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Andrés Avelino Cáceres Dorregaray: Héroe de la Breña, Defensor del Perú en la Guerra del Salitre

Coronel Andrés Avelino Cáceres Dorregaray 

Efigie de Cáceres
(Basadre 1968-70: VIII: 445-447)

Cáceres comenzó teniendo en la guerra con Chile una actuación notable en la campaña del sur, en San Juan y en Miraflores. Su figura vino a ser un símbolo de una continuidad esencial en el valor y en la destreza de lo me­jor del ejército peruano a través de esa serie inconexa y constante de infortunios. Sin amilanarse ante las horribles entrañas de la derrota, cuando tantos creían con lógica forense que todo estaba perdido, empezó la nueva pelea sin más compañía que su desasosegado corazón y unos pocos leales, con una sublime sencillez para el abandono de la comunidad y el regalo y una loca firmeza en el mantenimiento de la indómita voluntad de seguir en la brega.

Se volvió así a enrolar como un recluta en las filas de la patria que ya no existían e hizo trepidar la cordillera cubriéndola de luz y de galopes y alguna vez los cascos de su caballo echaron polvo sobre Lima. El peligro es como una investidura y hay como una majestad en los que se han visto en el riesgo de morir. Cáceres las tuvo permanentemente. Para los azares de la lucha por él inventada a que se lanzó, era preciso saber juntar tropas, adiestrarlas, conducirlas y volverlas a reunir; obtener hombres, dinero, fusiles, bayonetas, municiones, uniformes, acémilas, cuchillas, hondas, rejones y piedras; velar por la salud y el fervor de cada soldado; informarse sobre las tropas enemigas, los espías, los tránsfugas, los intrigantes, los envidiosos, los indiferentes y los buenos; traer a la lucha lo inesperado y lo increíble; medir de un ojeo el campo, tomar en cuenta en unos segundos el cerro, el barranco, la quebrada, el peñasco, el breñal, el tronco del árbol, el suelo; olfatear el aire; conocer muchas noches sin sueño y en delirio con las botas puestas y el arma vigilante; saber lo que se tarda en la marcha polvorienta para subir o bajar una cuesta y lo que se puede esconder en cualquier recodo; conocer el camino para el rodeo o para ganar los segundos; ver por el frente, por los flancos y por la espalda; tener la viveza para atender en el encuentro comprometido los súbitos obstáculos; acorralar, embestir, cargar por la retaguardia, retroceder, volver a atacar, nochear en la silla, tragarse como en un vuelo de cóndores cerros, desfiladeros y abismos; aparecer como un resucitado después de la desgracia; tener siempre nuevos los ojos y no dejar escapar a la esperanza mientras se pone cada día el sol en el cielo impasible y cuando llega otra vez la luz fresca de la mañana. Él solo hizo la tarea de muchos hombres. Fue como la proa de una nave que caminaba aunque fuese mutilada. Los harapos de sus soldados brillaban como una bandera al sol. Parecía este puñado de hombres llevar la patria en brazos. Y hubo momentos en que pudo decirse que en el Perú no relucía oro de más quilates que la espada de Cáceres.

¡Cuántas veces tuvo seguramente que apoyarse en su caballo macilento, parado en los estribos de bronce, para no caerse de cansancio y de pena! Y sin embargo ante amigos y adversarios, pareció siempre listo en aquella contienda desmigajada e intermitente. Los chilenos no estaban preparados para ella y para sus operacio­nes de montaña y de guerrillas, de desgaste y de continuo movimiento. El honor del país y del ejército quedó salvado aunque no pudiera hacer más por la falta de apoyo v la desu­nión de los peruanos y la desorganización del país, hipnotiza­do primero por la falacia del apoyo norteamericano y escindido después cuando surgieron en el norte los partidarios de la paz a todo trance, cuando el ejército de Arequipa con sus cuatro mil hombres se quedó sin prestar servicio alguno y cuando en la propia capital hubo quienes, como dice Cáceres en sus Me­morias, no querían la resistencia armada para salvar sus per­sonas y sus bienes.

Sólo le faltó una cosa a Cáceres para su consagración que hubiese sido apoteósica: morir en Huamachuco. Al ser salvada su vida hubo en ella una trasmutación: el guerrero se volvió un caudillo. No fue él a la política sino ella lo buscó en su tienda de campaña. Pudo haber dicho: “Te defendí ¡oh, patria! en la hora de la necesidad y ahora vuelvo a mi hogar para aparecer otra vez en la brega sólo si te invaden de nuevo o cuando el pueblo tenga hambre y sed de justicia. Pelear es una cosa y gobernar otra”. Pero el país necesitaba vivir por fin en unidad, en paz y en orden después de una pesadilla de seis años y Cáceres fue el mandatario sereno y sencillo que caminaba a pie por las calles de Lima y vestía levita negra mientras daba sombra a su rostro tostado no el fieltro veterano sino el tarro de unto. Pudo decir cuatro años más tarde y no dijo: “Te defendí ¡oh, patria! en tus horas de adversidad y hoy me retiro para dejar al pueblo que exprese su decisión y poner mi persona y mi prestigio a su ser­vicio si ella es ahogada o violentada”. Con las alas sangrien­tas de la libertad ni los héroes pueden fabricar riendas. Ningún edificio sólido se construye sobre bayonetas. Pero las vociferaciones y los cuchicheos y los esputos y los disparos y las serpentinas y las guirnaldas y las embriagueces y las llagas de la política no borraron el recuerdo de la Breña; de la misma manera el lodo resbala sobre el granito.


Miembros del Estado Mayor peruano en el sur en 1880
De izquierda a derecha: de pie, teniente coronel Ramón Zavala (muerto en la batalla de Arica), coronel Remigio Morales Bermúdez, coronel César Canevaro, comandante Carlos Ferreyros (?); sentados, coronel Andrés Avelino Cáceres y coronel Justo Pastor Dávila (?)

General Andrés Avelino Cáceres Dorregaray, su esposa Antonia Moreno de Cáceres y sus hijas Zoila [Evangelina], Hortensia y Rosa Amelia Cáceres Moreno en 1886
(Fotografía del Estudio Courret)


Andrés Avelino Cáceres
El Perú Ilustrado, Año I, Núm. 1
Lima, sábado 14 de mayo de 1887



Andrés Avelino Cáceres Dorregaray
(Ayacucho 1833 - Lima, 1923)
Héroe de la Breña
Defensor del Perú en la Guerra del Salitre












































Biografía de Andrés Avelino Cáceres Dorregaray
(Seoane y Seoane 1903, 289-329)


General Andrés Avelino Cáceres Dorregaray
Presidente del Perú, 1886-90

Obras consultadas

Basadre, Jorge. 1968-70. Historia de la República del Perú. 6ta. ed. Lima: Editorial Universitaria.
El Perú Ilustrado, Año I, Núm. 1, páginas 1-2. Lima, sábado 14 de mayo de 1887.
Seoane, Buenaventura G. y Guillermo F. Seoane García. 1903. El biógrafo americano. Tomo ILibrería Escolar e Imprenta E. Moreno.

Julio 4, 2015


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