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Cuando la belleza está en la manera en que los planos se relacionan, en que la visión se rompe con belleza.



Al advenimiento del Arte renacentista ningún pintor se hubiera atrevido a romper la visión sagrada de una imagen de Belleza, ¿qué es si no admirar una forma armoniosa de una imagen así? Porque si la imagen está ahora fraccionada en su armonía por una perspectiva forzada o desgarrada, no será tan amable luego a los ojos anhelosos que la observen sorprendidos. Sin embargo, así es en la naturaleza de las cosas visibles cuando éstas son vistas desde un lugar muy cercano y determinado a confundir así dimensiones y formas. Los pintores siempre se situaron precisos en el espacio para plasmar sus obras en una posición privilegiada a los ojos de sus admiradores subsiguientes. Así se vería la belleza de las formas y su conjunto armonioso sortear además los ángulos difíciles o las aristas u obstáculos que entorpecieran la visión sagrada de una escena grandiosa. Pero cuando el Renacimiento con el tiempo tratara de dominar la perspectiva de las cosas visibles en el mundo, su evolución artificiosa llegaría a buscar en ella todos aquellos recursos artísticos, posibles o imposibles, para poder sorprender ahora transformando una visión difícil en una armoniosa y artística belleza. ¿Sucederá lo mismo con las ideas humanas? ¿Sucederá lo mismo con la expresión emocional o sentimental o intelectual de los seres humanos que, confundidos o ignorantes, no consigan transmitir claramente sus deseos, sus opiniones o sus conceptos en un alarde por querer dar a entenderse? En el Arte los pintores lo consiguieron hacer con la belleza artística. Y en la vida, ¿con qué será o se conseguirá? ¿Tal vez con el amor?, es decir, ¿con la manera armoniosa de poder entenderse o relacionarse? ¿Es el amor en la vida el símil de la belleza en el Arte? 

Habría que definir bien ahora amor y belleza. Porque ni en la vida ni en el Arte sabremos muy bien qué son ambos conceptos. En el Arte la belleza no es tan simple. No se trata solo de la admiración de las formas armoniosas según las costumbres atávicas de los gustos naturales de lo físico. La belleza es también en el Arte la adecuación de las formas y medidas de las cosas conforme a un espacio artístico general delimitado. Aquí interviene la proporción geométrica, el equilibrio especular de las formas y la armonía de los espacios divididos o fragmentados en el gran espacio del encuadre artístico. También es la sorpresa de las formas ante la posibilidad, solo la posibilidad, de que algo pueda suceder así, tan irreal a veces, en el universo físico de las cosas. Entonces el juicio natural de los ojos se subordinará al equilibrio informal de un contraste armonioso. Cuando Tintoretto quisiera destacar la belleza ofuscada de Helena en su obra la compuso ahora tendida horizontal en el aire en un gesto posicional imposible. ¿Imposible? Lo que no se aviene a la concepción de lo más frecuente no significa que no sea posible. Los gestos y las posturas disponen de intersticios donde las formas adquieren a veces instantes de visión increíble. Increíble no significa imposible. Si no creemos algo es porque no lo vemos siempre o frecuentemente, lo que no significa que no exista o que no pueda existir. Los pintores atrevidos y geniales (no es fácil crear belleza así siempre) tratarán a veces de componer escenas con las formas infrecuentes de esos momentos distintos. Pero, para ser geniales, deberán hacerlo con belleza...  Con belleza artística, no física. ¿Y en la vida, sucederá con el amor lo mismo que con la belleza en el Arte? ¿Existirán momentos de armonía relacional o amorosa en esos instantes que no correspondan a lo tradicional o a lo habitual o a lo que no tenga que ver con lo más evidente o frecuente? ¿Será entonces que el amor deberá tener otra cualidad oculta a parte de la expresada física o formalmente?

En la obra El rapto de Helena del pintor veneciano Tintoretto las formas están ahora fraccionadas, por su perspectiva, frente a la belleza clásica de la visión espacial tradicional de las formas representadas. Forzada la perspectiva, el pintor solo puede armonizarla finalmente con belleza artística y con el equilibrio desestructurado de esas mismas formas. Porque estamos viendo la escena principal justo a lado de ella, lo que la distorsiona e impide ver la totalidad de la escena grandiosa. ¿Qué es la escena grandiosa? El todo que precisaremos ver para entender globalmente una cosa, en este caso una escena de abordaje y el fondo de una guerra...  El pintor impide ver esto bien frente a hacer ahora otra cosa: plasmar la escena más violenta del enfrentamiento mientras está produciéndose y justo en el espacio más cercano posible. Podría haber pintado solo a Helena y su sufrimiento, que es visible, pero entonces no habría ningún contraste de belleza artística. Entonces sólo sería la belleza física de ella la que podría ser reconocida. Pero cuando alguna belleza física está recreada entre las cosas que la rodean deberá estar muy relacionada con ellas. Entonces es cuando aviene la belleza global de las formas armoniosas, cuando solo habrá belleza física mientras se consiga ahora algo que sorprenda, que distraiga así de aquellas meras formas armoniosas. En este caso con la imagen inesperada de una Helena prodigiosa. Está ella ahora al pairo de las consecuencias terribles de una lucha tan imperiosa. No conseguiremos ubicar todas las formas, no veremos ahora más que la intención o la acción sobrevenida de unas formas, las humanas de los guerreros, unas formas ahora que tratarán de salvar su latrocinio y otras su honra. En la obra de Tintoretto la belleza estará apenas sostenida ahora por las formas, por las geométricas, por las espaciales o por las asimétricas. Es como en Helena, cuya belleza está ahora sustentada ahí por la inercia. No hay sostén que valga para ella porque la imagen no persigue un equilibrio global, ni real, ni siquiera veraz, tan sólo aquel que buscará plasmar un instante ideal entre dos momentos alejados de belleza. Lo consigue con el contraste ahora entre la acción y la parálisis...  A veces, en alguno de esos infinitesimales instantes que se producen en una escena artística dinámica, existirá la ocasión para armonizar la quietud con el movimiento. Algo imposible de hacer con formas vivas en una misma escena de acción violenta. Este contraste ejerce en la belleza de la obra una sorpresa expresiva extraordinaria. Es el contrapunto de un silencio entre un discurso pronunciado, alargado y poderoso. Es el contraste también de un gesto de amor inesperado entre las formas asépticas de un proceso social determinado. 

¿Qué hay de verdad en una imagen de belleza fraccionada o en una escena emocional especial dentro de una social y habitual determinada? Mucha más que entre las que no hay más que un exceso de esas preciadas cosas, sin embargo, tan escasas. El amor y la belleza se encuentran a veces desubicadas entre las raras muestras de un escenario displicente. Lo que obliga, si queremos expresarlos, a que ese amor y esa belleza sean auténticos y estén compuestos u originados desde la más franca intención de grandeza. Los pintores geniales lo consiguen con la belleza global de sus composiciones armoniosas, como en este caso con la obra del pintor Tintoretto. ¿Y en los seres humanos, cómo lo conseguirán en sus alardes de relación social amorosa? Aquí la sabiduría es, tal vez, tan necesaria como imprecisa. Hay que disponer de una emoción claramente, pero ésta deberá ser bien expresada para poder ser comprendida o asimilada por el receptor deseoso. En el Arte lo llegamos a comprender al ver las formas, las proporciones y los elementos que se superponen unos a otros. Y en la vida, ¿cómo y con qué cosas lo veremos? La expresión emotiva, es decir, la capacidad de comunicar cosas importantes, es una rara aptitud que, como en los artistas, supone la posibilidad de llegar a transmitir algo sin dejar de estar en el escenario insensible de las cosas. Pero, entonces hay que relacionar las cosas con la sensibilidad mínima para no dejar que lo insensible acabe desorbitando la emoción principal de lo expresado. Como con el Arte, que busca trasmitir lo fundamental a pesar de estar alojado en el espacio desestructurado de lo visible. No todos los artistas lo consiguen, no todos se atreverán siquiera a componerlo. Porque sólo los grandes pueden hacerlo con belleza. Para los demás, para los que las formas sean o vayan acompañadas siempre por formas armoniosas, nunca una alteración de éstas en la obra será una opción artística para poder llegar a plasmar, eterna, una belleza. 

(Óleo El rapto de Helena, 1579, del pintor manierista Tintoretto, Museo del Prado, Madrid.)



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