Todo en el marco de su libro La década decisiva (2016), en donde afirma que los veinteañeros desconocen dentro (o fuera) de su limbo que son seres “confundidos y desorientados”, expuestos a encauzar su vida para que esta tenga un resultado final satisfactorio.
Steven Mintz, profesor de Historia en la Universidad de Texas, Estados Unidos, también se ubica en la misma vereda que Jay. Su teoría es más concreta: “entre los 18 y los 28 años los errores tienen consecuencias determinantes en las siguientes décadas”. En su libro Lo principal de la vida. Una historia de la vida adulta moderna señaló que quien se queda a vivir en casa de Sus Padres es debido a cierta comodidad que retrasa cualquier responsabilidad. Y los que no tienen familia en la que apoyarse están condenados a trabajos precarios y relaciones inestables.
Esta corriente determinista se abraza al “sí, se puede” que se propone a nivel global. Pero, ¿este planteo en el que una década marca el resto de la vida puede convertirse en algo genérico sin tener en cuenta el contexto social o económico del país en el que nació esa persona?
Un estudio piloto elaborado en 2013 por el Centro de Investigación en Evaluación y Medida de la Conducta (Cramc) de la Universitat Rovira i Virgili (URV), en Tarragona, propuso el test PSYMAS (Psychological Maturity Assessment Scale) para conocer la madurez psicológica de los jóvenes, influida por el desarrollo cerebral, el entorno y las experiencias vividas. Las conclusiones de su estudio es que los jóvenes españoles no mostraban rasgos de madurez hasta los 27 años, pero tiene una explicación.
Fabia Morales, directora de la investigación, aseguró que “este fenómeno mundial se la conoce como ’identidad en espera’. Es decir, encontramos jóvenes que teóricamente ya tienen conocimientos sobre sí mismos, pero no viven de acuerdo a esa identidad porque al seguir viviendo con sus padres no pueden desarrollarla. Parece que se comportan de forma más inmadura de lo que realmente son porque no pueden vivir de acuerdo a su forma de ser. Y cuando consiguen salir del hogar familiar maduran muy rápidamente. Lo que subyace a todo esto es un motivo económico. Con trabajos precarios y sin estabilidad laboral no pueden independizarse ni desarrollarse”.
Los investigadores del Pew Research Center advirtieron que el 36,4% de mujeres y el 42,8% de hombres estadounidenses de entre 18 y 34 años viven aún con sus padres, volviendo a niveles de los años 40. Esta generación boomerang tampoco tiene viviendas en propiedad ni hijos. En Italia existe incluso un término despectivo –mammoni– para describir a los jóvenes que siguen viviendo en la casa familiar (uno de cada tres, según un estudio de la organización Coldiretti, que señala también al 43% de jóvenes entre 25 y 34 años que dependen económicamente de sus padres). En Japón los definen como “solteros parásitos”.
En definitiva, la vida de cada persona define cuál es su década decisiva. Por el contexto y sus elecciones. Y también por lo que no pudo elegir. Desde allí, y solo desde allí, podría producirse el ansiado cambio.