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La caperuza carmesí

El siguiente artículo es una adaptación libre de uno de los relatos más conocidos por los niños, sólo que ahora lo hemos convertido una historia aterradora. Próximamente prometemos publicar otros cuentos infantiles de terror.

Una niña iba caminando por el bosque en dirección a la casa de su abuela, quien se encontraba gravemente enferma. La muchachita llevaba una canasta llena con alimentos y Unas Cuantas medicinas que le habían prescrito a la anciana.

Mientras transitaba por las estrechas veredas, su andar fue visto por un gran lobo de pelaje negro, quien con el propósito de no espantar a su víctima en ese momento, se ocultó en unos arbustos y espero que la niña llegara a su destino.

De entre sus pliegues del abdomen, el lobo sacó un pequeño frasco que contenía una pócima, la cual era capaz de darle algunas características humanas (hablar, caminar erguido etc.) por unas cuantas horas.

Bebió el mejunje y corrió raudo y veloz hasta llegar a la casa de la vieja. Tocó la puerta y ésta como estaba un poco ciega y sorda abrió sin preguntar.

La pobre mujer no tuvo oportunidad de defenderse y el lobo la devoró en minutos. Se deshizo de los restos del cadáver y limpió la sangre lo mejor que pudo. Después fue armario en busca de una piyama larga, para ocultar su oscuro pelaje.

Apagó las luces de la vivienda y aguardó hasta que la niña llegara. Para garantizar que entrara a la alcoba sin sospechar nada, dejó en la puerta un letrero que decía:

– Hijita, la puerta está abierta. Ven a mi cuarto sin prender la luz, ya que tengo jaqueca.

La niña llegó e hizo lo que el papel indicaba. Al llegar a la habitación la niña dijo con voz efusiva:

– Abuelita, aquí te traigo un poco de comida y medicinas que te mandó el doctor.

– Déjalas sobre la cómoda y acércate por favor.

Cuando estuvo a su alcance, el lobo saltó sobre ella mordiéndole el cuello con todas sus fuerzas. Pronto la habitación se llenó de sangre y la niña todavía consciente, sintió como uno de sus brazos le era arrancado.

Luego del ataque, lo único que quedó reconocible de su indumentaria era la caperuza blanca que llevaba en la cabeza, la cual ahora estaba embebida en su propia sangre.



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