Get Even More Visitors To Your Blog, Upgrade To A Business Listing >>

La gloria, el triunfo y la eternidad más reconocida... frente a la historia, la creatividad primera o el sentido más injusto del mundo.



El siglo XVIII, aquel siglo racionalista y preeminente de ilustración y triunfo intelectual, de pensamiento profundo, conciliador y trascendente, había sido, curiosamente, impregnado por una de las corrientes artísticas más frívolas, inconsistentes, mundanas, refinadas o hedonistas de toda la historia de la humanidad. El Rococó fue un Arte al servicio del lujo, la frivolidad y la fiesta de la aristocracia y la alta burguesía, al contrario de lo que fue el Arte barroco, que se dirigió más a la monarquía absoluta e ilustrada. El estilo artístico del Rococó fue caracterizado mucho más por las fiestas y las novelas ligeras europeas, libre de preocupaciones, que por las gestas heroicas o los grandes relatos religiosos del periodo barroco anterior. El artista británico William Hogarth (1697-1764), grabador, ilustrador y Pintor satírico, definiría una teoría de la Belleza para esta tendencia en el Arte. En su obra Análisis de la Belleza (1753), escribiría el pintor Hogarth que la curva en S, presente casi siempre en el estilo Rococó, era el reconocimiento de la belleza y de la gracia presente ya en el propio Arte y en la Naturaleza. A partir de la década de 1760 algunos pensadores, como el incisivo Voltaire, criticaron el Rococó despiadadamente, llevando su crítica hasta representar ese estilo denostado con la más tajante superficialidad y decadencia en el Arte. En la década del año 1780 el Rococó en Francia dejaría de estar de moda para siempre, sobre todo gracias al triunfo del gran pintor francés Jacques-Louis David. Pero, antes de eso, sólo un poco antes, un pintor del sur de Francia, Jean-Francois Pierre Peyron (1744-1814), retrataría a Séneca en su lecho histórico de muerte de una forma nunca antes vista en la historia del Arte. 

En el año 1773 ganaría el muy prestigioso Premio de Roma con su pintura La muerte de Séneca (obra desaparecida hoy), donde competía por entonces con el gran pintor David. Un año después sería elegido Peyron para decorar un hotel parisiense, y lo hizo con un estilo declaradamente clásico, tan propio de aquella fervorosa pasión del maestro Poussin por la tradición grecorromana en el Arte, dejando Peyron el Rococó a un lado y llevando así la composición neoclásica a la mayor gloria del Arte... Ese premio le llevaría a pintar en Roma, aprender de los grandes pintores italianos y compendiar, además, todos los principios más clásicos del gran pintor del Barroco clásico francés Nicolas Poussin. Pero cuando Peyron regresase a París y pintase su nueva obra La muerte de Sócrates en el año 1787, descubriría, asombrado, que aquel pintor que él había desbancado tan solo catorce años antes, ahora, definitivamente, había conseguido alcanzar la más grande conquista que el Arte reserva solo a sus instrumentos humanos más exitosos... David había ascendido y obtenido, así, los laureles más admirativos de la Francia de entonces, eclipsando y marginando no sólo la obra sino toda la carrera artística para siempre de Peyron, relegando el nombre de este pintor y de su innovador Arte clásico a un papel muy inferior en la historia del Arte, una de las historias más injustas y desconsideradas de todas las historias, artísticas o no, del mundo. Fueron las exhibiciones del Salón de París de los años 1785 y 1787 las que certificarían para siempre en la historia la defenestración de Peyron y el encumbramiento excelso de David. Al fallecimiento del pintor Peyron, once años antes de la muerte de David, el mayor y más insigne pintor de Francia por entonces pagaría, incluso, un homenaje al olvidado Peyron en su funeral, dejando claro así, en su alusión elegíaca, esta clarificadora frase: Y, sin embargo, fue él el que una vez abrió mis ojos...

Lucio Emilio Paulo Macedónico (230 a.C. - 160 a.C.) fue un general y político romano perteneciente a una de las familias más aristocráticas, ricas e influyentes de Roma. Dos veces Cónsul, lucharía contra Macedonia, el gran reino griego de Alejandro Magno, en su segundo consulado, cuando Roma acabaría sojuzgando así el poder más fuerte de lo que fuera la antigua y poderosa Grecia. Mantuvo su familia una alianza estratégica y beneficiosa con los Cornelio Escipiones, famosos generales en la historia de Roma. En el año 191 a.C. fue procónsul en Hispania, dominando una sublevación de los belicosos turdetanos, aunque, un año después, fuera derrotado por los lusitanos perdiendo hasta seis mil hombres. Aun así, se recuperaría, venciendo al fiero enemigo del este hispano y dejando ya la Hispania Ulterior (el sur y oeste de España) pacificada por algún tiempo. Una de las inscripciones halladas en España de esa época romana describe un decreto de Lucio Emilio Paulo, decreto en el que concede la libertad a unos habitantes de Asta Regia, actual Jerez de la Frontera, que hasta entonces eran esclavos. En el año 168 a.C. libraba Roma la tercera guerra macedónica contra el rey Perseo, aunque no se acabaría de conseguir el triunfo definitivo por entonces. Hacía falta un general decidido y algunos nobles romanos le pidieron a Lucio Emilio Paulo que se presentase. Él se negaría porque tenía ya sesenta años y no deseaba volver a guerrear tan lejos de su patria. Finalmente, aclamado, acabaría aceptando el cargo para luchar contra el rey macedónico Perseo. Un año después, en la primavera del año 168 a.C., Lucio Emilio Paulo derrotaría el ejército del rey Perseo. Este rey griego se rendiría entonces y sería llevado ante el general romano Lucio, siendo tratado por éste con una amabilidad y cortesía proverbiales. Luego saquearía Epiro, un reino sospechoso de cooperar con Macedonia, enviando a Roma los tesoros tanto de este reino como los de Macedonia. Sin embargo, no regresaría a Roma aún, se quedaría en Macedonia como procónsul romano, un tiempo que aprovecharía para visitar toda Grecia, reparar algunas injusticias y hacer varias donaciones incluso.

Regresaría definitivamente a Roma en el año 167 a.C., en donde sería recibido con honores y aclamado por el pueblo romano. Lucio Emilio Paulo se casaría en dos ocasiones. De su primera esposa tuvo cuatro hijos, dos varones y dos hembras. En la antigua Roma las adopciones eran una forma jurídica familiar muy habitual en las clases nobles. Los hijos, aún pequeños, eran entregados a otra familia noble, de la que pasaban a ser hijos legítimos para siempre, olvidándose así el vínculo familiar anterior. Fue el caso de los dos hijos varones de Lucio Emilio, el mayor fue adoptado por un hijo de Quinto Fabio Máximo, y el segundo hijo sería adoptado por un hijo del famoso general romano Escipión el Africano, y que llevaría el famoso nombre también de Publio Cornelio Escipión Emiliano, el vencedor de Numancia y el general romano que arrasaría Cartago para siempre. Se divorciaría de su primera mujer, casándose luego con otra romana con la que tuvo dos hijos y una hija. Los dos hijos varones murieron, sin embargo, en el año 167 a.C., uno, con nueve años, cinco días antes del magnífico triunfo que recibió su padre en Roma por sus éxitos en Macedonia, y el otro hijo, de catorce años, tres días después. Esta eventualidad suponía en Roma por entonces la extinción legal de la familia de Lucio Emilio Paulo. Moriría en Roma en el año 160 a.C. después de una larga enfermedad, y su fortuna era por entonces ya tan reducida (la de aquel gran conquistador de Macedonia) que apenas daría para pagar lo que quedaría de la dote de su segunda mujer. En el año 1802 el pintor Peyron, derrotado artísticamente ya por el gran pintor David, pintaría por entonces un cuadro en homenaje al cónsul romano Lucio Emilio Paulo. Todo un reconocimiento, mimético y empático, al que, como él, no fuera cortejado por el tan azaroso e incompetentemente más injusto de los sentidos más misteriosos del mundo. 

(Óleo La muerte de Sócrates, 1787, del pintor neoclásico francés Jacques-Louis David, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York; Óleo La muerte de Sócrates, 1787, del pintor neoclásico francés Jean-Francois Pierre Peyron, Galería Nacional de Dinamarca; Óleo Emilio Paulus y el último rey de Macedonia, 1802, Jean-Francois Pierre Peyron, Museo de Budapest; Óleo clásico El paria Belisario recibiendo hospitalidad de un campesino, 1779, del pintor Jean-Francois Pierre Peyron, Museo de los Agustinos, Toulouse, Francia.)



This post first appeared on Arteparnasomanía, please read the originial post: here

Share the post

La gloria, el triunfo y la eternidad más reconocida... frente a la historia, la creatividad primera o el sentido más injusto del mundo.

×

Subscribe to Arteparnasomanía

Get updates delivered right to your inbox!

Thank you for your subscription

×