Respire por mí en la casona construida por mi abuelo, una noche de verano, enero llanto y probablemente estrellas. Así, creciendo de la carne a la tierra, yo besaba las manos si cantaban los pájaros, esperando rompieran florecidos los labios, el secreto del cú cú o la alzada del álamo. La prolongación agreste de los juegos multiplicó sus caminillos por el huerto, alternando la