Vicente Aparicio (Foto: Magdalena Berny)
Él nos ha traído a ver la Piedra. Dice que la piedra es el Centro del mundo y que ha vuelto a casa solo para traernos aquí.
Él nos ha traído a ver la Piedra. Dice que la piedra es el Centro del mundo y que ha vuelto a casa solo para traernos aquí.
-¿Como la descubriste, papá? -pregunta Alfredo.
Papá -qué raro, llamarlo así- no responde a las preguntas. Es un hombre callado, por lo que se ve.
¿Dónde estaba, todos estos años? ¿Qué pasó? ¿Por qué ha vuelto, en realidad?
Yo no creo que exista el centro del mundo, y menos aquí.
-¿Por qué no ha venido mamá? -pregunta Alfredo-. Le hubiera gustado mucho este sitio.
Es bonito, el paisaje. La tierra es rojiza y el cielo, muy azul. La vista se pierde a lo lejos y todo está en silencio.
Hay piedras por todas partes. ¿Por que tendría que ser esta y no aquella, o la otra?
Si giro un poco la cabeza, un rayo de sol apunta justamente a la que él dice.
Si yo fuera Alfredo creería que el sol señala el centro del mundo. Que papá ha vuelto, y que se ha hecho esperar porque tenía que descubrirnos este tesoro. Que ahora todo será mejor.
Yo miro la piedra sin ladear la cabeza.
-¿Qué te pasa, Juan? Estás rojo -dice Alfredo.
-Vámonos, por favor -respondo-. Si no, llegaremos de noche.
Él ya nos da la espalda y camina hacia el coche. Alfredo trata de darle alcance.
Echo a correr con todas mis fuerzas. Lejos de la piedra, lejos de ellos. Pero... ¿adónde?