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La redención de penas por el trabajo en la provincia de Ciudad Real: 1940-1944

 

 
 
Hubieron de crearse nuevos recintos carcelarios para albergar a este enorme contingente penal y en nuestra provincia se habilitaron prisiones adicionales en Ciudad Real capital, Alcázar de San Juan, Almagro, Almodóvar del Campo, Valdepeñas y Villanueva de los Infantes, mientras que en Almadén se volvió a utilizar la Real Cárcel de Forzados y Esclavos.

En recuerdo de mi buen amigo Julián Daza López, quien me prestó su diario de la posguerra y con quien pasé largos ratos en su casa hablando del Almadén de aquellos años.


 La guerra civil, que había comenzado con el levantamiento militar del 18 de julio de 1936, terminó el 1 de abril de 1939, cuando el general Franco firmó el parte de dicho día en Burgos, donde tenía instalado su cuartel general. Si son ciertos los datos de los partes oficiales de los últimos días de guerra, se hicieron 100.000 prisioneros en poco más de una semana. No es de extrañar, por tanto, que al finalizar la guerra se maneje la cifra de 270.000 prisioneros.
 
Esta ingente cantidad de presos saturó todas las cárceles del país y supuso un problema alarmante para las autoridades franquistas. Hubieron de crearse nuevos recintos carcelarios para albergar a este enorme contingente penal y en nuestra provincia se habilitaron prisiones adicionales en Ciudad Real capital, Alcázar de San Juan, Almagro, Almodóvar del Campo, Valdepeñas y Villanueva de los Infantes, mientras que en Almadén se volvió a utilizar la Real Cárcel de Forzados y Esclavos.
 
Ya en 1938, en plena guerra civil, se creó el sistema llamado de redención de penas por el Trabajo, cuya doctrina era: “El trabajo ejecutado con excelente conducta y rendimiento normal es aceptado como acto de sumisión y reparación que redime un tiempo igual al que se emplea en él, contándose cada día de trabajo por un día de reclusión”. El ideólogo del método fue el jesuita Agustín Pérez del Pulgar, quien expuso en un librito, publicado en 1939, la base del nuevo sistema penal, consistente en la virtud redentora del trabajo como regeneración del preso.
 
En resumen, su fundamento se basaba en la concepción del delito como pecado y de la pena como fórmula de expiación de aquel. Ni siquiera el trabajo forzado era suficiente para purgar la pena, era necesario el rescate espiritual con propósito de enmienda. Así aparecen expresados estos conceptos en la memoria anual de Ministerio de Justicia de 1945: “Puede el penado conquistar el perdón de la sociedad mediante un doble rescate de arrepentimiento y de trabajo”.
 
El nuevo sistema penal ayudó a resolver el problema de la saturación de las cárceles, pues decenas de miles de presos fueron enviados a cumplir condena a numerosos destacamentos a partir de 1939. De este modo se pudieron realizar muchas obras públicas con una mano de obra dócil y barata, pues “los presos trabajadores producen un ahorro muy importante al Estado y contribuyen en escala considerable a la vida industrial de nuestro país y a la solución de los angustiosos problemas de producción que las circunstancias nos obligan a afrontar hoy día”.
 
 El máximo órgano gestor de este sistema fue el Patronato Central de Redención de Penas por el Trabajo, creado ya en 1938 y que a partir de 1942 pasaría a llamarse Patronato Central de Nuestra Señora de la Merced para la Redención de Penas por el Trabajo. El Patronato tenía su sede en el Ministerio de Justicia y disponía de personal y oficinas para organizar los ficheros fisiológicos y técnicos, en los que figuraban todos los datos necesarios de los Reclusos-trabajadores: su edad, características físicas, nivel cultural, experiencia profesional, tiempo de condena, tiempo ya redimido, salario, incidencias, etc.
 
En 1941, el Patronato había organizado ya el trabajo de los reclusos en tres grandes grupos: los talleres penitenciarios, los destacamentos penales y las colonias penitenciarias militarizadas. Los talleres penitenciarios funcionaban como si fueran una empresa comercial de la Dirección General de Prisiones y, de hecho, había al frente de ellos un gerente. Los primeros talleres se instalaron en la prisión de Alcalá de Henares y de allí se extendieron a toda España.
 
Otros miles de reclusos cumplieron su condena redimiendo el castigo fuera de los recintos carcelarios, bien en los destacamentos penales o bien en las colonias penitenciarias militarizadas. En el primero de los casos, las empresas estatales o privadas eran las que se dirigían al patronato pidiendo un número definido de reclusos con determinadas aptitudes. En el segundo, miles de presos políticos trabajaron durante años en grandes obras hidráulicas, como los canales del bajo Guadalquivir, al sur de Sevilla; del bajo Alberche, cercano a Talavera de la Reina; o de Montijo, entre Mérida y Badajoz.

Los reclusos mineros de Almadén

En la provincia de Ciudad Real hubo dos de estos destacamentos penales: uno en la mina de Almadén y otro en la finca de Hato Blanco (valle de Alcudia). El destacamento de Almadén fue muy importante y funcionó entre 1940 y 1944, ya que el mercurio en aquellos años de la Segunda Guerra Mundial estaba considerado un metal estratégico y tenía una elevada cotización. Como los presos estaban deseando cumplir sus condenas y volver a sus hogares cuanto antes, no es de extrañar que rindieran al máximo. Así lo reconocía el Patronato en su memoria anual de 1942: “Una prueba del entusiasmo que han puesto en su faena y de los resultados obtenidos la tenemos en que el Consejo de Administración del establecimiento minero estudia actualmente la concesión de una prima extraordinaria a los reclusos trabajadores por su excelente y eficaz rendimiento”.
 
En julio de 1940 llegaron a Almadén los primeros 43 reclusos mineros y como el Consejo de Administración se encontraba tan satisfecho con su comportamiento, a los seis meses solicitó al Patronato otros 40 más y solo tres meses después otros 20. Gracias a los mineros de Almadén y a los reclusos venidos de toda España, la producción de mercurio alcanzó en 1941 los 85.000 frascos de 34,5 kilogramos cada uno, la mayor alcanzada nunca. El Consejo de Administración se felicitó en su memoria anual: “La explotación de las minas de Almadén constituye hoy en día el mayor manantial de divisas para nuestra Patria, percibiendo el Erario Público muchos millones de pesetas oro por la extracción del mercurio. La participación de los reclusos en el trabajo de Almadén ha sido decisiva, consiguiéndose la mayor producción anual registrada en estas minas”.

Gracias a los mineros de Almadén y a los reclusos venidos de toda España, la producción de mercurio alcanzó en 1941 los 85.000 frascos de 34,5 kilogramos cada uno, la mayor alcanzada nunca.

 El número de penados continuó ascendiendo hasta alcanzar en junio de 1943 los 245. Además de los de Almadén, había en ese año otros 2.750 penados trabajando en otras minas de carbón, estaño, wolframio, azufre, etc. En las regiones asturiana y leonesa había nada menos que ocho destacamentos empleados en la extracción de carbón. Por otra parte, la producción de estaño y wolframio de las minas gallegas, en las que trabajaban más de medio millar de reclusos, se exportaba casi en su totalidad a Alemania y de hecho una de las dos mayores minas de wolframio se llamaba la Mina del Eje, lo que indica bien a las claras donde iba a parar su producción.
 
En 1944, cuando la guerra mundial tocaba a su fin con la derrota de las tropas del Eje, la cotización internacional del mercurio cayó en picado y el Consejo solicitó al Patronato el traslado de los reclusos mineros de Almadén a otros centros de trabajo. Consejo y Patronato se felicitaron mutuamente por el buen comportamiento y rendimiento de los penados, “pues han prestado valiosísimos servicios y precisamente en los trabajos más delicados y expuestos en los momentos que las necesidades del mercado exigieron el máximo esfuerzo en la explotación”.

El campamento de trabajo de Hato Blanco

A diferencia de Almadén, el destacamento de Hato Blanco constituyó un rotundo fracaso. El empresario de Puertollano, A. Carretero, propietario de la empresa Carbones e Industrias, solicitó al Patronato cincuenta reclusos para la obtención de carbón de encina en una dehesa del valle de Alcudia. A pesar de que los penados tuvieran que residir en un campamento en pleno campo, el Patronato aprobó en abril de 1943 la petición de cincuenta reclusos para el corte y carboneo de leña en la finca Hato Blanco, término municipal de Almodóvar del Campo. Al final fueron cincuenta y cinco los penados destinados a Hato Blanco, los cuales se instalaron como pudieron el día 7 de mayo, pues no existía en la finca ningún edificio adecuado para albergarles.
 
Poco duraron los reclusos en el destacamento, pues al atardecer del 29 de junio desarmaron y maniataron a los funcionarios de prisiones que los vigilaban y cuarenta y dos de ellos se dieron a la fuga. Los trece que no escaparon fueron premiados con reducción de sus condenas e inmediatamente comenzó la persecución de los huidos. Algunos de ellos se entregaron voluntariamente a la Guardia Civil a los pocos días de la fuga, ya que no fueron capaces de subsistir por sí mismos en la sierra, y otros fueron detenidos en los siguientes meses. Cuando se celebró el Consejo de Guerra en Ciudad Real el 19 de junio de 1944, veinticuatro de los cuarenta y dos fugados habían sido ya detenidos. Las sentencias impuestas oscilaron entre los diez años para los menos significados en la fuga hasta los treinta para los cabecillas de la misma.
 
Algunos de los evadidos se incorporaron a los grupos de guerrilleros y huidos que estaban escondidos en las sierras cercanas, como sucedió con Abelardo Tena López, alias Timochenko, Luis López Fernández, alias Lechuga o Cazalla, y Miguel Martínez Guijarro, alias Chepa. Los tres fueron finalmente detenidos y aceptaron colaborar con la Guardia Civil en la persecución de otros guerrilleros y huidos. De otros evadidos no he conseguido averiguar su paradero, pero supongo que permanecieron escondidos en alguna ciudad española o consiguieron pasar a Francia por la frontera pirenaica con ayuda del Partido Comunista.
 
También del destacamento penal de Almadén y a pesar de la vigilancia de la tropa de Regulares dos reclusos consiguieron escapar, aprovechando el traslado diario de la cárcel a la mina. Cuando Julián Daza me habló de esta fuga, que yo desconocía, busqué en el Archivo Histórico Provincial sus expedientes carcelarios y pude comprobar que ambos fueron detenidos al poco tiempo y juzgados por un tribunal militar, que condenó a uno de los fugados a veinte años de cárcel y al otro a la pena de muerte, siendo fusilado una madrugada en la tapia del cementerio de Ciudad Real.
 
Hato Blanco no fue el único destacamento penal en el que hubo abundantes fugas. Por ejemplo, del valle de los Caídos también se escaparon muchos penados, ya que la vigilancia era bastante deficiente. El 29 de septiembre de 1944, la Guardia Civil detuvo en los alrededores de Porzuna a seis evadidos de dicho destacamento, quienes regresaban campo a través a sus lugares de origen. Este fue el error que cometieron muchos huidos, pues la Guardia Civil de su vecindad estaba advertida de la fuga y les estaba esperando. En cambio, otros consiguieron su objetivo y nunca volvieron a ser detenidos.

Epílogo

A partir del año 1944, el número de presos que redimían penas por el trabajo comenzó a descender y en 1945 los reclusos trabajadores eran unos diez mil en toda España, cuando solo dos años antes habían sido casi el triple. Precisamente uno de los últimos destacamentos en ser clausurado  fue el Valle de los Caídos, en el cual hubo penados hasta 1958. Pero no solo redimieron penas por el trabajo los hombres, pues también hubo, eso sí en mucha menor cantidad, reclusas trabajadoras. En este caso, el Patronato “redimió a las mujeres caídas” trabajando en huertos y talleres, pero sobre todo confeccionando ropa militar, como ocurrió con las presas de la famosa cárcel de Las Ventas (Madrid).


Fuente: lanzadigital.com/Ángel Hernández


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