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Persecuted, 1930

 

Persecuted, 1930  
Antonio Arissa

Una noche, cuando volvía a casa se me apareció un ángel o un demonio, no sé precisarlo. Brillaba (él, yo estaba más bien jodido). Dada mi situación de paro indefinido me dirigí a él para solicitarle un empleo de cuarta Furia. Me miró de arriba abajo y aquí me llegó la noticia de que yo ya soy el que era. Me sentí solo.  La soledad es una opción de porcentaje variable, incómodo, escribir es el recurso de mi impotencia –la impotencia como concepto- y todas las mujeres que se llaman Isabel son rubias, dulces y sonríen en un ventanal desde el que se ve a partes iguales el mar y las tormentas, la tristeza del otoño y el sol de agosto, peces voladores y un perro negro que ladra a los visitantes nocturnos. Aquí se queda el cuento suspendido, fragmento de la imaginación, relato truncado, frío blanco, no hay perdida, es un alivio, no sé cómo continuar, tiempo exhausto, necesidad de sol, contraste, pasar miedo en las alturas de aviones bamboleantes, frío blanco entre el frío blanco de las nubes, creer en la diversidad, tumbarme, ver pasar la luz por la ventana, bañarme en mares templados, meter los dedos en otros platos calientes, alejarme de lo rutinario, las mismas caras, voces, luces y sombras, dar descanso a los peregrinos de esta página, pobres, los que leen estas incoherencias, la herencia de recuerdos disfrazados de pastores tocando la flauta en un cerro. Excepto escucharla (que bien canta, ella) nunca se me ha dado bien la música, desafino. Por eso soy el pastor, el aprisco, el perro que lo guarda, las ovejas, Don Quijote embistiéndolas con su lanza, el que pinta dragones en sus libros de caballería y el lector que se sienta a tu lado. Además estaba obsesionado con Megera. Su sombra me persigue, la he visto a menudo cuando volvía del puerto, he escuchado su risa, he visto el brillo de su espada vengadora. También Alecto me persigue a veces. Y confundo la Tisífone que castiga con la que fue vendida como esclava. Por eso voy a las playas del norte (según se mira el mapa, a la izquierda), también, para buscar nuevas historias que contar aquí, las de ahora son peligrosas. Ya sentenciaba la abuela de J. “de lo que habla el corazón escribe la pluma”. A falta de pluma y pelo me atuso los bigotes y camino por los aires sin pensar en el regreso. En ocasiones me planteo qué hago en esta página, porqué dejo tanto trabajo, tanto esfuerzo. Luego leo un comentario, cualquiera, al azar, y tarareo con los Beach Boys aquello de I'm pickin' up good vibrations, she's givin' me the excitations. Algo pasa, saco pecho como un armador griego despechado me recojo y sigo, sin levantar la cabeza, con una humildad que jamás he tenido, pasando incluso por un espejo roto. No me rindo.




En la mitología griega, Alecto (en griego antiguo Ἀληκτώ, ‘implacable’) es una de las Erinias (o Furias de la mitología romana), hermana de Tisífone (la vengadora del asesinato) y de Megera (la celosa).
Según Hesíodo, era hija de Gea (la Tierra) fertilizada por la sangre derramada por Urano (el Cielo) cuando fue castrado por Crono.
Alecto es la Erinia encargada de castigar los delitos morales (tales como la cólera, la ira, la soberbia, etcétera), sobre todo si son delitos contra los mismos hombres. Su función es muy parecida a la de Némesis, con la diferencia que esta última castiga los delitos morales contra los dioses.

Megera (idioma griego: Μεγαιρα, significado: «La de los celos» o «La celosa»). Según la mitología griega es una de las tres Erinias, diosas infernales del castigo y la venganza divina. Se considera que Megera es la más terrible de las tres Erinias, pues es ella es la encargada de castigar todos aquellos delitos que se cometen contra la institución del matrimonio, especialmente los de la Infidelidad.

Tisífone era la Erinia encargada de castigar los delitos cometidos por asesinato: parricidio, fratricidio y homicidio.

Un mito cuenta que Tisífone se enamoró de Citerón, y terminó provocando su muerte por mordedura de serpiente, concretamente de una de su cabeza.



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