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España se rompe


En este periodo postdictadura el Nacionalismo y el independentismo han sido demonizados. La herencia la recibimos de la dictadura fascista que consideraba un enemigo a todo aquel que deseara la independencia de esa España gris arrasada por la ignorancia, la intolerancia y el fanatismo. Se podría esperar que en estos años de postdictadura se hubiera avanzado hacia un modelo de estado en el que todas las nacionalidades se sintieran bien acomodadas pero no ha habido ni intención ni voluntad para que así fuera. El desdén, la demonización y la confrontación han sido la leña que ha alimentado el fuego. El nacionalismo vasco y catalán han servido para ocultar la existencia de un nacionalismo español que grita que se rompe España cada vez que se pone en cuestión el actual modelo de estado. Las instituciones, los medios de comunicación y muchos intelectuales certificaron la declaración de defunción del nacionalismo que más muerte y dolor ha provocado en la historia española pero que, paradójicamente, volvía a resucitar cada vez que se tensaba la cuerda entre el estado y los nacionalistas e independentistas. 

Lo que vivimos actualmente es la lucha de poder entre nacionalismos, unos explícitos y otro oculto bajo la retórica de la democracia. Una democracia que no sirve para destensar la cuerda porque se niega una y otra vez la posibilidad de que los pueblos decidan. Es la historia de un fracaso. Un nuevo fracaso de esta pseudodemocracia, un fracaso de los partidos políticos y un fracaso de cada uno de los gobiernos que han alimentado la tensión actual con su desinterés por encontrar una solución. Y todo porque la convocatoria de un referéndum iría contra un principio sagrado: la unidad de España. Ni siquiera se valora el estudio de qué tipo de referéndum sería el más adecuado. Se niega directamente. Y lo niegan los partidos que defienden el nacionalismo español: PSOE, PP y Ciudadanos. Se niega hasta el diálogo. No se va a dialogar con ningún partido que defienda la convocatoria de un referéndum. Al final el diálogo o preguntar al pueblo es lo de menos. Los nacionalismos sirven para tirárnoslos a la cabeza, para desviar la atención, para captar más votos. Es evidente que mantener esta situación durante décadas se debe a que se obtienen beneficios y si los ciudadanos hablan igual se dejan de obtener.

Qué bien viene un enfrentamiento entre nacionalismos. Las emociones se imponen a la razón y las críticas a los que son de un lado o de otros el pan de cada día. Ya no importa que el Partido Popular en el gobierno esté envuelto en tantos casos de corrupción que una ardilla podría atravesar la península ibérica de punta a punta saltando de caso a caso sin necesidad de poner sus patas en el suelo. No importa que el máximo responsable de este partido a pesar de las más que razonables dudas sobre su honradez se presente de nuevo a las elecciones y más de siete millones de personas le den su confianza. No importa que seamos más pobres, que los trabajos sean más precarios, los sueldos miserables, que nos quiten las casas, que se rescate a los bancos con dinero público, que nuestra deuda sea impagable y que la sanidad y la educación pública sean año tras año una mierda cada vez mayor. Lo fundamental es aprovechar que las derechas españolas se enfrentan con la excusa del nacionalismo para reverdecer los sentimientos intolerantes y antidemocráticos que permanecen latentes hasta que alguien anuncia que se rompe España. Por eso no interesa un referéndum.

El referéndum no es la solución pero sí un instrumento para conseguirla. La negativa siquiera a planteárselo es un indicador del desinterés en resolver esta situación. Se obtienen más beneficios de la confrontación que de la resolución porque en época electoral o, simplemente, como método de fidelización de la clientela política ¿cómo vamos a movilizar a los más recalcitrantes? El nacionalismo español, ese que se niega una y otra vez, es un activo político. Mejor no hablemos de ello porque nos recuerda a la dictadura fascista, y está mal visto, pero siempre que se pueda se apelará a las emociones que despierta. Sin que se note, ¡sh sh sh sh!, que los nacionalistas demoníacos son los otros. España se rompe, sí, es probable, pero no tiene que ver con los nacionalismos sino con la podredumbre política y ética de este estado y de su pueblo. No puedo romper mi DNI ni mi pasaporte porque tienen una utilidad práctica pero desde hace mucho tiempo he dejado de formar parte de esta manada.



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