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¿Es legítima la protesta de los estudiantes de la UAM contra Felipe González y Juan Luis Cebrián?

El triste evento acaecido en la Universidad Autónoma de Madrid el pasado 19 de octubre ha sido interpretado de la manera más simplista por los medios de comunicación más populares y (demostrándolo una vez más) populistas. El suceso tiene matices que son interesantes si queremos sacar algo positivo de todo ello. Apunto aquí un par de ellos por considerarlos importantes. Son en realidad dos apelaciones: una a Quienes protestaron y otra a la universidad de la que formo parte.

A los primeros les quiero llamar la atención sobre una contradicción. Los lemas que mostraron y gritaron repudiaban a Felipe González y Juan Luis Cebrián por considerarlos, literalmente, fascistas, por imponer sus intereses a los de la mayoría y por tener las manos manchadas de sangre. No son acusaciones insignificantes, aunque expuestas con brocha gorda, se necesita haber estado ciego y sordo los últimos años para no comprender en qué se fundamentan. Sin embargo, yo les propongo a quienes protestaron un órdago a la grande recomendándoles la (re)lectura de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que es un texto que parece lógico que fuera básico para quien lucha contra “fascistas”. El segundo artículo del documento dice lo siguiente:

Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.

En realidad, dice lo mismo que sus ocho primeras palabras: “toda persona tiene todos los derechos y libertades”. La clave de la declaración y de cada uno de sus artículos está en su universalidad, que aquí se explicita en el “toda persona”. Es un “toda” sin matices. No admite pretextos. Es un “toda” que incluye a los fascistas, a Hitler si queremos poner un ejemplo claro por su extremismo. Sin ella, el documento se convierte en nada y hay que pensar muy despacio qué se pierde en ese sacrificio. En este caso concreto, yo me pregunto qué sentido tiene la protesta si en ella se deshonran estos artículos.

Felipe González y Juan Luis Cebrián Son Personas y esa simple condición debería bastar para garantizarles un trato digno por parte de quienes creemos en una convivencia justa y pacífica. Obviamente son personas con una historia y con unas responsabilidades concretas que me llevan a mi segunda apelación, la dirigida a la UAM. Las universidades públicas son instituciones especiales. No son empresas con una función únicamente práctica. En nuestra cultura, su imagen contiene una carga simbólica que no se puede obviar. Se las considera la autoridad en muchos aspectos. No en vano son las universidades la referencia para el conocimiento y, en el ámbito de las Humanidades, de la ética y nuestra relación con el mundo. Esto lo sabemos bien quienes formamos parte de ella incluso cuando prefiramos simular que nos desentendemos de esa carga. Lo cierto es que a menudo nos ayuda. Tener el carnet de una de estas instituciones nos sigue abriendo puertas, literales y metafóricas. La idea de que aparezcan nuestros logos en las producciones ajenas suele gustar, como si esa autoridad prestigiara el producto.

Si sabemos que esto es así, cuánto más lo será cuando se trata de hablar en el interior de nuestras aulas. Si algo es pronunciado en una universidad, asumimos que ha sido dicho ante el público más crítico. Esta circunstancia legitima el discurso que se difunde desde aquí. Si no hubiéramos tenido protestas, algún medio habría titulado con las palabras emitidas por González y Cebrián desde una universidad que aún conserva algo de prestigio. Se lo habríamos prestado. Quienes damos vida a esta institución deberíamos ser más responsables a la hora de ofrecernos como decorado para ciertos actores. Obviamente no estoy defendiendo la exclusión de las ideas que no sean de nuestro agrado, pero hay una diferencia entre admitir la discrepancia (incluso darle énfasis a lo que sea marginal) y legitimar posturas perjudiciales para nuestra sociedad (que además no necesitan de más publicidad de la que ya tienen, que es toda).

Estas dos apelaciones pueden garantizarme el desacuerdo de ambos extremos, pero espero que se vea al menos que no son excluyentes entre sí. La Universidad Autónoma de Madrid (y todas las universidades por extensión) deben ser conscientes de su papel en esta sociedad a la hora de ceder su posición a través de invitaciones. En caso contrario ahogará esa autoridad con sus propias manos. A la vez, quienes defendemos las libertades y la convivencia debemos obrar coherentemente con estas convicciones. No podemos olvidar que lo que tenemos ante nosotros son personas ante todo. Por encima de lo que puedan simbolizar, merecen el máximo respeto a su dignidad como cualquier ser humano. No es un detalle accesorio. Empezar a hacer excepciones en esa universalidad nos cambia inevitablemente de bando.



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