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Dos mitologías opuestas que buscaron la verdad con la misma filosofía sagrada de lo subjetivo: la libertad humana.



Para la sensación artística de lo más representativo del Mundo mítico el espíritu de lo sagrado siempre tuvo el poder de la fascinación más encumbradora en un mero instante de belleza. Porque la belleza sería siempre recreada con independencia de lo sagradas o no que fuesen esas mitologías. Así que mito, sagrado y belleza formarían siempre una tríada artística fundamental en la estética europea clasicista. Para la civilización occidental la conjunción de la mitología griega y de la hebraica forjaron el sentido trascendental más importante de su historia. Fueron desarrolladas, no obstante, desde planteamientos muy opuestos y contrarios. El pensamiento griego y su mitología buscaron en el ser humano el principio racional de todo lo creado; el pensamiento judeo-cristiano buscaría, sin embargo, en lo divino el sentido fundamental de todo lo existente. Pero sus narraciones y sus elucubraciones filosóficas alcanzarían una sintonía única y exclusiva en ambas mitologías: la Libertad humana con todas sus consecuencias. Esto la distingue de otras libertades o culturas diferentes, pues el sacrificio personal voluntario se opone al sacrificio involuntario de otras civilizaciones en el mundo. Son, por tanto, dos formas de pensamiento que encontraron en la libertad humana una justificación a su mitología. De ahí que en Europa, consecuencia del desarrollo de esas mitologías, se alcanzara el concepto de libertad en todas sus dimensiones antes que en otras partes del mundo. Sin embargo, la libertad humana adolecerá a veces del complejo de Edipo: acabará matando al padre (el espíritu universal) para poder así vivir más acorde con la pasión que su querer incestuoso (con lo material) lleve a obnubilarle. Pero esto es algo inevitable, como en la propia vida... Salvo que llegue Freud (la filosofía) y nos descubra el inconsciente oprimido y responsable. Entonces, como en el psicoanálisis, encontraremos la paz, se supone, que concilie, por fin, la libertad con su origen.

Mientras tanto, el Arte nos ofrecerá un testimonio representativo de esas dos formas de ejercitar la libertad para alcanzar, con ella, un sentido trascendente del mundo. Porque Antígona y su mito griego no es más que una forma pagana de encauzar la sensación escatológica de una mártir cristiana ante la desesperación de no poder elegir otra cosa. El pintor Frederic Leighton compuso en el año 1882 su obra Antígona con el gesto orgulloso del designio personal de la joven helena ante la injusticia de lo que para ella era lo más sagrado del mundo: no respetar la sepultura de su hermano caído muerto por el mismo Estado opresor que lo impidió. Pero le faltaba, sin embargo, el sentimiento..., un sentimiento universal de amor divino. Le faltaba también así la angustia y la nostalgia... Para relatar lo mismo, pero con lo que a Antígona le faltaba, el pintor barroco italiano Francesco Nuvolone compuso en el año 1650 su obra Una santa mártir. Aquí sí observaremos la angustia y la nostalgia, sentimientos que junto a lo sagrado del designio personal de ambas heroínas las llevaran a un mismo sacrificio subjetivo. Pero no es un sacrificio gratuito el de ambas representaciones estéticas ni mitológicas, no es un no querer vivir, es elegir, desde una actitud libre, el designio personal que su sentido en el mundo les lleve a ser consecuente con lo que creen. Sin dañar a nadie, sin menoscabar la vida, sino haciendo de una elección personal tan solo la consecuencia correcta a una alternativa, la opresión de una injusticia torticera que su conciencia, sin embargo, no admitiría vivir. El filósofo ruso Nikolái Berdiáyev (1874-1948) alcanzaría un pensamiento donde la espiritualidad y el anti-autoritarismo definirían su filosofía. Su existencialismo espiritual comprendía un alma radicada en la Naturaleza pero donde el espíritu se hallaría además fuera del mundo. Para Berdiáyev la angustia y el sentimiento de nostalgia son rasgos propios del ser personal que enfrenta su conciencia con el mundo despiadado en el que vive. La angustia estará inserta en el mismo sentido misterioso del ser; la nostalgia será una sensación personal de incompletitud ante la perfección del ser y su dificultad de lograrla.

Y ese crimen filosófico edípico hace a la libertad sujeto de la opresión racional que el ser humano experimenta por haber dejado de ser la libertad solo un medio y acabar siendo un fin en sí misma. Las dos mitologías creyeron que la libertad formaba parte (era un medio) de su creencia en la vida y en lo sagrado que suponía ejercerla. Para Antígona no sepultar a su hermano Polinices era un sacrilegio que no podía tolerar su espíritu apesadumbrado. Para la mártir cristiana que el emperador romano la obligara a renunciar a su fe era exactamente lo mismo. Y esa elección es la libertad. Pero es la elección no la libertad el valor mismo o lo más virtuoso. Cuando se habla de libertad se olvida que es una elección y, sobre todo, que esa elección es la que es o no es virtuosa. Cuando la elección es el sacrificio personal ante la opresión es algo virtuoso. Cuando es un sacrificio ajeno no lo es. Cuando es un sacrificio gratuito o sin contrapartida trascendente tampoco. Del mismo modo, cuando la libertad no promueve una decisión personal sino un avasallamiento de los otros tampoco lo es. Por otro lado, cuando la libertad solo ejerce una voluntad irreflexiva, egoísta y lapidaria no ayudará a elegir el conocimiento necesario que permitirá distinguir entre lo conseguido material y lo apercibido trascendente. Y ahora el Arte ayudará a vislumbrarlo... En las dos representaciones artísticas clásicas, la del academicista Leighton y la del barroco Nuvolone, podemos apreciar la mirada consecuente de un acto sagrado para ambas heroínas míticas. Es un hecho tan serio que no puede frivolizarse con la alegría estética con la que a veces se imaginan los sacrificios personales voluntarios. No es un rechazo a la vida, es una elección consecuente que hay que tomar a veces, a pesar de amarla tanto como para perderla. Y fueron dos mitos con unos mil quinientos años de diferencia en la historia occidental los que originaron esa estética. Antígona en Grecia y la mártir cristiana en Roma representan lo mismo en su origen. Grecia y Roma. Atenas y Jerusalén. Razón y Fe. Y el Arte clásico nos lo recuerda en su belleza. Está para eso, para representar lo que antes había sido valorado por su sentido especial ante un mundo de sombras aparentes. 

(Óleo Antígona, 1882, del pintor británico Frederic Leighton, Colección Privada; Óleo barroco Una santa mártir, 1650, del pintor italiano Francesco Nuvolone, Metropolitan Art de Nueva York.)




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