Andar es maravilloso. Viajar, cambiar de horizontes, ver cosas, palabras, personas distintas, tiene el regusto de un sueño, un poco de nostalgia que se trae y un mucho de curiosidad por un mundo recién hecho.
Me gusta viajar, y más porque casi siempre que lo he hecho, he vuelto a mi ciudad con una buena carga de historias e imágenes, a los que mi memoria infiel mitifica y hace vivir de una forma diferente.
En esta última ocasión tuve la oportunidad de conocer una ciudad con tres herencias -vasca, andaluza y castellana-, casas de cantera y muchos naranjos. Las naranjas me gustan mucho y creo, como el antiguó árabe, que son las manzanas del sol.
Esa ciudad tiene nombre de mujer y hoy también de un futuro deseable que ya escribiré. Por lo pronto, queda el sueño y lo que creo que viví; lo que halla sucedido en realidad carece de importancia.
Viaje
Esta, la noche eterna, tiene dos luceros...