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La Casa Yagé

(Banisteriopsis caapi y la Psychotria viridis)
“el poder y la luz”
kurikinga

Abandono la jauría de la ciudad. En mi presiento que la vida cambia, atrás quedan las estrechas calles cogestionadas de mal humor. Las vestimentas etiquetadas, rutas trazadas en el pavimento, el semáforo hace un alto.

Mi vida de imprevistos y azares me condujo a un rincón insólito en la selva ecuatoriana, cercano a Lago Agrio, sobre las serenas aguas del río Aguarico, que se desliza a kilómetros de la civilización, en donde el ronquido de los automotores se enmudece. De repente, abandono mi piel citadina, modifico mi condición, ahora soy hoja, tronco embellecido por los tiempos. Sobre las apacibles aguas, parado sobre una canoa angosta y ágil, nuestros nuevos amigos nos dan la bienvenida, llegan con la corriente como un recuerdo de otros tiempos con amplias sonrisas, nos invitan a estar. Valerio, el nombre del hombre ave. Héctor, su acompañante, de manera más tímida, nos invita un tabaco. Su piel está tatuada con el espíritu de un jaguar.

Miro en los ojos de los que nos acogen una placidez que no se reconoce en las ciudades. En su presencia se vislumbra a la selva, un proceder sereno, un saber de milenios. Hombres de miradas labradas en tierra y barro, en lo alto de la enramada, un mono hace quebrar una rama, el silbido de las hojas y la presencia de una decena de aves, una sinfonía natural, que canta al alma, en un compás que realza las sensaciones

La frondosidad de hojas y troncos milenarios abraza mi andar. Marcho en firme abriendo camino en la selva, en su fragilidad e impotencia, donde los hombres agujerean trechos de muerte y desolación, parajes recónditos que son violados con avaricia. En los jardines naturales, habitan allí unos hombres de costumbres y antigüedades, que reflexionan junto a la naturaleza, La comunidad COFAN de Dureno, que se ve amenazada en sus costumbres por la contaminación de las petroleras y la deforestación, nacionalidad en la que apenas quedan ochocientos miembros.

La mirada se confunde entre el laberinto de árboles, el camino se borra a medida que se avanza. En un claro que se abre entre la maleza espesa y verde, se divisa un refugio. Nos aproximamos a una choza, un hábitat que guarda un ensueño. Habito este edén.

En ese lugar sagrado y privado, estancia del espíritu de una raíz, que es venerada y guarda un secreto, uno distinto para cada hombre. Nuestro destino era conocer la visión que el bejuco del Ayahuasca nos revelaría. Nuestros acompañantes, Valerio y Héctor, son dos chamanes COFAN, nos han invitado a la morada de sus ancestros, que incluye a personas, animales y espíritus. Ellos visten con pieles del jaguar o de una anaconda, decoran sus visiones con plumas coloridas de guacamayo y en sus cantos imitan los sonidos del Bosque.

“La ayahuasca es un bejuco leñoso de largos tallos sarmentosos de unos 3 mm de diámetro,
con entrenudos bastante distanciados.”


Previamente, nuestros anfitriones raspan la corteza de ayahuasca y en pedazos pequeños los ponen a hervir en una olla calentada a las brasas de troncos secos, junto a otras plantas. Nos indican que a partir de ahora, nosotros entramos a un ritual de sueño y que visitaremos un mundo espiritual, el chaman prepara una Bebida que denomina yagé. Es la esencia de la visión, la viña del alma, la planta medicinal más enigmática de la región de la Amazonía. La preparación de la bebida se inicia a tempranas horas de la mañana, mientras se cocina el extracto , que debe adquirir un color café oscuro de sabor amargo. Los chamanes nos invitan a beber un té de guayusa para limpiar nuestro organismo antes de iniciar el ritual, debemos esperar que la noche caiga sobre el bosque para iniciar el ceremonial, mientras tanto, Valerio, delimita con humo y rezos el lugar donde tendrá lugar la posesión. Nos deja en claro que no podemos salirnos de este lindero invisible que ha marcado con el humo. Dice que estaremos a salvo de los espíritus que habitan el bosque, nos advierte también que quizás sintamos un malestar físico al experimentar el yagé y que no debemos asustarnos por la borrachera de la bebida. Las horas transcurren y el líquido se va poniendo tan espeso como el Cielo, que abandona su claridad.

“Se corta el bejuco de unos 25 cm. de largo, lo contunde, lo deja macerar en aguas unas horas y luego echa la corteza al agua a punto de ebullición, además agrega al recipiente dos o tres plantas más.”

Los chamanes, Valerio y Héctor, empiezan sus preparativos. Con el achiote recién cosechado, dibujan en sus rostros diseños que definen su personalidad, Valerio el hombre ave, se acomoda en un tronco caído y mirándose en un espejo, raya su rostro con líneas rojas muy intensas, la pintura facial es muy importante para ellos antes de encaminarse al mundo de los espíritus, para protegerse y para personificar su animal. Héctor, a su vez, asume su estado de jaguar, cada cual llega a su animal por medio de visiones, Héctor, decora su pecho con semillas, y Valerio con una corona de plumas. La transformación está lista. El cielo ha oscurecido, nos sentamos junto al fuego y con cantos se inicia el ritual.

La bebida del yagé es interpretada como una medicina mágica que libera y sana el cuerpo, como también cura el espíritu de quien se sirve. Una lucidez profunda que hipnotiza, que lleva a meditar en cada gozo, en cada sufrimiento en cada dolencia que uno ha causado. Una euforia de sentimientos que se escapan del subconsciente, momentos olvidados, palabras no dichas, las enfermedades del yo invisible que trastornan.

En un cuenco se sirve la bebida, primero Valerio, luego Héctor, hasta que llega a mis manos, con gran recelo y honesto respeto bebo un líquido amargo, que raspa mi garganta y cae pesado en mi estómago, me siento a un costado de la fogata y aguardo.

Los cantos de mis anfitriones se dejan escuchar por todo el bosque, una melodía que es un homenaje a la humildad, al misterio, voces que se confunden en mi interior con los sonidos de los grillos, el bosque empieza a cobrar vida, detrás de la espesura de las hojas, un llamado.

En un claro del bosque, en medio de una espesura oscuridad arriba en el infinito cielo, las estrellas, como nunca antes vistas, millares se parpadean y se dibujan en contornos y leyendas. Estrellas fugaces que dejan una estela de años detrás de sí. Al revés de mis párpados creo haber visto más de diez.

Muchos pasajes de mi vida empiezan abordarme, recuerdo que escuchaba mi voz de niño, de adolescente, de adulto, mis temores, mis iras, mi amor pacifico. Cada engendro de mis yoes se hacía presente, y recordaba a cada persona que quizás lastime, o haya olvidado, todos ellos estaban acompañándome para corregirme en mi conciencia.

Mis sentidos están despiertos a los sonidos del bosque, en la oscuridad alcanzo a ver una presencia humana, detenida detrás de los arbustos, que nos observa, hasta que avanza y sale de la maleza, era otro chaman que venia a unirse al ensueño . Escucho como Mis Amigos ríen de manera estruendosa, carcajadas y diálogos indescifrables, logro interpretar algo en sus gestos. La noche avanza y mis compañeros de ceremonia se hacen más bulliciosos junto a la fogata, mis pasos se alejan hacia el límite invisible del humo y se detienen. He dejado mi piel y ahora soy venado, mis manos tienen un brillo azulado, enseguida mi estómago se descompone.

El canto que llega desde el fuego me propone una danza, lenguas de brasa que se levantan al cielo, me aproximo a los chamanes que me recuerdan a mis amigos también borrachos pero de licor en cualquier esquina de la ciudad, siendo camaradas; chismes e historietas. Me percato que la olla esta casi vacía y que ellos han bebido y entonado el yagé durante horas. El cielo empieza esclarecer. El sueño no se ha hecho presente, tengo una lucidez que me espanta, el bosque vuelve a su calma, las aves y su ruiseñor.

Me recuesto sobre el pasto, mi cuerpo se hunde en la tierra, floto y me escapo por los aires, aterrizo en momentos pasados, retomo el vuelo, y me confundo con diálogos que dejaron de existir hace mucho, pero que los escucho en el presente como si fuesen aún reales.
Rostros que avanzan detrás de mis párpados, y me respiran a la cara.
El aliento de mi embriaguez es mi espejo.

Me despierto al calor de los rayos de sol que curten mi rostro, el pasto húmedo a mi espalda esta frío. Me encuentro lejos de la fogata, aislado en el bosque. Camino hacia la choza y encuentro a mis amigos con sus rostros iluminados. La olla del cocimiento vacía, recuerdo haber visto un venado detenerse delante de mi, pude ver su ojo observándome. La conciencia aturdida está despejada, y conciente de que el sueño aun se continua.

“Ayahuasca viene del lenguaje Quechua que significa "vid de los antepasados" o "vid de los muertos" o " vid de las almas ". AYA en Quechua "Espíritu" "antepasado" "persona muerta" HUASCA en Quechua "vid".



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