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Entre la noche y el día (MS)


Texto y pintura: Mónica Sabbatiello

Abrí la puerta de una patada y ahí seguías, Bruno, en bermudas, despatarrado en el sofá. Mirabas no sé qué en la tele, como si nada hubiera ocurrido. Otra vez te golpee, te grité y exigí. Quise sacarte mentira por verdad. Pero nada. Gusto amargo. Y salí.

Me lavé la boca en el baño de la estación de servicio. No quería que mi hija notara el aliento. A las ocho se marchaba para cumplir su turno de Noche en la fábrica. No me dejaría a mis nietos si olía a alcohol.

Se fue tranquila. Preparé la cena. Hasta les canté. Los niños no notaron que cada tanto me doblaba en dos. Se durmieron entre cuentos. Cuando Vea regresó cansada, la casa olía a limpio. Le serví un submarino, con la leche muy caliente.  Me miró de arriba abajo mientras con la cuchara apuraba la disolución del  chocolate. Estás muy delgada, observó.  Sí, sigo el consejo del médico -le mentí-, para aliviar la artrosis de las rodillas.

Me puse el abrigo y pasé por el cuarto de los pequeños, para deleitarme durante un momento con ese milagro que asoma en sus caras dormidas.

Enfilé por la carretera. Pensé que era la hora ideal para irse de este mundo. Entre la noche y el día. Con la suavidad de la luz del rosicler.

Otra vez un pinchazo en el abdomen. La botella de whisky se fue al suelo y debió encontrarse con alguna otra, porque subió un entrechocar de cristales. Clin Clin clin. De la guantera saqué la petaca.

Cuando descubrieron la enfermedad estaba muy avanzada. Solo me esperaba dolor y destrucción. Para evitarle problemas a mi hija, vendí  lo poco que tenía  para  contratar un final indoloro y rápido. Hay una organización que lo hace. Y Bruno, en vez de cumplir con su palabra y pagar el servicio, como estaba acordado, se lo gastó.  Cabrón.

Llegué a lo de Walter, mi amigo uruguayo. El sol ya doraba la mañana. Era conserje de un pequeño hotel. Me recibió con un par de sonoros besos, un café y la llave de su cuarto, donde guardaba las escobas y a Mendieta, al que le gustaba hacerse un ovillo sobre mi vientre. Me sumergí en esa cama aún tibia abrazada al gato. Y en un tranquilo duermevela visualicé el amanecer del día siguiente. Enfilaría hacia el norte por la ruta de las rompientes, y en la curva brava me lanzaría con el coche sobre el mar, a volar, a toda velocidad.

Espero que Vea piense que fue un accidente.


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