqueda orientándola hacia el futuro, el sueño del paraíso no perdido sino por encontrar. Y él surge en su momento propicio. El mundo se ha vuelto pequeño y ya no hay reinos como el de los Incas, ni siquiera como el de Paititi o el de Ruparupa. Por otra parte, el campo de la vida religiosa va desligándose lentamente de la vida civil. Y después de las grandes revoluciones norteamericana y francesa irrumpen las masas como personajes del acontecer histórico, y el siglo XIX ha de ver cómo la preocupación política y social prevalece sobre la preocupación geográfica imperante en la época de los grandes descubrimientos, sobre la preocupación religiosa que dominó entre nosotros a fines del siglo XVI y durante el siglo XVII, y sobre la preocupación especulativa que define a cierto momento del siglo XVIII. El sueño del paraíso futuro abierto para todos amanece junto con la edad contemporánea.

En cada uno de los países de América, este sueño es el de la Emancipación política, aislada y loca quimera inicialmente, realidad de sangre, lodo y lágrimas más tarde. Pero no se trataba simplemente de cortar la sujeción política a España. La Independencia fue hecha con una inmensa promesa de vida próspera, sana, fuerte y feliz. Y lo tremendo es que aquí esa promesa no ha sido cumplida del todo en ciento veinte años.

Fuente:

Basadre Grohmann, Jorge1958. La promesa de la vida peruana y otros ensayos. Edición Popular. Lima: Librería - Editorial Juan Mejía Baca.


Septiembre 8, 2007


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