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La extraordinaria vida de Gertrude Bell

Gertrude Bell, a caballo, frente a las ruinas de una qubba en Duris (Líbano) en 1902 - Archivos de Gertrude Bell (Universidad de Newcastle)
Debemos reconocer, pues, por desgracia, que viajar es un placer íntimo, ya que se nutre por completo de cosas que se sienten y que se ven, de sensaciones que se reciben y de impresiones que se disfrutan visualmente. No existe interés intelectual en el viaje y la mayoría de los intelectuales han sido personas muy caseras, que preferían, tal vez sabiamente, echar una cabezada junto al fuego y dejar que se levantaran alminares y cúpulas sin exponerse al desánimo de la desilusión. O quizá es aún más probable que jamás piensen en alminares ni en cúpulas y que su interés se limite a adentrarse en las almas desamparadas y desconcertantes de sus amistades. Viajar es sencillamente cuestión de gustos y no ha de defenderse a base de lógica. [...] Sin embargo, no se acaba ahí el asunto. Lo importante es el espíritu. Debemos tener la agudísima sensación de que penetramos en lo desconocido; en una región, esto es, que no suele ser la nuestra. Se hace necesario, ante todo, no dar nada por sentado. El viajero inteligente es el que no deja de sorprenderse. La persona que se queda en casa sabe que los pavos reales campan a sus anchas por la India igual que los estorninos por Inglaterra, y ese hecho no le parece digno de admiración. No obstante, lo cierto es que resulta realmente asombroso ver a los pavos reales salvajes extender la cola a la luz de un atardecer oriental. [...] Así pues, si no queremos sorprendernos, o regocijarnos con un placer profundo y auténtico, si no estamos preparados para soportar una soledad fascinante a la vez que fundamental, lo mejor será que nos quedemos junto al fuego a esperar con impaciencia la presencia de nuestras amistades a la hora de la cena. Yo, por mi parte, no deseo renunciar al recuerdo de un amanecer egipcio ni al vuelo de las garzas reales ante la luna de madrugada.
Pasajera a Teherán (Vita Sackville-West, 1926)

A Gertrude Bell se la ha etiquetado de muchas maneras, la reina del desierto como una especie de Lawrence de Arabia femenina, la noble dama, la reina sin corona de Irak, aventurera, pionera. Y lo cierto es que fue la primera mujer en hacer muchas cosas, la primera mujer en graduarse en Historia Moderna en Oxford (1896), la primera mujer en escalar el Gran Englehorn en los Alpes suizos (1904), la primera mujer en recorrer el desierto de Arabia (1914) y la primera mujer en cartografiar detalladamente Siria y otras zonas de Oriente Medio. Pero quedarnos con las etiquetas sólo restará importancia a la vida asombrosa de Gertrude Bell. Como tantas mujeres de su tiempo, Gertrude podía haber pasado desapercibida, se habría casado y la férrea sociedad victoriana la habría confinado a su hogar. Afortunadamente no fue así y quiso conocer el mundo, quiso adentrarse donde nadie se hubiera atrevido y esta extraordinaria voluntad hizo que fuese una excelente conocedora del mundo árabe. 
Gertrude Bell, de picnic, con oficiales británicos y el rey Faysal de Irak en algún lugar del desierto de Arabia  (1922)
Gertrude Bell fue escritora, viajera, arqueóloga, arabista, funcionaria de alto rango del Imperio Británico (también la primera mujer en ostentar este cargo) y probablemente espía. Contribuyó con sus grandes conocimientos de la zona a favor del gobierno británico para que Arabia cayera bajo su influencia tras la desintegración del Imperio Otomano. Ya hemos hablado alguna vez del Acuerdo Syket-Picot, donde británicos y franceses se repartieron Oriente Medio con nefastas consecuencias hasta la actualidad. Gertrude Bell sabía del anhelo de los árabes de un estado unificado en Arabia y contribuyó a la creación de dos estados artificiales: Transjordania (luego Jordania) e Irak, en cuyos tronos pusieron a dos hijos del jerife de la Meca. Servirían como estados títeres del Imperio Británico y asimismo fragmentarían cualquier tentativa de unidad árabe. Tras la creación del estado, permaneció en Irak hasta su muerte. Creó lo que posteriormente sería la Biblioteca Nacional de Irak y el Museo Nacional de Irak, donde se encargó de recopilar y supervisar las excavaciones arqueológicas en Mesopotamia. Murió en Bagdad en 1926, de una sobredosis de somníferos, posiblemente por accidente. Tuvo unos funerales multitudinarios, quizás lo más apropiado para esta excepcional mujer.

En 2015, se estrenó una película, protagonizada por Nicole Kidman, que si bien no es perfecta, sirve para hacernos una idea de la interesante biografía de Gertrude Bell.
Trailer de La reina del desierto - Werner Herzog (2015)


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