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Criminal se hace o se nace? Cesare Lombroso y su «criminal nato»

Ezechia Marco Lombroso, conocido con el pseudónimo Cesare Lombroso , fue un criminólogo y médico italiano del siglo XIX.Lombroso popularizó la noción de criminal nato, estableciendo que las causas de la criminalidad están relacionadas con la forma y las causas físicas/biológicas del autor de los hechos. Creía en el determinismo biológico, basado en que todos los delincuentes comparten particularidades fisonómicas, atributos o deformidades.


Llegó a la conclusión en sus estudios que la mayoría de las personas que recurren a la violencia criminal, lo hacen simple y llanamente por regresiones evolutivas (y, por tanto, los criminales forman parte de la sociedad puesto que hay un porcentaje de individuos en ella que nacen con la predisposición fisonómica para la conducta criminal). Los delincuentes con los delitos más graves, según Lombroso, tienen en común unas peculiares taras genéticas, como por ejemplo:Grandes mandíbulas, proyección de la mandíbula hacia delante, pendiente baja frenteAltos pómulos, nariz respingona o aplanadasMango en forma de la orejas Grandes Barbillas, muy destacado en la aparienciaNariz en forma de pico de halcón o los labios carnosos Duras miradas furtivas, barba rala o calvicieInsensibilidad al dolor (tatuajes), largos brazos.¿Conoces a alguien que encaje en este perfil? No estaría mal que se hiciese una app al estilo «Faceapp» en el que nos convirtieran a todos en «criminales natos».

Fuente:https://juristaenloquecido.com/2019/07/18/criminal-se-hace-o-se-nace-cesare-lombroso-y-su-criminal-nato/


Agregado:
A comienzos de 1883 tuvo lugar un significativo encuentro. El aristócrata, geógrafo y anarquista ruso Peter Kropotkin y el psiquiatra y criminalista Alexandre Lacassagne, uno de los críticos mas sobresalientes de la antropología criminal lombrosiana, se conocen en la prisión de Lyon. Kropotkin acababa de ser condenado por pertenecer a la difunta Internacional. Lacassagne y Kropotkin mantienen una conversación en la que se habla sobre «cuestiones antropológicas»

. Pocos años después, Kropotkin publicará un libro —Las prisiones—, en el que no sólo se hará un detallado estudio comparado de los sistemas de prisiones francesas y rusas, sino también una reflexión general sobre las causas biológicas y sociales de la criminalidad y sus remedios. El caso de Kropotkin ejemplifica a la perfección la dualidad de la relación entre criminalidad y anarquismo. Por un lado, el anarquista de fin de siglo se convierte en un objeto predilecto de la reflexión criminológica. Una oleada de atentados terroristas entre 1880 y 1914 estimula no sólo dicha reflexión sino que vino a facilitar la creación de una identificación entre anarquismo y terrorismo que aún perdura en la imaginación popular. Y es que la propia actitud de los libertarios sobre la cuestión distaba de ser clara. Voces autorizadas dentro del movimiento acrático se enzarzaron en agrios debates públicos no sólo sobre la legitimidad del terrorismo, sino sobre otro tipo de actividades, como el robo (concebido como un acto de expropiación). De hecho, las fronteras entre el anarquista, el mundo de la marginalidad, la bohemia, y la delincuencia común se volvieron muy difusas dentro de amplios círculos del movimiento libertario francés . Claro que no era este el único motivo por el que los teóricos libertarios abordaron la cuestión del crimen y, en general, la de las conductas desviadas. Los libertarios luchaban por la creación de una sociedad futura sin estado y sin sistema legal. La respuesta a la pregunta de cómo se evitarían las conductas dañinas implicaba una teoría implícita o explícita sobre el origen y naturaleza del crimen. Los libertarios eran a la vez objeto y sujetos del pensamiento criminológico.

Por otra parte —y como veremos, relacionado con lo anterior— la legitimación social y científica de los evolucionismos, ya sean darwinistas o spencerianos, estimulará nuevos puntos de vista sobre la naturaleza última del crimen, de la locura y la enfermedad en general en la Europa de fin de siglo. Crimen, locura y enfermedad aparecen tanto desde el punto de vista de la criminología —Antropología y Sociología criminales— como desde el de la Psiquiatría, como manifestaciones fuertemente entrelazadas de un «fondo degenerativo». La idea de degeneración —que ya tenía una larga historia— se convierte en un concepto a la vez invasor y poco preciso. De hecho, podemos decir con Daniel Pick, que se articula un auténtico lenguaje de la degeneración. Un lenguaje en el que se superponen, desde su inauguración por el psiquiatra Bénedict Augustin Morel, dos conceptos, uno concerniente a la degeneración y otro al degenerado.  Así, nos encontramos, por un lado, con un espectro patológico imparable e invisible que se extiende como una mancha en el mundo civilizado amenazando la evolución perfectiva de la especie (la degeneración). Pero por el otro nos encontramos con un grupo humano (los degenerados) que se distinguía visiblemente de la parte sana del organismo social. Una clase de individuos que no sólo eran enfermos, sino que se constituían, por su conducta desviada en un elemento patógeno, un peligro para sí mismos y para el organismo social.

 Desde este punto de vista, la figura del criminal nato, a la que solía ser reducida la obra del italiano Cesare Lombroso (1835-1909) y sus discípulos, se convirtió en el prototipo de la clase de linajes antisociales que convenía identificar, aislar o incluso eliminar. Como dice L. Maristany la figura lombrosiana del criminal nato ofrece, la «respuesta o clave científicas a un mito, el de que el criminal era un ser aparte»,  sin conexiones causales de ningún género con la «sociedad llamada honorable». Se puede decir, de hecho, que desde la publicación de L’Uomo delinquente en 1876 y en adelante, la obra del famoso médico legista y antropólogo criminal solía ser identificada —y reducida— a esa figura emblemática.

¿Qué o quién es un criminal nato? Para Lombroso y sus más estrechos seguidores el criminal propiamente dicho era un anacronismo, un resto atávico que reaparece en la sociedad moderna. Como dice uno de los representantes más célebres de la Scuola Positiva, Enrico Ferri, los «delincuentes en su tipo más común y peligroso, reproducen en nuestra civilización los caracteres del hombre salvaje y primitivo». La criminalidad
es ahora un fenómeno explicable plenamente desde el plano natural. Es, en la mayoría de los casos, el resultado del género de vida normal de una clase de seres que reproducen en sus caracteres físicos, psicológicos y morales al hombre primitivo. Así pues, el criminal es a la vez «natural» —una criatura que ha quedado atrás en el desarrollo de la evolución
— no es otra cosa que la manifestación de sus disposiciones innatas. Sus actos no son «aislables» porque no son independientes entre sí: constituyen su género de vida necesario
 — y «distinto» —en la medida en que se distingue claramente del resto de sus contemporáneos. Pero sobre todo, el criminal es «nato», es decir, que su actuación delictiva —y aquí nos encontramos con el argumento básico del determinismo biológico. No hay libertad moral: el criterio de libertad moral como condición de responsabilidad penal pasa a ser un principio derribado.

El crimen es «natural», el criminal también, y es, además, irresponsable de sus actos, pero es socialmente inaceptable. El derecho de penar se ha de fundar no sobre el castigo, sino sobre la necesidad de la sociedad de defenderse contra los «elementos,  perturbadores» contra «las agresiones que dañan o pueden dañar su existencia...» ¿Cómo se debe defender la sociedad? La respuesta no puede encontrarse en el sistema penal vigente. La pena —que presenta en sí los vestigios de la antigua venganza— tiene un escasísimo efecto disuasorio sobre individuos abocados ineluctablemente al delito por defectos de su propia organización individual. La Medicina ofrece elmodelo alternativo pertinente: siendo el delito una enfermedad y el delincuente un enfermo se hace necesario una profilaxis y un tratamiento.

Los anarquistas no quedaron a salvo de esta nueva cartografía de la criminalidad, en especial cuando el terrorismo anarquista pasó a un primer plano. Ya en la edición de 1887 de L’uomo delinquente, Lombroso hace una primera referencia a los anarquistas. En 1894 publica un libro específico (Gli anarchici). Pero la reflexión criminológica sobre el anarquismo, se inserta en una preocupación mayor: la naturaleza del delincuente y el delito políticos. Según afirman Lombroso y Laschi en Il delitto políttico en  la revoluzioni (1890), tanto en la Naturaleza como en la sociedad domina «la ley de la inercia», manifestada en el mundo humano, por el misoneísmo, es decir, por «el horror a lo nuevo». El progreso orgánico y moral se realiza con lentitud. El delito político, por tanto, se produce cuando se hacen esfuerzos por el progreso demasiado «bruscos y violentos». A partir de la premisa de la lentitud del proceso evolutivo, se establece una distinción clave entre revolución y rebelión. La revolución es una expresión histórica de la evolución, un «efecto lento, preparado, necesario». Por el contrario, la rebelión es prematura, «una incubación precipitada, artificial, a temperatura exagerada de embriones que por eso mismo están condenados a una muerte cierta».

Este mismo argumento se repite en Gli anarchici, cuyo objetivo último, como acertadamente ha señalado Andrés Galera, no es otro sino el de desprestigiar el movimiento acrático en favor de un socialismo «reformista». Es claro que los anarquistas caen bajo la esfera de los que propugnan y realizan esos esfuerzos violentos, y, sobre todo, prematuros que definen el delito político. Dicho de otra forma, los libertarios no son inspiradores de verdaderas revoluciones —efecto de un proceso lento y graduado—, sino los ejecutores de actos de rebelión, cuyos agentes suelen ser «delincuentes y locos, impulsados por su morbosidad a sentir de distinto modo que los honrados y sanos...»
La conclusión es evidente:

«De ahí que sean los autores más activos de la idea anárquica (salvo poquísimas excepciones, como Ibsen, Reclus y Kropotkin), locos o criminales, y muchas veces ambas cosas a la vez»


Por otra parte, en España la necesidad de una eficaz “defensa social” del orden burgués se hacía cada vez más patente en la última década del XIX. Al igual que en Italia, el desorden y la subversión se extendían en el Norte y en el Sur. En Andalucía, al bandolerismo crónico y al descontento creciente de un numeroso proletariado agrícola, se añadía la presencia de un anarquismo peculiar inequívocamente revolucionario a las formas tradicionales de movilización campesina. Los sucesos de la Mano Negra (1883) y el asalto a Jerez (1892)
, que confería un carácter , pusieron de relieve hasta que punto esta amenaza estaba viva. En Cataluña, en los años noventa, coinciden —y no por casualidad— el desgaste en la combatividad obrera y el auge del atentado individual.  El encadenamiento de actos terroristas en el período de1893 a 1897 (unos actos apoyados por gran parte de la prensa libertaria) hacen que se acerquen peligrosamente las imágenes del criminal y del anarquista. 

Evidentemente, ni la amenaza anarquista, ni las nuevas formas de analizar la naturaleza del crimen introducidas por Lombroso y sus seguidores, pasaron inadvertidas, para la Antropología Criminal, la policía o la judicatura españolas. Criminalidad, locura y anarquismo empezaron a asociarse claramente. Y los libertarios españoles no solo intentaron romper el círculo de esa asociación, sino que ofrecieron su propia versión sobre la naturaleza del crimen, su etiología, y sus posibles remedios. 

Fuente:  fragmento de LOS ANARQUISTAS ESPAÑOLES Y LA CRIMINOLOGÍA DE CESARE LOMBROSO (1890-1914)
Álvaro Girón
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