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EL DIÁLOGO INTERMINABLE

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EL DIÁLOGO INTERMINABLE
— por Alberto Hernández—
—Fotos: Henry Cedeño—

“…me basta situarme en una esquina cualquiera para
descubrir el rostro vertiginoso de lo absurdo y los indicios de la inconexión”
—Hernando Track: “Tiempo de callar”—

1.-
Un hombre parado en una esquina de Maracay, solitario, como extraviado, busca el eje de la tierra. Con un dedo en un párpado ataja la mirada, la corta mirada de sus ojos de variados matices. Un hombre con pinta de viajero loco de otros siglos, desmelenado, barbudo, en traje deportivo y camisa que le abulta el vientre.
Un hombre que busca todos los puntos cardinales y:

-Epa, dice Harry Almela.
-¿Qué pasó, mano, te dejó el tren?, indago.
-No, vale, tengo vencido el pasaporte y la visa me la anularon. Tuve que hacer cola con Obama, quien quería entrar a Mariara y no lo dejaban. No sé qué pasó con él. Yo logré llegar, responde Harry.

La estridencia de una carcajada mientras cruzábamos la avenida Constitución cruce con Mariño.

-¿Nos tomamos un café?, soplo.
-Dale, y un pancito dulce, lanza Almela.
-¿Tenías mucho rato esperando?, pregunta.
-No, nada, casi nada. Creo que el tiempo que tardó el tren tuyo.
-Vaya, vamos por el café y el pancito…Epa, epa, aquí en esta panadería, la que está cerca de la plaza Girardot, así hablamos mal del gobierno, acomodamos el mundo e invocamos a mi general Juan Vicente Gómez, a ver si arregla este país.
Otra vez la carcajada.
-Será, y mi general Pérez Jiménez, presidente constitucional, añado.
-Doy la vida por una panelita de San Joaquín, desvía la conversa.
-Y yo por un turrón español, resuelvo.
-¡Eres un traidor a la patria!

2.-
-¡Coño, Harry! ¿Qué hay por Mariara?
-Cuidado con una vaina. No hables mal de Mariara, porque yo sé muchas cosas de Calabozo y Guardatinajas.
Jajajajajaja, se oye en toda la calle.
-No, vale, no habló mal de tu acrópolis ¿qué haces allá?
-No sé, creo que no hago.
-¿Ni pipí?
-Se me olvidó.
-Bueno, vamos al grano que llegan las gallinas.
-Coño, vale, tienes cerquita el llanero del poeta Acevedo.
-También el de Manuel Bermúdez.
 -Vaina, verdad. ¿Qué has sabido de Manuel? ¿Sigue metiendo embustes?
-Más que nunca.

Y así se nos va la tarde y confundimos la mañana con el mediodía. Y Harry Almela busca la calle mientras mastica un trozo de pan dulce mojado en el café con leche. Lo miro y le digo:

-¿Sabes una vaina, Harry?
-¿Qué vaina?
-Este país está loco de perinola?
-Y de trompo y de metras y de bolas…así estamos, poeta.

3.-
Charlas como esas, muchas. Silencios también. No se acabarán las conversaciones. Los poemas están allí, creciendo, bajo la sombra de un samán, apostada la poesía en una matica de semeruco, esquinada en la Maestranza de Maracay.

Como tantas veces, la imagen de Harry parado en una esquina, perdido, como buscando una dirección. Alguien lo saluda y él no responde. Alguien lo nombra y él dice:

-¡Epa!
Y vuelve a buscar el horizonte.
-Harry, aquí estoy.
-Verga, llegaste.
-Tú también.
-Yo no he llegado, me ando buscando.
-Claro, por eso estás parado aquí…
-No, yo estuve. Ya no. ¿Y el pancito?
-Ahí lo traen.
-¿Por qué no almorzamos en El Boloña?
-Está bien. Allá revisamos el libro de Ramón Llull.
-Unjú.
-Harry ¿cómo está Blanca?
-Mejor que yo, echando vaina. Blanca es de las duras, es más que yo, un petroglifo.
-Verga, Harry, qué lengüita, le digo.
-La de ella no es muy santa, me dice.

4.-
Otro día navegamos entre Mérida y Maracay. Maneja Jesús Esparza, un merideño a quien le decimos el Gocho y a quien queremos mucho, y quien además tiene como esposa a una mujer a quien también queremos con todo y muchachos.

Discutimos durante varias horas. Harry voltea hacia el paisaje borroso de la casi noche y se calla. Después de unos quince minutos de silencio, dice:

-Alberto, estamos en El Palotal.
-No, Harry, ya dejamos atrás El Palotal.
Se molesta e insiste:
-Bueno…, y le dice a Jesús:
-Mira, Gocho, tú que eres experto en devolverte en la carretera porque te pierdes. ¿Estamos en El Palotal?
-No sé, ando perdido, responde Jesús con los ojos puestos en la sombría carretera.
Jajajaja. La risa casi rompe los vidrios y no me queda otra que darle un golpe en un hombro.

Entonces hace un esfuerzo para mirarme en la oscuridad del carro y sonríe mientras nos ataja una cola en la salida de Valencia.

-Cuando lleguemos a Mariara se quitan esa cara de pendejos que tienen. Estamos entrando a la Tierra Prometida, no joda. ¿Traen su pasaporte?
-¿Tú crees que nos encontremos con Moisés –Charlton Heston- cruzando el Lago de los Tacariguas?, le pregunto.
-No creo, ahí se ahoga y no le da tiempo de tallar los diez mandamientos, resuella.
Y entramos a la casa de Blanca. Nos abrazamos y seguimos hasta Maracay.
Harry se quita la camisa y levanta un brazo para despedirnos. Un cigarrillo brilla en el aire.
Blanca y Harry nos miran partir. La noche es espesa.

5.-
De unos años para acá, la poesía, la que yo cultivo, comenzó a andar en la voz irreverente de Harry. Con “El poema de la ciudad”, Harry –metidos como andábamos en La liebre libre y otras editoriales- le escribió a mis poemas y me hizo crecer.

En medio de unos tragos en su apartamento de la 19 de Abril, frente a la Maestranza, me dijo:

-Alberto, mire poeta, nosotros hemos remado que jode. Vamos a dejarnos de pendejadas, de utopías baratas y de paisajitos que no hemos respirado. Este vino que nos tomamos tiene que ver con lo que tú viviste en España, en Europa, pues. Coño, vale, escribe esa vaina. Tú te fuiste de Venezuela exiliado. Escribe esa vaina. Tienes una historia que te reclama tu padre. Escribe esa vaina. Tenemos un país que nos quiebra el espinazo. Escribamos sobre esa vaina. Somos herederos de todo esto. ¿Por qué dejarlo pasar? Ahí está nuestra poesía. Tenemos que aprender de los escritores que nos precedieron. Nosotros no somos parricidas. Eso nos ayuda. Ahí están nuestros clásicos. ¡Coño! ¿Por qué no nos miramos en la poesía de Andrés Eloy, en los libros de Mario Briceño, en la Venezuela que se quedó atrás y nos reclama conocerla en esos clásicos? Estamos jodidos porque escribimos una poesía bonita y no sabemos un carajo de nuestro pasado, de nuestro remoto y hasta cercano pasado. ¿Quién carajo habla aquí de Andrés Bello?

Y esas palabras surtieron el efecto en muchos de nosotros.

-Bueno Harry, tengo algunas cositas por ahí: cuentos cortos, dos o tres novelas y otras aventuras que me están persiguiendo, la memoria…
-Bueno, yo ando en eso también. Pero no puedo entrarle a la novela. No puedo escribir una. Es que tú agarras una novela, sales a la calle y la sigues escribiendo mientras compras un kilo de yuca, y después la tomas y sigues…qué va, esa vaina de andar entre la realidad y la ficción me perturba. Aunque nada me es ajeno. Verga, chamo, qué original soy. Epa. Nada. Me quedo con la poesía. Ahí no me pierdo.

Blanca entró con un plato de quesos. Levantó un brazo y dijo:

-Voy a prender el televisor, a ver cómo está el país, y soltó la carcajada.
-Esa es Blanca, ya sabes…
Y seguimos hablando hasta que se acabaron el vino y el queso.

6.-
-Epa, hay jurados esotéricos y jurados que no juran.
-Bueno, Harry, a lo mejor abjuran.
-No, marean.

7.-
-Yo no me veo.
-¿Eres miope?
-Zurdo de ambos ojos.

8.-
-¿Isaías te devolvió el libro?
-Sí, sin el índice.

9.-
-Nos van a hacer una foto, Harry.
-¿Tú crees que quepan dos egos juntos?

10.-
-¿El único lugar posible?
-Salvador Garmendia.
-No vale, ese es un título de Salvador.
-Me refiero al tuyo.
-Mariara y ahora sin teléfono.

11.-
-¿Qué enseñas tú en Agronomía o Veterinaria en la UCV?
-Creo que nada.
-¿Y por qué no enseñar poesía con abono o la poética del ordeño?
-Verga, pana. Esa vaina se la dejamos a los poetas agrarios y a Simón Díaz, pero no poética del ordeño, el ordeño mismo, porque de poéticas, esas no producen queso.

12.-
-Que llames a Blanca, quiere hablar contigo-, me dice Harry desde su teléfono.
-Ah, bueno, ya la llamo.

Pasa un rato, llamo al teléfono de Blanca y me responde Harry:

-¿Blanca?
-No, el que dice ser hijo de ella.
-Ah, ¿Blanco?
-Mamá, te llama Alberto. Dile que no puedes ir a la discoteca con él. Es muy abusador.
-Hola, Alberto, ya estoy lista para la discoteca. Dejamos a Harry y nos vamos tú y yo. Jajajaja. No, chico, te quería decir si quieres comerte una pasta al pesto que hemos preparado.
-Claro, voy saliendo.

Llego a la casa y ya la mesa está puesta.

-Epa, agarra una copa y te sirves vino de ese que está ahí.
-Pero este es un pocillo de peltre…
-Bueno, es lo que hay. Será un lujo tomar un vino tinto en un pocillo de peltre. Imagina que estás tomando café negro en Guardatinajas.

Me tomo el vino y me supo, en efecto, a café.
Y nos embriagamos con el vino y la pasta al pesto.
Blanca preparó café para la resaca.

13.-
Camino a Calabozo mientras el sol se levanta ante nuestros ojos.
-“El cielo es una ola que ha caído.
El cielo es una ola que no cae”-, cito a Lazo Martí en voz alta.
-Y nosotros pensando en pajaritos preñados-, grita Harry.

14.-
-¿Quién dijo miedo?-, se oye en una radio.
-Yo estoy chorreao-, responde Almela.

15.-
Un hombre se para en una esquina y ve pasar un tren. El tren viene de Mariara. Sólo es visto por el hombre que está parado en la esquina.

El ferrocarril pasa a toda velocidad y no se lleva al pasajero.

-¿Qué fue Harry, te dejó el tren?
-No, yo lo dejé pasar. Es muy pesado. Y va vacío.

Un hombre estuvo parado en una esquina y vio pasar el tren, el invisible tren que sólo él vio.

-Harry ¿te dejó el tren?
-¿Qué tren? Yo no vi ningún tren.
-Yo sí.
-Entonces estás jodido.

Un hombre se parará en una esquina y mirará pasar el tren que hace rato yo vi y que Almela dijo no haber visto.

-¿Abordarás el tren, Harry Almela?
-No, no es necesario. Ahora me voy a pie.
-¿Y el café?
-Y también el pancito dulce. Ya sabes. En la panadería de siempre. ¿Vale?
-Vale.

Un hombre está parado en una esquina. Llega el tren de Mariara. Almela lo aborda y se va.
A mi lado dejó sus zapatos y un libro abierto, subrayado.

16.-
-El país, este país…, digo.
-Soy un pesimista sin adjetivo, porque sé hasta dónde puedo llegar, Almela.

17.-
-Tengo en la calle la mejor poesía, la de Erasmo Fernández. Y que alguien me diga lo contrario-, me confesó Harry un día en el Boloña.
Y yo lo celebré.
Un rato más tarde, Erasmo Fernández pasó como si nada, envuelto por sus papeles.


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