La expresión que sirve de título a las presentes líneas, es obra de la genialidad del humorista venezolano Emilio Lovera. Su personaje, “el malandro asustadizo” -para mantener Cierta reserva sobre la literalidad del adjetivo calificativo-, la sentenciaba de continuo, no sin cierta solemnidad, propia de su background cultural, haciendo estallar de risa a toda la extinta república.