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Historia(s) del cine: este sábado 19:30 El precio de lo absoluto (Godard), Nunca juegues tu cabeza al diablo (Fellini) + una yapa. Ayacucho 483


“Se hace necesario
llamar
la atención de los gobiernos europeos
sobre un hecho tan pequeño
que se diría
que los gobiernos
no parecen advertirlo
el hecho es este:
se asesina a un pueblo
¿Dónde?
En Europa
¿De este hecho hay testigos?
Un testigo, el mundo entero.
¿Acaso los gobiernos lo ven?
No.
Las naciones tienen sobre sí
algo
que está por debajo de ellas
los gobiernos."

Al comienzo de El precio de lo absoluto Godard cita -sin hacer la referencia correspondiente, como de costumbre- el durísimo texto que Víctor Hugo escribió en 1876 contra la pasividad de los gobiernos europeos ante la masacre de la población civil serbia a manos del ejército otomano. Godard lo dice con su propia voz, es decir: lo recupera. Su voz se escucha sobre las imágenes de la guerra de Yugoslavia de 1991. 

El olvido sobre un hecho actual en el preciso momento en que otro exterminio se está produciendo forma parte del exterminio. 

Se olvida el presente. 


El cine es un arte sin porvenir, había citado Godard la frase de los Lumiere cuando ellos inventaron el cine. Cierto, dice Godard, tenían razón: lo que no se entendió, remarca Godard, es que el cine es el arte del presente. Esta cualidad le confiere la posibilidad de redimir lo real: “incluso rayado sin remedio, un simple rectángulo de 35 mm salva el honor de lo real”. El privilegio se transforma en deber. Y en una horrible falta, si el cine se olvida del presente. 

La(s) historia(s) del cine de Godard no lo llevan a confeccionar la mera lista cronológica de las películas que podrían señalarse por una razón u otra. Cuando aparezca mencionado Spielberg no será porque se haya ganado un lugar en la historia del cine como consecuencia de sus magníficos logros mercantiles o por su aplicado rescate de la narrativa clásica para el consumo de las masas. Menos todavía porque Spielberg haya contribuido a desarrollar el dispositivo tecnológico que marquetizó la composición de cada plano, midiéndo en millones de espectadores el rendimiento de un film según la decisión de poner o sacar de cuadro una escena o a un personaje: como la nena del tapadito rojo en La lista de Schindler. Spielberg se ubica en el centro de la historia del cine cuando narra su versión del genocidio nazi y elige como héroe a un empresario capitalista que salva un número determinado de vidas comprándolas de entre la lista de los condenados a muerte. 

Los condenados a muerte que escapan a su destino fatal no lo hacen en Spielberg porque el viento sopla donde quiere, sino porque un capitalista, Schindler, elige de la lista a algunos que serán salvados. Muchos son los llamados pero pocos los elegidos: según Spielberg, los que el capitalista Schindler llegue a comprar. Así la historia retrospectiva del holocausto es reescrita por SS en honor del capital, que resulta redimido en La lista de Schindler, de manera que el "Nunca Más" se transforma en "Siempre lo Mismo".

Aunque Spielberg sea nombrado por Godard una sola vez en su(s) historia(s) del cine, esta mención, colocada en el centro mismo de su capítulo más urgentemente político, más rabioso y también más emocionante, bastará para situarlo como el patrón evidente del presente del cine, cuando el diseñador de Tiburón rinde tributo retrospectivo, con tapadito rojo y todo, al poder redentor del capital que motoriza el proyecto Schindler, es decir, el proyecto Spielberg y Lucas, que ha llevado al cine donde hoy está.


"Vamos a asombrar
a los gobiernos europeos
enseñándoles una cosa
que los crímenes son crímenes
que ya no está permitido
a un gobierno
como tampoco a un individuo
ser un asesino
y que Europa es solidaria
ya que todo lo que se hace en Europa
está hecho por Europa
(...) que actualmente
muy cerca nuestro
allá, ante nuestros ojos
se masacra
se incendia
se saquea
se extermina
se degüella a los padres y las madres
se vende a las niñas
y a los niños
y que
a los niños demasiado pequeños como para ser vendidos
se los parte de un sablazo
que se quema a las familias en sus casas..."

Godard puede citar sin decirlo a Víctor Hugo. No está haciendo historiografía del siglo xix. Lo dice con su propia voz a fines del siglo xx. Pero resuena hoy acá en la segunda década del xix, cuando el cine sigue siendo, a pesar de Spielberg, un arte del presente. Podría estar hablando de Córdoba, de Chile o de Bolivia. Solo hacen falta oídos y ojos que sepan percibir lo que el montaje de Godard, su bella preocupación, suscita. Ver lo que el presente quiere olvidar., el cine que se haría o se hará, incluso el que no hará.

Si en este capítulo de la serie de la(s) historia(s) Godard llega a un pico de lirismo y emoción es por haber sabido reconocer el instante en que el cine asumió sus deberes de redimir la totalidad de lo real en un rectángulo rayado de 35 mm y fue capaz de recuperar el honor que una nación había perdido por su cobardía durante la era del fascismo europeo. En este encuadre es que Godard entona el más bello tributo a la asmobrosa cosecha del gran cine italiano:

“Del 40 al 45 no hubo cine de resistencia
no es que no hubiera filmes de resistencia
a diestra y siniestra, aquí y allá
sino que el único filme, en el sentido del cine
que resistió a la ocupación del cine por América
y a una cierta manera uniforme de hacer cine
fue un filme italiano
No fue por azar: Italia fue el país
que luchó menos, que sufrió mucho
pero que traicionó dos veces
y por lo tanto sufrió la pérdida de identidad
Y si la recuperó con Roma, ciudad abierta
fue porque el filme estaba hecho por gente sin uniforme
por única vez.
Los rusos hicieron filmes de mártires
Los americanos hicieron filmes de prpoaganda
los ingleses hicieron lo que hacen siempre en el cine: nada
Alemania no tenía cine, no tenía más cine
y los franceses hicieron Sylvie y el fantasma
Los polacos hicieron dos filmes de expiación
La pasajera y La última etapa
y un filme de recuerdos: Kanal
y luego terminaron recibiendo a Spielberg
cuando el “Nunca más” se transformó en “Siempre lo mismo”
mientras que con Roma, ciudad abierta
Italia simplemente recobró el derecho de una nación
de mirarse a la cara
y entonces llegó la asombrosa cosecha del gran cine italiano”.

Este sábado proyectaremos y comentaremos El precio de lo absoluto (J. L. Godard, 1998) junto a Nunca juegues tu cabeza al diablo (Fellini, 1968). Y una yapa. Ayacucho 483. 19:30 horas.


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