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160. El mensaje

160. El Mensaje

    La aula universitaria Estaba preparada, y la conferencia que allí se iba a impartir, cuidada hasta el más mínimo detalle; incluso la temperatura era agradable. Alguien decidió que cualquier tipo de Mensaje, por razones antropológicas, debía llegar a través de una mujer. Una que no fuera gorda ni delgada; ni fea ni de belleza despampanante. No muy joven pero tampoco entrada en años. La mujer elegida reunía un patrón cómodo a la vista, y eso la hacía cercana y propiciaba la receptividad del público.  

    La doctora hablaba. No trataba de ser nuestra amiga, pero sí de convencernos. Y por supuesto, estaba entrenada para ello. La modulación de su voz, el énfasis correcto en las palabras, los tiempos calculados de silencio y su gesticulación facial y corporal, así lo constataban. Tras ella, las imágenes del proyector, también elegidas con intención, se sucedían en una secuencia estudiada en función de su elocuencia.

    Ante nosotros danzaban coloridas imágenes de macro granjas presentadas como crueles campos de concentración. Gallinas, cerdos, pollos, terneras, vacas, corderos, bueyes... Aquellas criaturas se apretujaban, entre sus iguales, retozando en su propia inmundicia con miradas, en todas direcciones, de absurda incomprensión, mientras eran sobrealimentadas sin descanso para nutrir a la raza humana, la máxima depredadora.

    Las imágenes siguientes, acompañadas de sobrenaturales chillidos en sonido estereofónico, presentaban el lado más salvaje y obsceno de la industria cárnica, en un nítido grafismo de descargas eléctricas, desolladuras de cuerpo entero, decapitaciones, evisceraciones, mutilaciones, y grandes cantidades de sangre que los matarifes hacían desaparecer con chorros de agua a presión.

    Las luces se encendieron y la doctora enmudeció. Nadie dudaba de que el mensaje cayó sobre nosotros como lluvia ácida, calando en lo más hondo. Algunos de los presentes seguían sentados, tapándose con la mano, a modo de visera, su radio de visión. Otros tenían el semblante muy serio y muchas habían activado el lagrimal. Cabría pensar que muchas de aquellas personas, quizás, se estaban cuestionando sus preferencias nutricionales. 

    Yo, en cambio, no puedo tomar decisiones importantes con el estómago vacío, así que ya pensaría en ello, después de degustar unas porciones bovinas a la plancha, acompañadas con su debida guarnición.  




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