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La Guerra del Pacífico
Dirección Estratégica de Reivindicación MarítimaRepública de Bolivia
Doce de los 135 civiles bolivianos que defendieron heroicamente Calama contra la rapiña de los ladrones Chilenos de territorio el 23 de marzo de 1879. Con treintaicinco rifles Winchester, ocho rifles Remington, treinta fusiles a fulminante, doce escopetas de caza, catorce revólveres y treintaidós lanzas se enfrentaron a los asaltantes del país del sur. En la foto aparecen los héroes bolivianos Eduardo Avaroa, revólver en mano, Severino Zapata (con el rifle) y Ladislao Cabrera, de prominentes bigotes y con abrigo.
Eduardo Avaroa: "¿Rendirme yo? ¡Que se rinda su abuela, carajo!"
Retrato y firma del Héroe Eduardo Avaroa Hidalgo
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El Combate de Calama del 23 de marzo de 1879 y la hazaña de Eduardo Avaroa
Escribe: Edgar Oblitas Fernández
El ejército expedicionario chileno se movilizó en cuanto volvió el emisario en son de combate. Las ocho piezas de artillería vomitaron fuego para intimidar a los defensores. Cabrera instruye que no debía dispararse hasta que los enemigos estuviesen al alcance de sus armas, para no desperdiciar munición. Dando por seguro que el objetivo principal del invasor sería el vado del Topáter para desplazar su caballería, escoge un selecto contingente de valientes para que cuiden el punto. Jefe del grupo fue designado el Coronel Fidel Lara y segundo comandante Eduardo Avaroa. Para la defensa del vado de Huayta, otro lugar estratégico, fue elegido jefe el Coronel Emilio Delgadillo.
Eran las siete de la mañana y comienza el asedio chileno. El objetivo principal, como estaba previsto, es el Puente de Topáter. Un fuerte contingente arremete con furor, pero choca con la heroica resistencia de los bolivianos, que les causa muchas bajas. Sorprendidos los chilenos se retiran para volver con nuevos refuerzos. Entretanto, una gruesa partida de la caballería chilena también es rechazada del vado de Huayta, dejando varios muertos y heridos. El combate se generaliza. El fuego es recio, aunque desigual, pero nadie abandona su puesto de combate. Ante tanta temeridad el enemigo se desorienta y vacila. El coronel chileno Eleuterio Ramírez y sus inmediatos cambian miradas en busca de alguna idea. Nada se les ocurre y sin salir del pasmo ordenan un nuevo ataque con todos los efectivos. El combate se intensifica reciamente, la artillería suena atronadoramente, la caballería ataca intrépidamente, pero los bolivianos se mantienen en sus puestos defendiéndose como leones. Yalquincha, Topáter y Huayta son los puntos más asediados, pero la resistencia no cede, pareciera que la superioridad del enemigo los enfurecía más para hacer tanto derroche de valor. Pero todo tiene su límite. El número de defensores comienza a ralear y la munición a agotarse. A las once de la mañana, después de cuatro horas de combate increíble, las filas bolivianas estaban ya casi diezmadas. Todo era ya inútil. Los parques se habían agotado y los disparos aislados eran la señal de que el sacrificio habíase consumado. Ese momento, Cabrera, Zapata y algunos sobrevivientes, emprenden la retirada al interior de Bolivia. A tiempo de hacerlo han debido escuchar todavía el insolente eco de un solitario rifle que seguía disparando en alguna trinchera. Era que Eduardo Avaroa rubricaba en el puente la máxima epopeya del Pacífico.
En efecto, cuando todo ya estaba consumado y el ejército chileno era dueño de la situación, había todavía un lugar al que no tenían acceso. Un hombre ensangrentado y malherido, que apenas podía ponerse en pie, no permitía acercarse al puente al enemigo, disparando de rato en rato su rifle, entretanto un contingente del ejército invasor había vadeado ya el Huayta. Era Eduardo Avaroa que, rodeado de cadáveres, seguía luchando solo, sin ceder un palmo. Agitando en una mano su rifle y en la otra su revólver, seguía provocando al enemigo con palabras duras. Sus ojos cargados de odio también disparaban destellos fulminantes contra los rotos más audaces que se aproximaban con gran precaución. Había llegado la hora del sacrificio total. Un escuadrón de soldados chilenos avanza al lugar, decidido a acabar con la solitaria resistencia. Le intiman rendición, pero Avaroa por toda respuesta dispara su arma. Una nueva descarga a quemarropa de los chilenos hace impacto y su cuerpo se tambalea. Apoyado en una rodilla sigue agitando su rifle. Los chilenos avanzan y lo rodean.
– "Por última vez, ríndase..."- suena la palabra encolerizada del invasor. Y Avaroa, haciendo un supremo esfuerzo, se agita y logra ponerse de pie y a tiempo de disparar por última vez su rifle al enemigo, le lanza aquel terrible apóstrofe:
– "¿Rendirme yo? ¡Que se rinda su abuela carajo!"
Los chilenos que recibieron la terrible afrenta, el máximo desafío, respondieron con una nueva carga cerrada de sus fusiles y lo ultimaron con sus bayonetas, porque Avaroa parecía tener siete vidas. Cuando los invasores comenzaron a festejar el triunfo alrededor del héroe al grito de ¡Viva Chile!, todavía escucharon el último aliento del héroe: - "¡Muera...!"
Fuente
Oblitas Fernández, Edgar. 2001. Historia secreta de la Guerra del Pacífico. De 1879 a 1904. Cochabamba, Bolivia: Editorial Los amigos del libro, pp. 177-178.
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