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GOTAS DE OLVIDO de Felipe Márquez Brandt (Venezuela)


—por Alberto Hernández—

foto:AixaDíaz/elestilete.com
1.-
Hacer un Libro desde el olvido. Desde lo que podría ser el olvido. La lucha contra la desmemoria: allí está el olvido, zumbando, alargando el tiempo, borrando una vieja carretera, el espinazo del horizonte, un cocotero, una casa, la mirada de la abuela o la mano que traza sobre una tela.

El olvido es un hueco frente a la mirada. También un agujero que conduce a la angustia, a la desazón. Olvidar es perderse en el mismo paisaje que se olvida. O en el rostro que hace un rato estuvo ante los ojos mientras las palabras recorrían el viento de la costa. O el espeso silencio de un apartamento.

Mientras llueve el olvido se convierte en tema. Gotea igual. Se empoza el agua de la memoria. Aparecen puntos luminosos que se organizan en textos escritos. En la manera de caminar, decir o mirar de la familia. Los olores, los colores, los dolores, la vida y la muerte. Pero olvidar no es un castigo. Es una ilusión. Nada se olvida. Todo ha quedado en reserva. Guardado en el algún lugar, en la memoria de otro.

Olvidar es regresar al mismo sitio todas las veces que la memoria obliga a nombrar un paisaje, el color o el calor de un sitio. Deletrearlo con la boca cerrada, con los ojos abiertos, hasta que el nombre, el apellido, el sonido perdido se conviertan en presente, en el instante de querer regresar al pasado con todos los enseres del recuerdo.

La lucha contra el olvido la hallamos en los libros, en los papeles guardados en gavetas, en tarjetas postales, en servilletas, en un grafiti, en alguna palabra escrita en la pared. En un objeto que nos habla. O en un eco. La tradición de la escritura para recobrar lo perdido la encontramos en algunos autores de nuestro patio. La familia que abunda en las páginas, la que recorre los pasillos de la casa, la que se hace sombra bajo el sol, la que se exilia y no regresa, la que juega con los animales, la que cultiva un jardín, la que toca un piano, la que nombra los lugares habitados y ahora relegados.

Por ese sendero nos encontramos con Teresa de la Parra. En sus “Las memoria de mamá Blanca” está el país de la “evocación de una infancia encantada”, como escribe Mariela Álvarez en el prólogo de la novela editada por la Biblioteca Popular Eldorado de Monte Ávila Editores en 1972. Y así en “Ifigenia”, la narrativa de una ciudad que no se quiere olvidar. La que se niega a no ser.

Para sólo mencionar algunos ejemplos (no me alcanza la memoria) me valgo de “El exilio del tiempo”, de Ana Teresa Torres; de toda la bibliografía de Alfredo Armas Alfonzo, Miguel Otero Silva, Uslar, Meneses, Pocaterra, Bernardo Núñez; de “Mi padre el ausente”, de Alejandro Padrón; de mucha de la obra de Eduardo Casanova; de la poesía de Yolanda Pantin; de “Expediente familiar”, de Miguel Szinetar; de “Amores y castigo”, de Federico Vegas, y así de tantos otros que han tenido en la costra del país el asidero para ser escritos.

La vida familiar, su paso por la tierra. Los designios de los apellidos. La herencia. La biografía del olvido. El poder de los muertos. Esas sombras de la memoria que continúan recogiendo los pasos en los que aún viven y tratan de reconstruir su historia: sus miserias, sus triunfos, sus emprendimientos, sus amores. La vida y la muerte.

2.-
Felipe Márquez Brandt igual se entregó completo en “Gotas de Olvido”, publicado por la Editorial Ex Libris de Javier Aizpúrua, en Caracas 2016.

Felipe Márquez hace un retrato desde su memoria. Desde sus “olvidos”, desde los aromas que su infancia y demás días conservan. Desde el paradisíaco país que contuvo en su vida. Desde los nombres que lo hacen repetirse en y a sí mismo, en fijar en un cuadro el universo familiar del que disfrutó y aún disfruta con los recuerdos.

Este libro, cuya edición contó con su talento de artista gráfico, se lee con la misma actitud con que se sienten los espacios en blanco y los títulos movidos, colocados sobre la piel de la hoja no como tradicionalmente se ha hecho. Palabras sobrepuestas que provocan en el lector una sensación de traslación, de viaje más allá del texto que se lee.

Y, en efecto, este es un libro que viaja por el interior de un país. Que nos viaja en la sangre de una familia que ha dejado una marca importante en la Nación artística. Felipe cuenta, relata y hace poesía con su herencia: cada título, cada nombre, cada línea: todo aliento que aquí se siente es parte de nuestra historia, si se quiere personal, toda vez que hemos compartido la obra y el relato de una heredad que es el país: todo artista, toda obra que se sostenga, es ya patrimonio. Y desde esa perspectiva, Felipe Márquez nos habla de todo ese legado.

3.-
He leído este libro como se lee un libro íntimo, como una carta, como un regalo. Como se lee un país que ya no está entre nosotros, como dejó ver Ricardo Ramírez Requena en el breve prólogo. Un libro en el que hay personajes que el lector conoció, que el lector leyó y que ese mismo lector supo de la obra plástica y literaria de una familia donde abundan aún muchos creadores. Un libro de gente que comenzó a labrar la democracia que hoy casi ha llegado a su fin. Un libro que reconcilia con aquel pasado que aún martilla nuestra quebradiza memoria.

Los títulos de cada “olvido” que consagran el libro así nos convencen:

“Textos posibles para un personaje titulado Felipe Márquez”, “Intento de prosa”, “El comienzo de otro día”, “Espacio posible”, “Escucho el Quinteto Contrapunto”, “Monseñor”, “Los dibujos de Mary Brandt”, “La churuata”, “Camurí Grande”, “Castillos de arena”, “Julia Sofía Brandt”, Turner y Van Gogh”, “Berna”, “Tío Gustavo”, “Celedonio Lira”, “Federico Brandt”, “María Dolores”, “Mariela”, “Federico”, “Dumbo”, “Elisa”, “Ani Villanueva”, “Arturo Uslar Pietri”, “Lupita” (con este relato, Felipe Márquez fue finalista en el Concurso de Cartas de Amor de Montblanc, 2005); “José Gregorio Hernández”, “Yarmina”, “Javier”, “Belle endormie”, “Dymo”, “Cutufí”, “Madame”, “Luis Richter”, “Hernán Chacón” y “Aedos y rapsodas”.

Padres, hermanos primos, parientes, amigos, vecinos, brujos, choferes, conocidos, ciudades, pueblos, viajes. Personajes de la casa y de las afueras. Un retablo de voces que formaban la Venezuela de aquellos días, de la cual fue testigo y protagonista el autor. Una literatura que emerge de lo cotidiano, de los retazos de memoria que flotan como improntas en la existencia de Felipe Márquez.

Personajes que forman parte de la bibliografía de este país, de la biografía de una familia de inventores, de emprendedores, de alucinados y lúcidos. Personajes que jamás serán borrados porque construyeron la memoria, ese “olvido” hecho páginas gracias uno de sus herederos.

4.-
Para estar cerca de estos “olvidos”, unas líneas:

“Textos posibles para un personaje titulado Felipe Márquez:

No creo en el tiempo lineal. Un segundo puede durar una eternidad y la eternidad puede caber en dos o tres segundos.

Toda imagen debe ser un acontecimiento vivo, respirable y en expansión.

Vivir es devorar las formas del tiempo.

Mi vida se resbala con lentitud a mercede de una empinada ladera.

He retirado mis naipes no me atrevo a apostar.

Camino ecléctico y bifurcado. Desesperada pasión. Incólume regazo que apacigua todos mis sentidos.

Tan sólo prevalece la sugerencia como atisbo de una posible creación.

Entiendo que la vida es brisa y sortilegio.

Oriento mis pasos tentativos. Constelación apacible recubierta de flores.

Lleno mi vida como la lluvia reciente al caer sobre una ciudad imaginaria.

Extraño la vertiginosa sapiencia de un coleccionista investigador.

Me observo de soslayo en el espejo y aparece un poderoso dragón. Vivo rodeado por seres imaginarios cubiertos de estrellas fugaces.
(…)
Me duele el pasado como una costilla rota.
(…)
El tiempo es una ilusión y el cuerpo también”.

Un retrato por donde pasa el autor. Por donde registra y es registrado por sus fantasmas. Por los duendes de su memoria. Por ese dolor, símil de la constatación de la existencia.

foto:AixaDíaz/elestilete.com
5.-
El olvido, enmarcado en las paredes de una vieja casa, revela esta oración como si hablara del país todo:
“Añoro la playa de Camurí Grande”.

Y luego el recuerdo de los hermanos muertos, del “infartado” a tan corta edad, la de “Dumbo”, novelista y personaje de una época. Sus hermanas, el mar. La ciudad. Los juegos y la poesía hecha presencia diaria.

En “Espacio posible”, parte de ese “olvido”:

En aquella habitación recubierta de música diversa ocurrían muchos sortilegios. Como a las 7 pm, rodeados de buena intención, mi padre Monse y Clementina Octavio comenzaban a bailar armoniosamente un vals de Evencio castellanos. Luego se levantaba José Andrés y sacaba a bailar a Julia mi mamá pintora. Eran cronopios que habitaban un inmenso espacio posible, todo lucía más sencillo. Era el año de 1965”.

La cantidad de personajes célebres, entre ellos Federico Brandt, aquel pintor díscolo e inteligente que nos dejó muchas obras, hoy relegadas casi al olvido, convierten este libro de Felipe e un recuento de nuestra ansiedad por el recuerdo.

Otro “olvido”, el dedicado a su padre:

“Monseñor:
El presente intento de biografía significa mucho para mí.
(…)
Augusto Márquez Cañizales nació en el poblado de Chejendé, esto Trujillo, el día 25 de septiembre del año 1910…”
Nuestro autor revisa la vida de “Monseñor”, su exilio en Chile, sus distintos viajes como diplomático, su obra como gobernador del estado Aragua en 1959…su bondad como hombre de familia y como emblema de amistad.
(NOTA: Creo que este libro debe convertirse en un “olvido” donde todas las memorias sean parte de él. Un bello texto que nos reconcilia con el país que hemos dejado atrás.
Debo a mi amigo Eduardo Casanova Sucre, pariente del autor, mi conocimiento de Augusto Márquez Cañizales, quien fundó la Casa de la Cultura de Maracay e hizo un trabajo impecable como gobernador en los inicios de la democracia en Aragua).







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